31 de julio de 2013

La vida de los libros


















[Agradecemos a Tinofc, que tiene debilidad por los escritores raros y las mujeres peligrosas, los libros que nos recomienda.]





El signo del gorrión



El Rastro, verano del 2013




















Desapego










DESAPEGO

En esta imagen tomada en la villa de Capri que un día fue de Curzio Malaparte, un libro oculta estratégicamente la curva calipígea de una BB cada vez mas distanciada de su marido.

Me ha traido a la mente, no sé por qué, el comienzo de El verano de Camus:

"Ya no quedan desiertos. Ya no quedan islas. Y, sin embargo, se siente su deseo. Para comprender el mundo, a veces es necesario apartarse de él; para servir mejor a los hombres, mantenerlos a distancia un momento. Pero, ¿dónde encontrar la soledad que necesita la fuerza, la larga respiración en la que el espíritu se recoge y se mide el valor?"




(Colaboración de Gromov, dedicada al godardiano Larsen, agradecido por sus sabios consejos)





29 de julio de 2013

Las malas lenguas




El Rastro, verano del 2013




- ¿Sabes las propiedades que tiene el limón?
- Sí, sobre todo cuando va en el gin tonic.





Oído en el Rastro






Dietario de Ocramalliv




El Rastro, verano del 2013




[Tinofc]





Editorial Pez de Plata









Pez de plata (Lepisma saccharina)














[Gromov]

28 de julio de 2013

Mortisaga en el cementerio de los iconoclastas






MORTISAGA EN EL CEMENTERIO DE LOS ICONOCLASTAS

10
REGENERACIÓN

Nunca imaginé que la biblioteca del maestro Sapiencio pudiera albergar aquellos despropósitos. No me sorprendieron en su día los libros eróticos, a pesar de su soltería, ni los de viajes, a pesar de su sedentarismo, ni los de chocolates del mundo, a pesar de su frugalidad. Pero los de muertos vivientes en un hombre de su formación constituían una ocurrencia propia de un mal guionista de cine para adolescentes, a menos que dataran de sus años de juventud, aunque no era el caso, porque habían sido adquiridos recientemente, dado el lugar que ocupaban. El más antiguo había sido editado hacía cinco años, Zombis en la tertulia de los escritores premiados, de Fabricio Malombra, otros de reciente publicacion eran El ágape de los zombis, de Reinaldo Mantecón, Escuela de zombis, de Maite Infantes o La reina africana, de Fernanda Baltasar, que eran los que me había dado tiempo a leer, desde que mi anfitrión se retirara al dormitorio, hasta las cuatro de la noche, hora en la que el filo de una nube de bisturí dividió la luna llena en dos, sumiéndola en un halo difuso y herido, que me cortó la digestión de aquellos libros breves con aspecto de cómic, cuyas palabras fueron dibujando ilustraciones en mi mente con una fuerza tan poderosa y tan irreal como vívida. Una expansión inusitada de la delgada nube terminó envolviendo al astro, dejando sin iluminación suficiente la estancia. Pero no fue ese el motivo principal por lo que dejé de leer, sino porque la escasa penumbra entró por la ventana como un gas narcótico, que mezclado con el sabor rancio de la carne putrefacta, me impidió mantener los ojos conscientes, así es que caí en una pesadilla como nunca había tenido hasta entonces. Me había convertido en un zombi humano y mantenía una relación carnal con otra zombi, en un trasiego de miembros que no comprendí muy bien, porque todavía no tenía muchos conocimientos de eso que en los libros llaman “amor”. En los primeros besos los labios de ambos se nos quedaron entre los dientes, como los restos tras un banquete carnívoro, que escupimos sin preocuparnos de la valiosa pérdida, pues nos conformamos con el estrepitoso entrechocar de nuestros incisivos y caninos. Después pasamos a la caricias, pero conforme la pasión y la presión aumentaba sobre nuestra caromomia, se operaba una rehidratación que convertía nuestros apretones en un amasijo viscoso, que se desprendía del hueso más cercano. Lejos de dramatizar tal despojamiento, nos ilusionó contemplarnos más desnudos aún, hasta el punto de adivinarnos un rubor sobre una carne que ya no poseíamos. Nos contemplamos desde la espiritualidad de nuestras médulas peladas, ya puros esqueletos desposeídos de la temporalidad de la piel, pero esto no fue suficiente para nuestro amor, porque ya se sabe que para los amantes verdaderos el amor nace de una secreta sublimación de la materia, por lo que, sin pensarlo dos veces, no enzarzamos en un violento combate romántico de húmeros, radios, costillas, escápulas y peronés, una confusión de la que resultó un montón de huesos que ya no volverían encajar uno junto al otro jamás, salvo en la deliciosa incomodidad del que no le correspondía, por pertenecer al otro cuerpo. Me desperté cuando aquel amasijo comenzó a fundirse en  una sola estructura de color negro. Si la madrugada no me hubiera cegado con su tinte violeta, hubiera visto surgir de todo ello un joven escarabajo, fruto de una pasión satisfecha hasta la consumación. Mucho pensé en la interpretación de este sueño, pero sólo fui capaz de llegar a esta conclusión: aquellos libros respondían a un intento de Sapiencio por agarrarse a una juventud que ya no le pertenecía.

 José Miguel López-Astilleros







27 de julio de 2013

Las malas compañías




El Rastro, verano del 2013




De lejos llegaba el Ilustrado y detrás sólo quedaba la rastrojera; cansado se sentó en un sillón fatigado de Reto. El tercer hombre, Tinofc, calmó su sed existencialista en la fuente de Sartre y de Graham Greene. El Trapero se conformaba con una Enciclopedia de licorería como remedio para El año de la peste. Como Robinson sin Viernes, el Enciclopedista se dedicaba a completar la Enciclopedia del mar. Desde que la pegatina con el código de precios lleva un celofán de seguridad, se han terminado las rebajas en Reto.
En Cacharrería vimos a Messi y a su primo haciendo la pretemporada con nuevos productos de estética. En Cambio, faltó Michi Chalequines que se había ido a la semana negra de Sabero, según nos dijo su vecina Marilyn, oculta en unas enormes gafas de sol, regalo de J. Huston.
 En la esquina del Delta, el Hijo del acordeonista, nos quería vender la tristeza doliente y cansada de su acordeón; con ella había recorrido todas las fiestas de los pueblos de Laciana. Por el precio supimos que no quería deshacerse de un trozo de su pasado al que estaba atado como la nostalgia a los días felices.
Con la solana han desaparecido del ruedo, el Pescador, el Amanuense, Gromov y también los libros. Sólo vimos a un voluntarioso bohemio en cuclillas con cuatro libros de poesía, ajeno a que la poesía se esmorró hace tiempo, como nos recordó el hijo del panadero de Villafranca.
En el Arroyo nos animamos a fisgar entre los cachivaches que asomaban entre unas toallas de Marina d´Or. Larsen con su cámara  seguía haciendo su particular inventario del Rastro. Ocramalliv completaba el lote de oferta de supermercado (lleve tres y pague dos) con un dietario del año de su última comunión, una lámpara con un búho tuerto (más sabio en su desgracia) y un callicida de la posguerra.
Le marcó el precio al chamarilero y éste secamente le dijo: "el precio lo pongo yo". Cometió un error de pardillo siendo un veterano del oficio: nunca se debe poner el precio porque se da demasiadas pistas al vendedor que no sabe lo que vale.
La mujer del Viajero nos hizo una buena oferta porque nos confundió con turistas. Tinofc se llevó La escopeta de caza de Y. Inoué, con unas ilustraciones hermosas de Mario Roldán. Cuando nos íbamos, llegó su marido y le avisó a la mujer extrañada que la  próxima vez, a estos dos perros, cóbrales el doble, que me descalabran todo y encima se ríen.
En la farola de Corrientes, el Trapero, le regateó unos libros del Leteo a Benedetti que se enfadó con el dramatismo de la letra de  un tango: "Te pido tres y me regateas uno. Ya nos maltrata bastante la vida para que vos sea su cómplice. Sos un amarrete". "Después de hojearles en una siesta de cocido, prenderé la barbacoa con ellos" , dijo con descaro Larsen. 
El Editor de Labici nos habló del Laponiano Gromov y de sus correrías por los San Fermines: "En la curva de Estafeta se había encontrado con Sánchez Ostiz, bastante perjudicado y con un pañuelo rojo. En su descenso a las almonedas, entre joyas barojianas, se encontró una carta de amor victoriano de Blanca Berasategui  a Félix de Azúa". ¡Madre mía, cómo está el patio!
En la Furgodesván, el Ultraísta, con barba de exministro socialista, nos saludó con alguna novedad cinéfila. Llegó el que faltaba, Simenon, con un discurso ensayado en el café Victoria mientras desayunaba un café con croissant. Nos arengó sobre el ingeniero poeta social Celaya, de las obras completas de Blas de Otero (primo de su abuelo), del mejor poeta de los Panero, que se había matado en un accidente. Acabó con una sentencia como buen discípulo de Cioran. "Vivimos en la derrota. Que a ustedes les vaya bien."
Con un dinosaurio sin catalogar, Larsen se fue al Pleistoceno. Tinofc, con su bolsa de pipas y aceitunas y, con un libro de R. Juárez en la mariconera, emprendió el viaje a su pueblo, donde le espera una comida familiar con sobremesa de solysombra; allí tendrá la oportunidad de entonar los versos que se aprendía de memoria en su juventud a la orilla del Esla.
"Vente conmigo al campo si no sabes/ qué hacer con tanta páginas borrosas. / Yo pongo las palabras y tú el beso. / Mi soledad se irá por donde vino."







26 de julio de 2013

La cripta de los capuchinos






Tarjeta, cortesía de Gromov.






Hola Larsen, te escribo para contarte una cosa muy curiosa. Estoy en un congreso en Pamplona y he ido, ya sabes, a ver si pillaba algo (y he conseguido cosas muy buenas, aunque carillas, de los Baroja).

Resulta que entré en una tienda de antigüedades de lo más pintoresca (llena de máscaras africanas) y al fondo al fondo tienen un amasijo de libros de lo más variopinto. Y resulta que encuentro una balda con libros de Sánchez Ostiz que ha vendido o cambiado al anticuario. Muchos enviados gratuitamente por editoriales como Salamandra o  Asteroide.

Como sé que Tino es Ostizista y algo fetichista, dile que si le interesa por ejemplo un Félix de Azúa en Alfaguara de la Biblioteca expurgada por él mismo S.O., con su firma, por unos euros se lo compro y se lo llevo. Pero si no lo tiene claro o no le interesa, pues nada, que luego el libro me lo como yo. Como curiosidad, apañé una nota de Blanca Berasategui a Sánchez Ostiz, no adivinarías sobre que: sobre !La cripta de los capuchinos! Esta nota, potentemente escaneada, seguramente vaya a los ultramarinos.
Nada más, G.  
                                                                                                                                                                                                                                                                          PD. Estoy aquí hasta el viernes a mediodía.



[El discreto Larsen]




Chapa (Editorial Labici)




Alejandro Carbajo