30 de mayo de 2013

Historias de literatura y melancolía






El Rastro, primavera del 2013











[Para T. O. , paseante melancólico. Larsen]




La filosofía en el tocador


Una temporada en el Infierno














LA FILOSOFÍA EN EL TOCADOR

La Philosophie du Boudoir del Marqués de Sade, difundida desde hace cien años en ediciones clandestinas, contiene cosas que de otro modo no conoceríamos como objeto de la pluma, si descontamos las inscripciones de los muros en rincones insalubres. 

En esta obra suena el aullido de la hiena, que voraz va a cazar por las cloacas, con piel húmeda y viscosa y con un hambre carnívora insaciable, que finalmente absorbe la sangre y devora los despojos de la vida. Cada sorbo de la roja fuente es como el agua del mar, que torna la sed siempre más rabiosa. 

A esto se corresponde la manera en que se maneja la pluma: por ejemplo, la separación de las palabras y los jirones de frases mediante guiones que cortan el aliento al discurso y desgarran el lenguaje en estertores y gemidos; la interminable retahíla de sinónimos para designar acciones y objetos que de esta forma pueden ser acariciados de modo cada vez más ávido y sensual; el lenguaje  se clava en la carne con agujas ardientes; las comillas mediante las que cualquier palabra se sella como obscenidad: es indispensable el presupuesto de una complicidad perversa del lector con el autor; esa manera peculiar de interrumpir la brutalidad palmaria de los argumentos con giros afectados para conferir a los pasajes de las coyundas más salvajes, a través de un inesperado fogonazo de mojigatería, el máximo grado de evidencia. 

El conjunto se lee con angustia, no tanto por los horrores como por la seguridad imperturbable con que se rompe el acuerdo tácito que rige las relaciones humanas. La impresión que causa es algo así como si alguien alzara la voz en un cuarto y dijese: «Puesto que estamos reunidos entre bestias...».

(Ernst Jünger: Libros crueles, en El Corazón Aventurero, 1938)
Adjuntas, las traducciones de Ricardo Pochtar en Libro Amigo de Bruguera (Charlus) y de García Calvo en Lucina (Jupien).





29 de mayo de 2013

Una novela por entregas





Capítulo 17

 Me desperté en las penumbras sin saber qué hacer. Permanecer allí sepultado en aquel piso que me había parecido tan bien el día anterior en este, en el que Lamieva no acababa de volver, me empezó a resultar insufrible. Con dos sábanas me hice una escala que enganché al pestillo del tragaluz y por él me tiré de nuevo a los tejados. Cerré el cristal y me erguí para mirar la estampa de la ciudad. De pronto añoré el lecho que dejaba abajo y un vértigo de vacío se me pegó a las tripas y comencé a vagar como un ser inhumano, como una sombra de mí mismo, por las cubiertas hasta bajar por unas casuchas como de pueblo que flotaban desperdigadas por las afueras entre burros, gitanos solitarios y espigas. Mis pies me llevaban sin saberlo hasta el cementerio. Hallé las puertas cerradas y me varé en sus hierros como un enamorado del ocaso. Después de un rato las escalé y penetré. Los cipreses ondeaban. Por los caminos de grava me dirigí hacia la tumba de mi madre. A veinte o treinta metros de ella me paré. Luego me acerqué muy lentamente, como si ella pudiera oírme y yo no quisiera despertarla de un sueño imposible de interrumpir. Tordos, gorriones, golondrinas, todo tipo de aves humildes la sobrevolaban. Las letras de oro viejo de su nombre de la lápida se reflejaban de cielo. Me acerqué a otra sepultura y robé unas flores mustias ajadas de sol y viento y se las puse encima. Cerré los ojos y los volví a abrir ya inundados con el bosque de cruces de piedra en su horizonte. Me tiré sobre la lápida y los cuervos gritaron, me encorvé y de mí salió un extraño lamento, un aullido a medias humano y a medias animal. Me arrastré por el mármol con un dolor inaguantable en el vientre. Miré al cielo y pensé que nada me importaban las verdades del mundo sino mi vida. 
 Tres o cuatro sepulturas más allá había una muy vieja, muy antigua, tallada en una piedra ennegrecida de lepra, que mostraba un hombre viejo acostado, muerto, con una larga y espesa barba y el cráneo calvo. Desnudo el torso cubierto de cintura para abajo por una sábana pétrea. En una mano una maza y en otra un cincel de escultor. Sin duda aquel hombre había esculpido su propia tumba en la que se representaba anciano y muerto con las herramientas de su oficio. Arriba, en la lápida vertical, bajo góticos pináculos, un reloj de arena con alas de murciélago y una pequeña y delicada calavera encima. Cogí una cruz de hierro medio oxidada que, torcida y floja, estaba pinchada en el suelo de una fosa de tierra. Cuando la tenía en las manos vi que en su centro había una pequeña placa de cerámica esmaltada con una leyenda en letras negras: "Como te veo me vi, como me ves te verás". Me quedé paralizado unos instantes en los que el cuervo que me habita se apoderó de mí insuflando su negra sangre por mis venas y un dolor de abismo se me metió en los ojos. Pensé que efectivamente un día, lejano o cercano, estaría ahí, entre los quietos para siempre, pero no tendría entonces ojos para verlo. Alcé la cruz que se recortó contra las nubes ceniza y la estrellé contra el reloj murciélago que se desprendió de la lápida de una pieza junto con la pequeña calavera. Me quité uno de los varios abrigos que llevaba y envolví el trozo de tumba para llevármelo.



28 de mayo de 2013

Los restos del naufragio
























Textos Tímidos



Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Palencia.






Textos Tímidos (Almaburu), Cuadernos Ínfimos y Cuadernos Marginales (Tusquets), Editorial Minúscula, Compactos (Anagrama), microrrelatos, posts en blogs, poesía en sms...

La literatura, como los gadgets, ¿tiende a la miniaturización?


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Adjunto un lote de Textos Tímidos con el que me hice este fin de semana en la Feria del Libro Antiguo y de Ocasión de Palencia.



[Gromov]



27 de mayo de 2013

La salamandra (EDITORIAL SALAMANDRA)




Salamandra de La Fuga de Atalanta, de Maier




La Salamandra

Según los cabalistas, la salamandra es un ser fantástico, un espíritu elemental ígneo. Popularmente se cree que el animal anfibio del mismo nombre (Salamandra salamandra), de la familia de los batracios, puede pasar por el fuego sin quemarse. Así lo cuenta Benvenuto Cellini en sus célebres memorias:





En su novela Ascanio, la imaginación desbordante de Dumas recrea un imaginario encuentro entre Cellini y Francisco I, cuyo emblema era una salamandra con la divisa “Nutrisco et extingo” (“De él [el fuego] me alimento y lo extingo”). Y en dicha obra, Cellini recrea su anécdota infantil como signo de predestinación al servicio del monarca. 





Modernamente, en el campo de nuestro bestiario editorial en curso (suum quique: idea recibida de libros&bitios), la salamandra es el logotipo de la editorial que puso la mano en el fuego por Mrs. Rowling y por una bicoca se hizo con los preciados derechos de edición en castellano de la saga de Harry Potter.  









[Gromov]




25 de mayo de 2013

Una novela por entregas







Capítulo 16


Entonces me desperté cuando la luz de una farola entró por la tronera. Palpé el lecho y no había mujer alguna. ¿Habrá sido todo un sueño? Me dije. Pero encontré restos de semen por las sábanas aún húmedo y el olor a hembra. Me levanté y a tientas encontré una pared y hallé unos cortinajes duros como una alfombra puesta de pie y tiré de ellos un poco. La luz artificial de la calle en la que ya había anochecido inundó despacio aquella estancia que había permanecido lustros a oscuras y, por un momento, tuve miedo de que todo se quebrase, de que todo se derritiera ante la claridad, pero no ocurrió nada. El lujo pasado de moda de aquel piso se mantuvo impertérrito, efectivamente permanecía erguido ante el paso del tiempo. Vi que la cama estaba posada sobre patas de nogal talladas en cuerpos de ninfas, las paredes tapizadas de tela describían filigranas interminables. Caminé hacia la puerta de la habitación sobre el suelo de tarima de enebro que crujía a cada pisada como si lo despertase de su embrujo de desamores. La abrí con temor de encontrar a alguien, no sabía muy bien si persona, cosa o fantasma. Fue mi rostro lo que encontré en el azogue despoblado por tantos años de los lujosos espejos. Aureolado por rizos de oro con el adornado piso de fondo aparecía perfectamente integrado en el pasado, como el habitante perfecto de ese lugar. Los primeros rasgos de mi senectud, mi prematuro envejecimiento se diluía entre cosas tan viejas y mi porte de vagabundo ridículamente digno se tornaba allí en distinguido, aristocrático. Por unos minutos me sentí como en mi sitio, como si yo perteneciese a una época pasada y, en ella, hubiese sido un gran señor melancólico y culto. Con todas estas fantasías me senté en una silla que, en el extremo de sus brazos, tenía pequeñas cabezas de león labradas. Enfrente un gran hueco en la pared con un cerco de suciedad que hacía pensar en un cuadro retirado. Estaba seguro que aquel hueco correspondía a la pintura que llevó Lamieva al rastro. Entonces comencé a inspeccionar todo el piso en busca de cosas que hubieran sido hurtadas. No me costó nada encontrar la colección de Diderot en la biblioteca para comprobar que faltaba el volumen número dos. Sin duda Lamieva campaba a sus anchas por el piso de Siena-Pombal. Volví a la cama y dormí hasta el día siguiente.




24 de mayo de 2013

Las malas compañías




El Rastro, primavera del 2013



Hacía mucho que no veíamos la bicicleta y a Ridruejo. Lo encontramos envejecido y rumiando el extraño lenguaje de las alimañas.Tinofc sorprendió al Enciclopedista, que se entretenía comprobando los números que tenía de la revista Tierra de Campos, con el carné de socio nº1 de Reto. Gracias a él gozaba de grandes descuentos en los lotes de libros y demás inventario del puesto.
En Cacharrería el Pastor descargaba unas maletas de libros ayudados por el generoso Ridruejo que se movía como el raposo en el gallinero. El Pescador recuperó del kiosko del Arroyo una colección de furgonetas de lata (faltaba la furgodesván, muy valiosa por estar descatalogada) que repartió entre los mecánicos. Unas baldosas más allá,  el Eslavo se deleitaba con unas ilustraciones del Martín Fierro y recordaba con cariño sus estudios Gauchescos en la Pampa.
En la Vidioteca del Danubio Larsen alimentaba su cinefagia con Apocalypse Now Redux mientras que  Hitchcock devoraba todo el escaparate.
 En la escombrera de Barcelona el Trapero se coló como un combullerero entre los dos caballeros de fortuna, el corsario Gromov y el filibustero Amanuense, que discutían sobre la bibliografía de piratas. Parecían dos bucaneros de saldo caribeño.
Nos contó el Psicoanalista que en el Tendido 7 dejó entre los restos una Biblia del siglo XIX como cebo para el  avispado Ultraísta que buceaba por esos fondos. El bicho picó y tiro del anzuelo, pero el libro sagrado se quedó con su dueño que se alejaba mientras le preguntaba maliciosamente por el precio de la biblia para que así se la pagase al vendedor.
Con estás pequeñas historias rastreras (nadie las cuenta como él), el primo de Freud rejuvenece varias estaciones.
Subiendo la senda del río se nos agregó el becario Gromov. Nuestra conversación bestiaria nos llevó de la rana de Salamanca, al toro del Lazarillo y a la simbología de la oca. El Inspector Ocramalliv despejó nuestras dudas sobre la existencia de un Bestiario Toscano y nos hizo la vana promesa de mandarnos una foto de la portada. De entre la espesura un chamarilero nos llamó para ofrecernos dos libros más antiguos que las piedras del riachuelo pero con menos valor. Su mujer nos animó a comprarlos con tal de que no los leyésemos allí.
En el Séptimo círculo del Purgatorio Gromov nos avisó de la purrela que se avecina sobre la  famosa obra de Dante con la publicación del nuevo libro de D. Brown. Larsen, con su olfato de lebrel, fisgó una Divina Comedia  y empezó a contar los tercetos y los 14.333 endecasílabos para borrar toda duda de estar ante una versión abreviada.  A la señora se le acabó la paciencia y le pidió un precio desajustado. El cínico Trapero le dijo que ese tronco no lo iba a leer, y que lo compraba solamente para prender la chimenea, viendo el frío y los falampos de la nieve primaveral que se nos venía encima.
Acabamos nuestro paseo en Miseria y compañía; la miseria del Rastro que se ha convertido en un desagüe y la compañía de los fieles Ultramarinos y sus manías: Gromov y sus calas, Ocramalliv y su sacarcorchos de diseño italiano, Roberto Alcázar y Pedrín y sus juegos de rol, el Amanuense y su barco pirata de Playmovil, y Larsen y sus saurios.
En miseria y compañía, nos alejamos dejando toda esperanza.
"Vamos que el largo viaje nos apremia."






23 de mayo de 2013

La dolce vita













[Tinofc Ocramalliv, bibliópata]








Crítica literaria





CRÍTICA LITERARIA

El Eugenio Onieguin de Pushkin fue calificado por Belinski como una "enciclopedia de la vida rusa" y, como tal, admite variedad de lecturas. La que hoy propongo es la mejor crítica literaria que he leído, que se condensa en estas dos líneas en las que el protagonista de dicha novela en verso se queja con hastío de sus lecturas:

"LOS CLÁSICOS SON ANTIGUOS;
LOS MODERNOS DELIRAN DE VEJEZ."

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Adjunta,  imagen de mi edición de Eugenio Oneguin de Letras universales de Cátedra (buena, pero no óptima). A ver si alguien se anima a re-traducir a Nabokov.


[Gromov]


22 de mayo de 2013

Ediciones ultramarinos










Marcapáginas







Mortisaga en el cementerio de los iconoclastas







MORTISAGA EN EL CEMENTERIO DE LOS ICONOCLASTAS

5
LA VITRINA

Aprendí a leer un día que a una camada de cinco ratones de campo se les ocurrió continuar su aprendizaje de la vida en la biblioteca. Penetraron por las galerías en las que se refugiaban durante el invierno, y aprovechando la debilidad de un nudo de la tarima, lo royeron hasta dejar expedita la entrada a la superficie, bajo una vitrina carcomida, de la que sólo quedaban intactos los cristales de las puertas, que mantenían los libros aparentemente protegidos de cualquier agresión externa. La consistencia del mueble desde fuera ocultaba la descomposición interna de la madera, que cayó en forma de fino polvo, cuando los hociquillos nerviosos de los roedores empujaron con nerviosismo los últimos restos del nudo de la vulnerable tabla. Los vi corretear de un lado para otro, de arriba abajo. La transparencia del vidrio les confería un aspecto de criaturas nacidas para el espectáculo y la contemplación. Nunca hasta ese momento me había fijado con tanto detenimiento en ellos, en la simetría de sus ojillos de azabache y el reflejo oscuro de todo aquello que miraban, en sus dedos rosáceos de funambulista y en sus grandes orejas que parecían escudriñar las profundidades sonoras de cualquier actividad. Pero el espanto y el horror me embargó, cuando uno de ellos se asomó a través del bisel que circundaba un cristal de la parte superior, ampliando su cabeza de manera monstruosa. Este recuerdo me aclaró meses después el significado de la palabra “perspectiva”, así como la diferencia que había entre mirar y ser mirado, y por supuesto, cómo de la bondad a la crueldad se puede pasar sólo en una mirada. Pero volviendo al asunto con el que comencé, en la balda inferior había dos pequeños libros antiguos de pocas páginas, con tapas duras, dispuestos en horizontal, y otros tres en vertical. Husmearon los que estaban tumbados, hasta que se decantaron por uno de ellos, el que tenía sobre su cubierta una hoja suelta, que parecía haberle pertenecido por la semejanza del tamaño y el color con las demás. La mordisquearon sorteando la tinta espesa de sus letras, con un menosprecio que nada tenía que ver con su sabor, hasta que en pocos minutos quedaron recortadas como las espinas de un pescado sobre el plato. Concluido el festín, satisfechos de su proeza, descendieron por el agujero de entrada y se marcharon por donde habían venido. La representación a la que había asistido, me hizo caer en la cuenta de que nada sabía sobre aquellos libros, por lo cual me acerqué a ver si encontraba algún intersticio para acceder a ellos, y lo encontré entre las huellas que había dejado la carcoma en uno de los laterales, junto a la pared. Si no hubiera sido por mis tres pares de patas, seguro que habría muerto asfixiado y sepultado entre los montones de quera, entre los cuales me desenvolvía con dificultad. Distinguí los veintisiete esqueletos abandonados por los anteriores visitantes, olían a universo negro, a carne de mi carne, a materia nutritiva, a la oscuridad de la que se habían alimentado todas las bibliotecas que tendría la oportunidad de conocer, reales o ficticias. Apliqué mis mandíbulas a cada uno de aquellos grafemas, hasta deglutir el último con un esfuerzo supremo. Su composición química se me subió a la cabeza, donde sus átomos desordenados se combinaron para que mis ojos, dirigidos hacia la cubierta, pudieran adivinar el significado del título que los había albergado: Mi primer abecedario. Con mis recientes aptitudes de lector, leí la cubierta del otro libro, Alphabetical order. First course, en cuya base había dibujados dos gatos con trazos esquemáticos. Pensé en lo cerca que habían estado los ratones de convertirse en ingleses ilustrados, si los felinos no los hubieran disuadido. Mi formación práctica fue completada, cuando días más tarde frecuenté uno de los otros tres libros que quedaban junto a los dos citados, se titulaba  Fábulas educativas, de Ezequiel Solana, editado por Escuela Española, después de que el maestro Sapiencio se percatara de los excrementos ratoniles, y dejara los libros diseminados por el suelo para retirar la vitrina vulnerada. Durante mucho tiempo imaginé a los alumnos sentados en sus pupitres, día tras día, engullendo  página tras página, para aprender lo que los Apodemus sylvaticus despreciaban por inútil, además de pretencioso, y lo que en mi caso resolví con una sola ingesta.

José Miguel López-Astilleros





21 de mayo de 2013

A Mario, un año después.







El Rastro, primavera del 2013












UNA VEZ

Una vez hubo un hombre
que nunca dijo, mío.
Golpeó en las puertas del mundo,
llamó a mi corazón.
Hablaba con palabras
que parecían  palomas.
Las cosas a su lado
se mudaban en blancura.
Le nacía en los ojos un alba
como un río de luz,
o como un mar lejano de gaviotas.
Un bálsamo de amor 
tenía aquel hombre
para éste mi dolor
sin nombre.

Celso Emilio Ferreiro




[ Mario, 
tus amigos, los Ultramarinos, que no conocemos el olvido, te recordamos siempre]





La garza


El Rastro, primavera del 2013




La garza blanca (Ardea alba)


Hay una leyenda de la mitología griega que tiene que ver con la garza. Se trata de la leyenda de Escila, hija de Nisos. Por amor a Minos, el rey de Creta que ansiaba el reino de Nisos, Escila traicionó a su padre. Entonces, Minos venció a Nisos y se apoderó de su patria, gracias a Escila.
Sin embargo, no mantuvo su promesa de casarse con ella y, aterrorizado por la traición hacia su padre, la ató a la proa de su navio de guerra. Los dioses del Olimpo se apiadaron de ella y la salvaron de morir ahogada y la transformaron en garza.
Por ello, pudo emprender su vuelo libremente hacia el cielo. Desde entonces, la garza simboliza al mismo tiempo la pasión ciega, la traición y la redención. Por otro lado, al observar esta ave hurgando en las marismas con su largo pico para buscar alimento, nuestros antepasados hicieron de ella el símbolo viviente de la curiosidad, pero también el de la indiscreción.




[Todas las mañana del Rastro antes de empezar la ronda, Mario nos invitaba a acercarnos al río para ver la garza blanca. Desde que se fue nuestro amigo no la hemos vuelto a ver. ]







20 de mayo de 2013

La Regenta



Una temporada en el infierno






LA REGENTA

¿Ana Ozores en nuestro Infierno? ¿La Regenta, novela erótica? Si se trata de sugerir más que de mostrar, de incitar más que de transgredir, de debelar instintos más que de desvelar pasiones, la respuesta es afirmativa. Ya en su día así lo señaló Pérez Galdós, prologuista de esta sui generis “novela de la lujuria” cuando, por la misma época, su autor era tildado por el obispo de Oviedo como un “salteador de honras ajenas”.

Lo ha visto muy bien Jean-Francois Botrel en un artículo cuya lectura recomendamos: Alquimia y saturación del erotismo en La Regenta, del que extraemos el siguiente párrafo, muy significativo:

La lujuria y el erotismo afectan a todos, activos o retirados, sin distinción de edad, de clase social ni de estado, en la ciudad y en el campo, en los lugares menos pensados (catedral, panera, carbonera,…), en el presente y en el recuerdo; es genético o sofisticado, leído o vivido y a veces sublimado, espontáneo o celestineado, hetero u homosexual; se narra como una hazaña épica, se manifiesta sin ser descrito, se supone o se calla, contamina incluso a objetos y personas, y llega al extremo de la negación: “esto no tiene sexo”.

Si algún estamento salió vivo del escalpelo de Clarín (creo que fue Alarcos Llorach quien lo señaló) fue el universitario, al que pertenecía el propio autor. Por la época de la acción de la novela, este era un ámbito estrictamente masculino, pero tal vez  hoy en día…

Se han encontrado numerosas influencias en esta obra: el Flaubert de Madame Bovary, especialmente en las escenas de teatro; el Eça de Queiroz de El Crimen del Padre Amaro y  el Zola de La conquista de Plassans, por la injerencia del elemento eclesiástico en ámbitos ajenos a su labor pastoral… Pero un atento lector nos ha indicado otra fuente que (creemos) no se ha puesto aún de manifiesto, y que es una referencia fundamental en la literatura libertina,  que con toda seguridad Clarín conoció y leyó: Choderlos de Laclos, cuyas Relaciones Peligrosas comienzan con la cita:

“He visto las costumbres de mi siglo y he escrito este libro”


que muy bien podría haber suscrito el propio autor asturiano para su crónica de época. Así, la seducción de la Regenta por Mesía sigue las pautas de las de la Presidenta Tourvel por Valmont. Pero no sólo existe este paralelismo Regenta/Presidenta: incluso el otoñal galán de provincias toma del vizconde su costumbre de “ceder” sus antiguas amantes, y tal destino final es sugerido como uno de los posibles para la heroína de nuestra novela, no menos ácida y cruel que la de Laclos.


*****

[Colaboración exclusiva del barón de Charlus. Por su parte, Jupien se contenta con la versión cinematográfica, muy estimable, de Méndez Leite y aún no ha leído la novela. Esperemos que este comentario le anime a hacerlo.  En la imagen, nuestra edición en Libro Amigo de Bruguera.]





19 de mayo de 2013

Dicho y hecho (Diario 1992-1995)



El Rastro, primavera del 2013





Mi biblioteca no es para enseñar, tiene poco de admirable: es sólo lo que queda después de haber leído. No es una biblioteca: es el autorretrato de un lector.


En literatura nunca hay menú del día, siempre se come a la carta.


Pues no debería usted sorprenderse: todos los grandes hombres somos muy modestos.


Una inteligencia completamente lógica es como un cuchillo sin mango que hiere a quien lo utiliza.


Yo daría cualquier cosa porque mis próximos días fueran como el día de hoy, un día en el que no ha pasado nada que valga la pena recordar: dos o tres libros, el café con un amigo, el ajetreo multicolor de las calles, el helado en el parque... Nada, salvo la felicidad.



La poesía nace del deseo de lo imposible o del dolor de lo irreparable.






J. L. García Martín












Una novela por entregas







Capítulo 15

El libro, sin duda, había salido del piso fantasma de Hermógenes Siena-Pombal. Todos los peristas de lo viejo sabían que el gran botín de los anticuarios de la ciudad sin nombre estaba en aquel hogar de principios del siglo XX que ese hombre rico decoró con extremo lujo para la que iba a ser su esposa y que se clausuró cuando le dejó, antes de la boda. ¿Cómo Lamieva habría tenido acceso a aquel libro? Me preguntaba. Acto seguido decidí intentar entrar en el piso de Hermógenes, ávido de aquellos tesoros, pero, sobre todo, de entrar en ese tiempo suspendido, en esa hemorragia detenida para sentir que la muerte que crecía en mis huesos se parara. Subí de nuevo a los tejados y, como un gato, corrí por las cumbres rompiendo infinidad de tejas, lanzando a la calle cascotes y cascotes. Al fin localicé, al pie de la catedral, las techumbres de la casa de los Siena-Pombal. Como un mono me subí a las chimeneas para otear algún vano en las cubiertas por el que filtrarme a esa catacumba, a esa sala de Tutancamón en la que ansiaba respirar el aire de más de cien años. Vislumbré un tragaluz del lado del patio. Lo forcé y un tafo agrio y denso salió inundándome los pulmones. Me descolgué de cabeza y perdí el equilibrio para precipitarme a la noche de la estancia. Algo blando amortiguó mi caída, algo mucho más blando de lo que había tenido por cama en mucho tiempo y una nube de polvo ascendió por los ramales de luz que daba la claraboya. Me quedé adormecido. En aquel lugar tan confortable creía haber vuelto atrás en el tiempo a un pasado tan remoto como mi infancia en la que mi madre me preparaba el lecho y me arropaba antes de toda la angustia del tiempo en fuga, antes de que ella misma desapareciera. Soñé con sus manos y su cara y me daba cuenta, dentro del sueño, de que mi vida era absurda, de que no la había aceptado nunca como era sino como una ensoñación, como una narcosis que vedara de mis ojos su dureza, que era un niño con arrugas y canas y calvicie. En eso noté que algo se movió a mi vera. En el lecho en el que había caído había alguien dormido. Las ventanas cerradas a cal y canto durante lustros no permitían ver en nada, sólo los extraviados rayos que llegaban tumefactos a la colcha de la cama. A tientas busqué entre los ropajes hasta hallar pieles suaves y desnudas, carnes jóvenes, pechos turgentes. La mujer respondió adormecida a las caricias. Me despojé de los harapos y pensé que debería tratarse de Lamieva, creía reconocer su cuerpo del encuentro en el local aquel, debía tratarse de Lamieva, la mujer del polo norte que surgía de entre las antigüedades para amar a un hombre como yo, un hombre destruido. Lamieva, que vivía escondida en el piso de Siena-Pombal. Hicimos el amor una vez tras otra, al menos siete, hasta caer desfallecidos. Entonces mi mente debilitada y arruinada de andar tantos años entre escorias imaginaba una vida allí, al margen del mundo, viviendo en aquel piso donde el tiempo estaba parado, salvados de la muerte. Lamieva y yo. Incluso imaginaba tener hijos allí, crear una familia de vampiros a salvo de todo y sobre todo del paso del tiempo, haciendo esporádicas salidas para vender los tesoros y conseguir alimentos, vistiéndonos con los ropajes de los baúles del rico al estilo belle époque, acunando a los niños en los ajuares. Y entonces me dormí y empecé a soñar que teníamos chiquillos corriendo por el piso, en todos los rincones y en todas partes y que los reunía en el salón ya con todo demediado, medio vendido todo, los muebles, los libros, los cuadros o las lámparas y les explicaba una genealogía grotesca inventada por mí con las fotografías de la casa en las que se iban sucediendo a capricho mío los antepasados de los Siena-Pombal hasta que, al final, les explicaba que llegábamos nosotros, los que ya no salíamos de la casa más que a escondidas y por los tejados y que nosotros éramos distintos y que yo había logrados salvarnos de todo y que nosotros nunca moriríamos. Acababa la explicación y los chiquillos se me tiraban encima y se partían de risa haciéndome cosquillas.



18 de mayo de 2013

Las malas compañías


La Copa del Rey.
El Rastro, primavera del 2013


Cuando las instituciones retiran los libros por falta de espacio siempre van a parar a este rincón del Rastro llamado Reto. Esta vez llegaban con la maldición del sello (Donativo) en su primera página y una bendición para los mendicantes rastreros.
Los libros llegaban del Ayuntamiento que tuvo que ser desalojado, hace tiempo, por un incendio (tres mudanzas equivalen a un incendio). "¡Cuánta morralla!, gritó Larsen como un homenaje al ingenioso Amanuense. Aun así  si uno rebusca en la basura puede aparecer un Picasso.
Tinofc, con su olfato de galateo, logró, encontrar algún ejemplar digno de ser nombrado en esta páginas: "Biblioteca de visionarios, heterodoxos y marginados".     
Las malas compañías (siempre buenas consejeras) nos animaron a tentar la suerte río abajo, donde los desposeídos sólo saben del Ayuntamiento por las ordenes mareantes de los policías locales.
El Tendido 7 trajo una colección destartalada de la revista Mandos (literatura fantástica fascista). El Amanuense, como un elefante, entró en la cacharrería  y escogió todos los ejemplares, apenas le dejó al Pescador unas migas (un par de flechas) para consolarse. Con los ejemplares en la mano y la candidez propia del principiante nos enseñaba las biografías de los monaguillos de Primo de Rivera que aparecían en el folletín del yugo. El exiliado Ocramalliv le señaló que no erán monográficos sino que eran distintos artículos con sus reverenciales soflamas al régimen. Con esta revelación al Psicoanalista le arruinó el día. El aguacil del Tendido sacando el pañuelo blanco agradecía a Larsen las fotos que le hacía a sus libros porque "desde que lo cuelgas en Tunti vendo más". "Fotografíame niño este tren de hojalata..."
En la farola de Corrientes se quejaba el Gaucho de que le habían birlado un cuadro valioso. "Después se lo venderán a la baronesa Thyssen a precio de saldo", le dijo un curioso madrileño.
Larsen se encontró con la cofradía del relojero Losada y, desde que se presenta como periodista del Diario, todos le sacan de los bolsillos la mercancía: pendientes charros, collares maragatos de zafiros, relojes barojianos y un espejo de martes de carnaval, para que los fotografie y los incluya en su catálogo de tesoros del Rastro.
Arrastrado por el suelo apareció el Ultraísta en el Desguace. Apañaba las biblias, los misales y devocionarios a dos manos. Nos contó que en Bembibre, a la salida del rosario, los vende como rosquillas a un precio de escandalo evangélico ("La pela es la pela", rezaba el catálan de Camponaraya.)
Recorrimos el Delta y el Arroyo llevados por la mano de la costumbre,  nuestra fiel amiga. Messi nos saludó y nos dio la mano sabiéndose ya campeón de liga. Nadie le quitaba esa alegría porque lo que es vender no vendía nada.
Dimos la tradicional ronda mañanera en silencio, acostumbrados  a ir escuchando, sin perder ripio, al mudo de Gromov (ausente en el día de autos). No era muy pronto pero encontrabamos todo cerrado, unos por falta de existencias (La licorería), otros por abastecimiento local (La furgodesván) y el resto empezaban a abrir presionados por la presencia de la mujer de Demóstenes (El Desengaño) o por la  riada de gente que llegaba a la Boutique Calé.
En el medio del camino a Tinofc le salió una liebre: una edición hermosa de Blanco White, el periodista liberal moderado, y una resma de papel verjurado para posibles impresiones errantes; a falta de papel estraza se lo envolvieron con la portada del Marca donde asomaba el omnipotente y humilde Mou prometiendo el título de la Copa del Rey.
Con unas pipas y unas aceitunas negras nos fuimos a la Feria del libro para montarnos en la noria.