22 de abril de 2016

Lances de Vanguardias








PAPINI FUTURISTA

Había visto uno decenas de ejemplares de libros de Papini en librerías de viejo, de fondo, en ferias de libro, en rastros dominicales, y nunca le había picado la curiosidad porque los títulos no invitaban a que a la curiosidad le entrara ningún picor: Dante Vivo, Juicio Universal, Historia de Cristo, El Diablo. No estaba uno por esos negocios entonces. Pero bastó que Borges lo convirtiera en uno de los componentes de su cabalgata de predecesores para que entonces sí, se asomara uno a Papini, a los cuentos de Papini seleccionados por Borges en su colección de lecturas selectas publicada en volúmenes altos y estrechos por Siruela y a los libros de cuentos recopilados por Borges para una Biblioteca que se vendía en kioscos. Como se sabe Borges es de esos pocos, contadísimos autores, que vuelven discípulos a sus maestros, y se las arregla para tintar de luz borgiana a quienes escribieron mucho antes de que Borges fuera un asomo de quien llegaría a ser. Así que Papini se nos presentaba como un discípulo de Borges al que éste le había vampirizado el magisterio. Pero qué espléndidos sus cuentos de El Piloto Ciego, qué obra maestra el relato del estanque. A partir de aquellos libros de Borges/Papini, sí que nos iba a interesar Papini, hasta el Papini que crucificaba a Dante y el que hacía bajar al infierno a Cristo y subía al cielo al Diablo. 
Tan popular llegó a ser Papini en tiempo de nuestros abuelos que la casa Aguilar lo homenajeó recopilando sus Obras Completas en seis apretados tomos de papel biblia. Naturalmente no eran completas aquellas Obras, pero lucían igual de bien en los salones burgueses para los que se lanzaban al mercado esas ediciones. Y no eran completas por la sencilla razón de que para recopilar unas Obras Completas de Papini no había árboles suficientes en la península ibérica: sólo el Papini periodista había producido prosa para diez tomos. De entre aquellos libros que más o menos le iban saliendo al paso a uno después de que gracias a Borges tuviera en cuenta a Papini, los mejores eran -aparte los de relatos- Gog y El Libro negro. Recogía unas curiosas entrevistas que mantenía el personaje principal con los grandes hombres del momento. Eran entrevistas inventadas, llenas de mala leche y detalles preciosos, humor centelleante y alguna caída inevitable en la pomposidad. También estaba bien Hombre Finito, que eran unas memorias tempranas, llenas de melancolía limpia. 
Fue más tarde, en Roma, donde en el mercadillo de Porta Portese nos salían continuamente libros de Papini en los tableros de 1000 liras, cuando nos sumergimos de veras en Papini. Eran ediciones muy bonitas, como casi todas las que en Florencia hacía Vallecchi. Y en algún momento, nos saltó a la mano, como si quisiera morderla, un panfleto rojo, un poco castigado, titulado Il Mio Futurismo. ¿En serio? ¿Papini futurista? Tampoco hacía falta investigar mucho, sólo estar un poco más atentos de lo que habíamos estado. En efecto, el Papini juvenil, con un aire al político Errejón ahora que lo pienso, se había involucrado con su compañero de andanzas florentinas Ardengo Soffici en el brote de futurismo que incendió la vieja Florencia. Cabe apuntar aquí que era lo natural, que el futurismo y los demás ismos de las vanguardias, tuvieran mayor eco en ciudades provincianas, un poco narcisistas, cansadas de mirarse la belleza (Sevilla ultraista, Florencia futurista, Hamburgo expresionista, Zurich dadaísta, Veracruz estridentista) que en las megápolis: la vanguardia necesitaba de jóvenes que pudieran considerar fascinante y milagroso que el ruido del motor de un coche sonara a música contra el silencio provinciano o que se pudieran subir cuarenta pisos en un viaje de un minuto en ascensor. Cansados de las melancolías de las tardes del domingo, empezaron a considerar poético el murmullo laboral de los lunes a primera hora. La sirena de una fábrica tenía más que ver con la poesía que el oboe del concierto del Liceo. 
En Florencia Papini y Soffici pusieron en marcha la revista Lacerba, que sería órgano de expresión de la vanguardia italiana. Pronto empezaron a combatir a Marinetti: una cosa es que apostaran por la necesidad de apostar por las nuevas formas de expresión artística que traía la vanguardia y otra muy distinta reírle las gracias al Papa. Para ambos, Marinetti no era más que un payaso y un literato mediocre. Se las arreglaba para conseguir adeptos con insólita facilidad, pero el nivel intelectual de los adeptos dejaba mucho que desear. Sin embargo ellos, prestando cobertura teórica a las necesidades del futurismo, daban al movimiento auténticos gigantes: por ejemplo el poeta Palazzeschi, autor del que pronto sería considerado mejor libro de poemas futurista, L'incendiario. Por ejemplo la Poesía eléctrica de Corrado Govoni, que era de Padua y fue atraído al cenáculo marinettiano, que le habría de publicar su Rarefaccione. Por su parte Soffici compuso a mano un extraordinario libro de título impronunciable BIF&ZF+18 (saldría una segunda edición, más asequible, en Vallecchi unos años después). Papini se limitaba a ejercer de periodista, de crítico, a repartir mandobles desde Lacerba, y a componer sus cuentos -nada futuristas, porque el futurismo le quedaba pequeño. Eso no impedía que al recordar su vida como futurista -muy poco después de sucedido todo, por cierto- Papini no dudase en declararse "primer futurista de Italia". La carcajada que debió soltar Marinetti al leerlo.
Los dos libros futuristas de Papini -Il Mio futurismo y Esperienza Futurista- son libros donde se hermanan el recuerdo y el adoctrinamiento. El hombre necesita explicar porqué le parece necesaria la revolución futurista, pero también afea a los futuristas su tendencia a confundir arte con payasada y les reprocha cierto conformismo: como si asustar a unos burgueses con chalecos de colores brillantes tuviese de veras algo que ver con una revolución estética. ¿Acaso no se daban cuenta de que como mucho lo que conseguirían es que los burgueses se pusiesen un chaleco brillante? ¿Querían convertir el movimiento en una moda y sólo una moda? ¿No sabían que las cosas que se ponen de moda están llamadas a pasar de moda? El apostaba por cambios más profundos, cambios en la conciencia. No se daba cuenta de que el cambio del gusto por la manera de vestir es un cambio de la conciencia. Pero Papini entendía por conciencia algo de índole exclusivamente espiritual. Sea como fuere, los dos libros futuristas de Papini están entre lo mejor que la prosa futurista nos dejó, junto al Periplo del Arte y el estudio sobre Cubismo y Futurismo de su compinche Soffici, que también acabó cansándose de Marinetti. A Marinetti le gustaban los poetas mediocres y altaneros, los que gritasen más: soportaba mal el talento de sus camaradas. Y cualquier página de Papini es prueba infalible de que detrás de ella había un talento de polemista y pensador que no podía avenirse con lo que Marinetti necesitaba. Lo que no impidió que uno de los nombres que más lustre le dieran al futurismo, gracias a sus dos tomitos de memoria temprana -donde también hay textos de intervención sobre la necesidad del pasatismo (o sea, pasar del pasado)-, y, sobre todo, a la activida de la revista Lacerba, fuera el de Giovanni Papini.

[Juan Bonilla]


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