14 de junio de 2017

Alberto Hidalgo






La Sagrada Cripta de Pombo
(extracto)

    “Alberto Hidalgo me envió hace años desde el Perú un libro titulado Jardín Zoológico. Aquel libro era un libro valiente, impulsivo, terrible, en que insultaba a todos los escritores, menos a mí. A veces iba demasiado lejos, y yo me eché a temblar, porque pensé que algún día, aunque yo pienso seguir invariable en mis trece, el joven iconoclasta se cansaría de mí, y yo conozco lo terrible que es la venganza de los que han creído en nosotros, el día que dejan de creer.
    Él iba metiendo en jaulas cerradas y de castigo a gentes que andan por ahí sueltas, triunfantes y con una seriedad de canguros, de osos o de rebecos, que nadie sabe ver en su verdadero aspecto zoológico. Hasta a algún león le reducía Hidalgo y le lograba meter en su jaula.
    La jaula de los monos y de los chimpancés era la que más concurrida estaba en el Parque Zoológico de Hidalgo, y hasta había el ferrado y tremebundo redil para el elefante.
    Yo escribí una carta agradecida a mi desconocido amigo, dirigida a Arequipa (Perú), y pasó tiempo, y sólo alguna vez pensaba con satisfacción, al ver los constantes viajes a América de los farsantes, que allí hay quien ve lo que está al otro lado del mar y es lejanísimo de la América alabada y vilipendiada.
    A veces también leía uno de esos pensamientos triviales, que Hidalgo titula Átomos en su libro, verbi gracia: ‘49. La m debería tener cuatro palotes, puesto que la n sólo tiene dos’.
    O bien leía alguna de sus biografías de esos cucos españoles que van allá y oirá las conversaciones indiscretas que allí sostienen, creyendo que nadie lo va a saber en España jamás. El capítulo a Marquina tiene un final curioso: ‘Imaginaba yo que Marquina vendría con gran melena, capa española, zapatos de torero y noble espíritu bohemio. Recuerdo haber visto un retrato suyo con tal indumentaria. Pero parece que él quiso hacernos a los americanos teatro de modestia y de burguesía. Y nos lo hizo, que conste; pero nosotros le tomamos el pelo. Un día le dije yo, en un almuerzo a la criolla, que le ofrecí: Marquina, ¿por qué usa usted medias de algodón? Es de mal gusto…’
    Alberto Hidalgo me seguía pareciendo un ser avispado, sincero hasta la grosería, penetrante hasta la invención, juvenil hasta el arrebato, y, sobre todo, bien orientado, que es lo más difícil de conseguir.
    Así, hasta que un día apareció en mi despacho un señor desconocido, de mirada de clavo, con manos nerviosas de estrangulador, cetrino como el diablo.
    - Soy Hidalgo, el autor de Jardín Zoológico-, me dijo, y yo entonces dejé la browning sobre la mesa y me dediqué a saber qué venía a hacer aquí.
     Le vi entusiasta, me enteré de qué consistía su dureza en amarlo todo demasiado y en pedir a todo demasiada perfección, y encontré que era un español nervioso, ágil, ansioso de pugilato, impaciente con esa desesperada impaciencia que corroe a todos los jóvenes del mundo en este momento.
    Durante unos días ha convivido conmigo y con mis amigos, viendo todos en él un avanzado, uno de esos hombres a los que hay que mirar al lanzar una idea, porque son como la piedra de toque de las ideas, huraños, silenciosos; pero arrebatados a veces, muchas veces, como le sucede a Hidalgo, que se dispara y mueve en el aire sus manos de murciélago, secas, enjutas, de dedos largos, afilados y curvos hacia adentro, unos dedos que son en sus intersticios entre dedo y dedo membranosos como los del murciélago.
    En su despedida –porque se va hoy precipitadamente- nos ha dejado para llenar la ausencia un precioso libro de versos, Joyería, del que es este poema:
ALBA

                                            En la humedad de la mañana, bajo
                                            un cielo de esos de fotografía,
                                            la ciudad, a lo lejos, parecía
                                            una ilusión envuelta en un andrajo.

                                            Arriba, lentamente, con trabajo,
                                            un rayo envuelto en timidez subía,
                                            y un cerro congeló su hipocondría
                                            mientras el río maldecía abajo.

                                           El viento se llenó de una fragancia
                                           de establo humedecido. A la distancia
                                           vibró el grito procaz de una vaquera.

                                          Y para comenzar su drama iluso,
                                          severo como un lord, el sol traspuso
                                          el lomo de la andina cordillera.

     Hidalgo en Pombo miraba con miradas acerbas a todos y sólo de vez en cuando entraba a saco en la conversación.
    Yo me sentía satisfecho de estar junto a un americano rebelde, cierto de tantas cosas como nosotros, de mano elocuente como una llamarada que atajaba las opiniones tontas y las prendía fuego.
    En la redacción ideal de un periódico que no existe nos encontramos reunidos siempre Hidalgo y yo”.

    (Ramón Gómez de la Serna. “La Sagrada Cripta de Pombo”. Imp. G. Hernández y Galo Sáez, Madrid, 1922 (¿?). Tomo II, páginas 238,239 y 240. En: Ernesto Daniel Andía. Diagnosis de la Poesía y su Arquetipo. Buenos Aires–1951. Editorial “El Ateneo”, pp. 295-297.)


Álvaro Sarco



[el trapero]

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