30 de junio de 2017

Carnerario


 Grabado de Elena Rodríguez



Carnerario

Pectorales major, pectorales minor, subclavius, serratus anterior, intercostales externi, intercostales interni, intercostales íntimi, subcostales y transversus thoracis.  Ya está. Creo que son todos. ¡Ah, no, tienes razón Elvira!, tú siempre has sido mejor en Anatomía, faltaba el septo músculo tendinoso… pero ¿qué es ese estruendo y esos silbidos? ¡Qué ojos tan lindos tienes Elvira! ¡Qué cálidos son tus labios! Arden como brasas entre los míos ¡Qué dulces y húmedos! Se entremezclan nuestras salivas y se deslizan quemándome las mejillas. ¡Dios, cómo me cuesta respirar!. Me aplastan el pecho tus abrazos Elvira… Otra vez ese estruendo que nos interrumpe Elvira. Sus silbidos me distraen, se introducen en mis oídos como cuchillos y me alejan de ti. Hacen que abra los ojos. Todo es oscuridad, no veo nada. ¿Dónde estamos Elvira? Apenas puedo respirar. Casi no puedo extender el pecho. Algo me oprime. No puedo moverme. ¿Qué tengo en los labios? ¿Será quizás tu saliva Elvira?... Sangre. Siento borbolleos de sangre que se escapan entre mis labios. Estoy inmóvil. No, puedo mover los brazos y los pies, pero siento un pesado fardo en mis espaldas y mis piernas. ¡Si al menos pudiera darme la vuelta y ver dónde estoy! 

Te has ido Elvira. Estoy soñando. Ahora me parece oír a lo lejos el ruido quejoso de un motor. Se acerca con caminar renqueante y perezoso, derrengado por el peso. Se ha parado. Oigo, confuso, voces y bullicio de gente. ¡Si pudiera girarme un poco! Grito con todas mis fuerzas pero se ahogan mis voces en un nuevo estruendo seguido de silbidos. ¿Son nuevos o es el eco que aguijonea mis oídos? Siento que cae todavía más peso sobre mí. Me aplasta. Ya no puedo respirar. Huele a tierra fresca empapada de sangre y orines y llegan soplos cargados de pólvora y heces. Estoy en un sueño y el sueño se ha convertido en pesadilla. Extiendo los brazos en la oscuridad buscando apoyos para intentar incorporarme. Tanteo entre una maraña de raíces hasta que toco tus dedos Elvira. Presiento tu angustia y estrecho con fuerza tu mano entre la mía pero siento confuso que esta áspera y encallecida mano no puede ser la tuya. Con rabia infinita y sacando fuerzas del dolor que me abrasa el pecho logro girarme. Una bocanada de aire del amanecer bendice mis pulmones. Me saludan el azul del cielo y una caricia que sale de unos labios tibios. Habrían sobrado los mil besos tuyos. Uno solo, Elvira, hubiera bastado para saber que aquel, tan frío, no era tuyo. Con las manos ya libres levanto de mi cara aquel rostro que me besara tan frío. Me miran los ojos de un hombre que ya no ve. Aparto los labios entreabiertos dueños de aquel beso involuntario y cae sobre mi cara, ingrávida una mano joven. No puedo incorporarme pero miro a mi alrededor para ver cuerpos inertes entrelazados, enredados y confundidos en escorzos imposibles. No recuerdo cómo he llegado hasta aquí. Quedo envuelto en las brumas persiguiendo los esquivos recuerdos.

Me distrae un jirón plateado que rasga el azul del cielo. El frío del amanecer se filtra entre el enredo de miembros que me rodean. Oigo el crujir de la hierba helada al ser pisada y voces urgentes de hombres que se acercan. Intento gritar pero la sangre inunda mi garganta. Se acercan los hombres y vuelcan sacos con polvos blancos. Este polvo blanquecino irrita mis ojos y torna rojiza mi visión. El último latido de mi corazón es un aldabonazo en mi cabeza. Reconozco aquellos silbidos lacerantes, uno de ellos atravesó mi pecho antes de estallar en la pared. Quizás sea la cal sobrante de enjalbegar el paredón la que ahora esparcen, roedora, sobre nuestros cuerpos pero antes de que queme mis ojos serán suficientes mis lágrimas para limpiarlos, mirar al cielo del amanecer y ver el precioso azul de tus ojos, Elvira.


[El Amanuense]

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