16 de febrero de 2018

Fermín se va con las sirenas





«Hay noches de insomnio en las que abandono la lectura y bajo caminando hasta los muelles, para ver arribar los barcos sireneros», escribía hace unos años Fermín López Costero en uno de los microrrelatos que dedicó a las ninfas del mar en su libro La soledad del farero y otras historias fulgurantes, y que los lectores de América pudieron leer en una antología del editor mexicano Javier Perucho, La música de las sirenas, donde su relato compartía paginación con mitos como Jorge Luis Borges, Rubén Darío o Gabriel García Márquez. Y en uno de esos barcos sireneros que tanto le atraían se embarcó ayer López Costero, maestro del cuento y de la poesía, intérprete de los sueños de las piedras del monasterio de Carracedo y amigo de Antonio Pereira, de quien aprendió tanto a la hora de trenzar sus historias fulgurantes.
Autor de los cuentos de Teatro de Sombras, que el año pasado fue finalista del Premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en España, y de los versos de La fatalidad y de Memorial de las piedras —construcción poética sobre el cenobio de Carracedo que levantó en forma de versículos y que en 2008 le valió el Premio Joaquín Benito de Lucas— Fermín López Costero falleció a primera hora de la tarde en el Hospital de la Reina, donde llevaba varios días ingresado, y con su último libro todavía reciente; un estudio sobre la revuelta de los irmandiños que subtituló «cuando los gorriones corrieron tras los halcones».
Porque Costero, que se había iniciado en la narrativa con los relatos de Pequeño catálogo de historias breves (2003) y que pronto destacó como poeta, ha sido antes que nada un investigador concienzudo del pasado del Bierzo. El autor —cuyos restos serán trasladados al cementerio de Cacabelos desde el tanatorio Funbierzo de Camponaraya hoy a las 17.00 horas— quiso escribir de los irmandiños, por ejemplo, para contarle a los bercianos cómo fue de verdad aquella revuelta que a finales del siglo XV asedió los castillos del Conde de Lemos, más allá de las fabulaciones novelescas.
Y con el verdadero nombre del Castillo de Ponferrada mantenía una batalla perdida. Nunca fue una fortaleza templaria repetía, ofuscado porque otra vez la leyenda pesaba más que la verdad, él que sabía escuchar a las piedras mejor nadie y ahora aprende a volar con los gorriones.

C. F. C. | PONFERRADA / Diario de León

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