24 de agosto de 2018

20 años de decadencia. Prólogo




“20 AÑOS DE DECADENCIA. RECUERDOS DE LA MEJOR LIBRERÍA DEL MUNDO”

PRÓLOGO

De cómo y por qué vinieron al mundo las semblanzas que prosiguen


Sin saber cómo, asistí hace meses a una de las tenidas que la Sociedad X celebra periódicamente en los sótanos del Bar Santoña. Allí, enhebré una conversación con su editor, el inefable Sarabia quien después de trasegar unos chatos de pacharán me espetó que le agradaría mucho publicarme un anecdotario de sucedidos en la mejor librería del mundo, sabedor como era de mis visitas frecuentes a la misma.

Al ser intimidatorios tanto el vozarrón como las brazadas con que el aludido aliñaba su discurso, no me atreví a levantarle el gallo y lo que comenzó como una suerte de reto trocó en fanfarronada creciente por los dos bandos. Para no quedar como un cobarde, y poco ganoso como era de ponerme a escribir, solo imaginé como vía de escape el solicitar retribución a mi trabajo, envite que Sarabia aceptó al punto para mi sorpresa. Quiso entonces que fuera yo mismo quien fijara el precio de la colaboración por lo que hube de tasarlo desorbitado en la confianza de su amilanamiento. Vano intento el mío porque es conocida en la bohemia de la localidad lo inagotable de los fondos sarabios sin que hasta la fecha nadie haya acertado a descubrir la fuente de aquellos por más que se ha intentado. Aceptada la suma por el editor, cambiamos de tercio y dimos en criticar a poetastros y juntapalabras locales y lejanos. Pusimos, ebrios, fin a la charla horas más tarde.

Pasados varios días, uno de los acólitos de Sarabia me abordó en la alcaná que recorro cuando estoy ocioso. Sin dirigirme la palabra ni detener apenas el paso me largó un sobre con el membrete de la editorial X y el nombre de Sarabia manuscrito. Sorprendido, lo tomé, el porteador desapareció sin más trámite y con curiosidad abrí el envoltorio. Contenía la cantidad que yo, bravuconamente, había señalado como precio para el anecdotario y con la aceptación del efectivo quedó adquirido mi compromiso.

Siempre había oído que Sarabia era persona despreocupada y que no llevaba cuenta ni de los encargos que efectuaba ni de los créditos que le beneficiaban así que me abandoné a la dulce tarea de invertir el adelanto percibido en mejorar mi vida aquejada entonces de una luenga necesidad. Pasaron días que dieron en semanas que acabaron en meses y me planté, sin apenas notarlo, en un año de holganza por mor del ladino anticipo.

Con el paso del tiempo se hicieron más frecuentes las noticias que me hacían llegar algunos individuos que tenía por amigos. Y digo esto porque no parece hallar acomodo en la amistad la jocosa transmisión de amenazas veladas que provenían, en mi caso, del editor crecientemente contrariado. Comenzó todo cuando llegó a mis oídos el rumor de que Sarabia bromeaba con retirarme el saludo y volverme la cara la siguiente ocasión en que coincidiera conmigo. Más adelante, propaló el bulo de que me gustaba comer con las manos sin limpiarlas al acabar y, creyendo yo que la situación era ya insostenible, un adláter de Sarabia me reveló quedamente en una concurrida presentación literaria que el editor había contratado un sicario para que me obligara con dulzura a cumplir el encargo aceptado o a devolver el anticipo, más los correspondientes intereses.

¿Para qué negarlo? Se me encogió el cuerpo y me vi invadido por una repentina inspiración literaria que decidí aprovechar. Y este es el resultado.




Editor: le escribo desde la cama donde su asalariado me ha dejado postrado tras un cambio de impresiones. En fin, insisto en la innecesariedad de acudir a la violencia sobre todo con alguien decente como yo. 
Espero que al recibir este prólogo a la semblanza de la mejor librería del mundo se entibie su ánimo y me acoja en su seno como antes.

Saludos


[Letrado Quintano]


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