[malabia]
30 de junio de 2014
Envidia
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Envidia, por Giotto en la Capilla de los Scrovegni |
POEMA ANTERIOR
Ana Enriqueta Terán
Música con pie de salmo (1952-1964)
La envidia
esa doncella castamente llagada
me conduce y destierra.
Y miro a todo ver el cervatillo ovalado y distante.
Miro los huevos pesados de la fecundada, la estática.
La que no indaga en lenguas porque reduce, exacta,
hace redondo crea de lo dado. La envidia
esa doncella castamente llagada.
[El penúltimo novísimo]
La pasión del Marqués de Jerez
La biblioteca de la Hispanic Society of America |
*****
La colección del Marqués de Jerez de los Caballeros, Manuel Pérez de Guzmán y Boza, no fue embargada, sino vendida por su propietario a la Hispanic Society of America en 1904 por 592.500 francos (tal vez pensando en garantizar su unidad en detrimento de de los herederos, que inevitablemente la hubieran dividido). Se decía que sus 10.000 obras,
entre libros y manuscritos, conformaban la
mejor biblioteca de libros españoles de todo el mundo. Cuando salieron de España, Menéndez Pelayo
dijo que se trataba de una pérdida peor que la de Cuba.
[Gromov]
Un mitin de irracionales (Editorial Ganso y Pulpo)
Es cosa harto sabida que en los benditos tiempos del moralista y fabulista griego Esopo hablaban los irracionales y decían sus conceptillos y sentencias como cualquier sabio de los tiempos modernos.
Esopo, que había hecho profundos estudios sobre la materia, al verso libre de la esclavitud y en la corte de Creso, donde conoció a Solón, quiso saber lo que pensaban de sí mismos y de los hombres los animales, para lo cual, según cuentan las crónicas, los invitó a reunirse en determinado día. Acudieron algunos, porque todos era imposible; les explicó lo que pasaba, y se dispuso a escucharlos uno tras otro.
El León, en su cualidad de Monarca, fue el primero que usó de la palabra.
—Yo soy —dijo con voz solemne— el más fuerte y el más melenudo de los animales. No hay otro que tenga una presencia tan fiera y tan imponente. Donde siento la planta infundo pavor. Me llaman el rey del desierto. Como cuando tengo hambre, bebo cuando tengo sed, y duermo cuando tengo sueño. Soy más dichoso que el Rey de los hombres, porque hago lo que quiero. Además de ser señor de los animales, soy señor de mí mismo.
Dijo, y sacudiendo majestuosamente la espesa melena, cedió su sitio a otro orador.
Presentose el Tigre, el que, lanzando miradas centelleantes y abriendo sus horribles fauces, de donde colgaban aún jirones de carne fresca, empezó del modo siguiente:
—Confieso que tengo unos gustos muy sangrientos. Mis placeres se cifran en destrozar la presa que cae entre mis garras. Me embriaga el olor de la sangre… ¡Ay del que se pone a mi alcance! Sin embargo, en cuanto aplaco el hambre me echo a dormir. No me gusta atormentar a mis víctimas, como ciertos asesinos cuya historia he leído en los libros de los hombres.
Acabado de decir esto, lanzó el Tigre un rugido espantoso, y huyó al bosque vecino.
Tocó su turno al Oso, y dijo así:
—Yo no quiero alabarme; soy malo, gruñón, pesado de espíritu y de cuerpo, y, en fin, no tengo nada en que fundarme para pensar que puedo agradar a nadie. Por eso vivo en la soledad y evito en todo lo posible rozarme con los demás animales. Estando solo, evito a todos el disgusto de verme y oírme. ¿No doy con esto una prueba de buen juicio? Pues lo mismo que yo hago debieran hacer aquellos hombres que son tan poco agradables como yo; de modo que tienen todos mis defectos, sin tener ninguna de mis buenas cualidades.
Retirado el Oso, poquito a poco, se presentó en escena el Mono.
Este, a guisa de exordio, comenzó su discurso haciendo gestos cómicos y movimientos ridículos, que excitaron la hilaridad de los presentes.
—Señoras y caballeros —dijo haciendo visajes—: Tengo el honor de presentar a ustedes en mi persona al más listo, al más gracioso, al más maligno y al más espiritual de todos los animales. En una palabra, soy el Mono, y con esto está dicho todo. Hago con mi cuerpo lo que quiero, y he nacido para divertir a los demás. ¡Cuántos actores quisieran tener mi talento! En vano les doy lecciones y les predico continuamente: «Sed naturales, moveos con gracia…». Nada, se empeñan en no seguir mis consejos, y así es que a cada momento están expuestos a llevar una silba.
Tras el Mono se acercó tímidamente la Liebre, y mirando recelosa al derredor, dijo:
—Yo soy miedosa, muy miedosa; pero el miedo no me ha hecho cometer nunca una bajeza. No sé si me habrán engañado, pero me han asegurado que muchos hombres hacen todo lo contrario.
Calló la Liebre y tomó la palabra el Ciervo.
—Yo me tengo por el más feliz de los animales. ¿De qué me quejaré yo? Mi compañera es buena, cariñosa y, sobre todo, fiel. A cada momento me asegura que me ama, así es que soy un marido dichosísimo. Como he depositado en ella la más completa confianza, la dejo sin cuidado ninguno que vaya a vagar por el bosque con algún amigo mío. Cuando vuelve del paseo está más apasionada de mí que nunca. Yo la llamo «vida mía», y ella me contesta suspirando: «Ciervo mío». Naturalmente, al que es dichoso no le cuesta nada ser bueno, así que no tengo odio ni mala voluntad a nadie. Perdono a todos, hasta a los cazadores que vienen a perseguirme, y les deseo la fortuna mayor que puede gozarse en este mundo: una mujer como la mía.
Al Ciervo siguió el Asno.
—Yo no soy tan optimista como el Ciervo, ni tengo tanto talento como él; pero no me falta cierto buen juicio para conocer que soy muy ignorante. Mi saber es tan limitado como largas son mis orejas. No sé nada, pero me callo y no me expongo nunca a que me echen en cara mi ignorancia. Yo no enseño lo que no he estudiado: yo no escribo libros que dejen al lector tan en ayunas como está el que los escribe… En fin, no pronuncio discursos embrollados con la sana intención de que se me abran las puertas de alguna Academia. ¡Cuántos hombres son tan asnos como yo y no tienen mi modestia!
Tocó la vez al Cerdo.
—Voy a hablar o a gruñir, señores, con tanta franqueza como el orador que me ha precedido en el uso de la palabra. Si él es ignorante, yo soy inmundo, pues prefiero un lodazal a un lecho de rosas. Mi felicidad consiste en arrastrarme por el fango. Sin embargo, aunque manchado en mi exterior, tengo mi carne sana y pura mi sangre. Los hombres viciosos y corrompidos son seductores al exterior; levantad la corteza, sondead el corazón… ¿Qué halláis?… Fango y miseria.
Luego se presentó el Pavo Real.
—Afirman —dijo— que soy la vanidad andando. Que mi único placer es lucir mi bello plumaje para atraer la atención de todos. Cierto. Pero ¡cuántos hombres son más presumidos que yo, sin tener ninguna de mis ventajas! —Y se alejó haciendo la rueda.
Siguió el Canario:
—A fuerza de vivir enjaulado entre los hombres, de verlos, de oírlos, y por haber sido educado por ellos, he venido a parar en lo que soy…
El Canario no pudo proseguir, porque la Cotorra y la Urraca movieron una disputa, y empezaron a gritar, jurar o injuriarse, promoviendo tal ruido que nadie se entendía.
—¿Me dejarás hablar, vieja bachillera? —decía la Cotorra.
—¿Quieres callarte, insulsa parlanchina? —contestaba la Urraca.
—¡Anda, que eres más fastidiosa que un abogado!
—¡Quita, que eres más pesada que un orador público!
Cuando se cansaron de injuriarse, habló el Buitre.
—La raza humana es de peor condición que la nuestra: los vivos se matan unos a otros, pero los Buitres no tocamos más que a los muertos.
Tocó la vez al Cerdo.
—Voy a hablar o a gruñir, señores, con tanta franqueza como el orador que me ha precedido en el uso de la palabra. Si él es ignorante, yo soy inmundo, pues prefiero un lodazal a un lecho de rosas. Mi felicidad consiste en arrastrarme por el fango. Sin embargo, aunque manchado en mi exterior, tengo mi carne sana y pura mi sangre. Los hombres viciosos y corrompidos son seductores al exterior; levantad la corteza, sondead el corazón… ¿Qué halláis?… Fango y miseria.
Luego se presentó el Pavo Real.
—Afirman —dijo— que soy la vanidad andando. Que mi único placer es lucir mi bello plumaje para atraer la atención de todos. Cierto. Pero ¡cuántos hombres son más presumidos que yo, sin tener ninguna de mis ventajas! —Y se alejó haciendo la rueda.
Siguió el Canario:
—A fuerza de vivir enjaulado entre los hombres, de verlos, de oírlos, y por haber sido educado por ellos, he venido a parar en lo que soy…
El Canario no pudo proseguir, porque la Cotorra y la Urraca movieron una disputa, y empezaron a gritar, jurar o injuriarse, promoviendo tal ruido que nadie se entendía.
—¿Me dejarás hablar, vieja bachillera? —decía la Cotorra.
—¿Quieres callarte, insulsa parlanchina? —contestaba la Urraca.
—¡Anda, que eres más fastidiosa que un abogado!
—¡Quita, que eres más pesada que un orador público!
Cuando se cansaron de injuriarse, habló el Buitre.
—La raza humana es de peor condición que la nuestra: los vivos se matan unos a otros, pero los Buitres no tocamos más que a los muertos.
La Serpiente:
—Se puede curar de mis mordeduras, pero las lenguas de las víboras humanas hacen muchas veces picaduras mortales.
La Araña:
—La mayoría de las mujeres preparan lazos con más habilidad que nosotras, y no son por cierto pobres moscas las que cogen en sus redes.
La Tortuga:
—Yo voy poco a poco, como buena Tortuga; pero voy por el camino derecho. Los hombres van más ligeros que yo; pero, con tal de tocar su fin, toman cualquier camino, bueno o malo.
Siguió la Ostra:
—Casi siempre llevo encerrada alguna perla en mi seno: una ostra de la especie humana tendría envidia y le cerraría su puerta.
Y no habiendo ningún otro animal que hiciera uso de la palabra, Esopo viose precisado a levantar la sesión.
Cuando quedó solo, una sonrisa de satisfacción asomó a sus labios, no admirándose de que los animales se creyesen superiores al hombre, porque esta era la opinión del filósofo. ¡Tan pobre idea tenía de la especie humana.
—Se puede curar de mis mordeduras, pero las lenguas de las víboras humanas hacen muchas veces picaduras mortales.
La Araña:
—La mayoría de las mujeres preparan lazos con más habilidad que nosotras, y no son por cierto pobres moscas las que cogen en sus redes.
La Tortuga:
—Yo voy poco a poco, como buena Tortuga; pero voy por el camino derecho. Los hombres van más ligeros que yo; pero, con tal de tocar su fin, toman cualquier camino, bueno o malo.
Siguió la Ostra:
—Casi siempre llevo encerrada alguna perla en mi seno: una ostra de la especie humana tendría envidia y le cerraría su puerta.
Y no habiendo ningún otro animal que hiciera uso de la palabra, Esopo viose precisado a levantar la sesión.
Cuando quedó solo, una sonrisa de satisfacción asomó a sus labios, no admirándose de que los animales se creyesen superiores al hombre, porque esta era la opinión del filósofo. ¡Tan pobre idea tenía de la especie humana.
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Bajo licencia Creative Commons por la editorial electrónica Ganso y Pulpo.
[Gromov]
29 de junio de 2014
De Conversaciones Mantenidas, Oídas O Robadas En Librerías De Viejo
De Conversaciones Mantenidas, Oídas O Robadas En Librerías De Viejo, Donde Lo De Menos Son Las Librerías.
Apariciones
Tengo que decir que no creo en entelequias, pero tampoco creo en las casualidades. Un día no muy lejano me encontraba en una céntrica librería de viejo madrileña. Ya había escudriñado las estanterías bajas y me encontraba fisgando las estanterías altas. Llevaba un buen rato con el tomo II de las Mil y una Noches de una bonita edición romántica en la mano y buscando al descarriado I cuando sonó la campanilla chivata de la puerta. Por acto reflejo miré a ver quién entraba. Por lo pintoresco del personaje me lo quedé mirando un poco más de lo que el decoro recomienda. Se dirigió a mí y con una amplia sonrisa que dejaba ver un canino de oro me saludó:
- Buenas tardes paisa. Yo vendo libros buenos, ¿tú interesa?
Yo seguía mirando al personaje y todavía no había procesado bien la pregunta por tener la mente ocupada montándome la película con el sujeto. Por unos instantes pensé que se había escapado del tomo que tenía en la mano. De mediana estatura, enjuto, vestido con una chilaba a rayas verticales negras y grises, con sandalias de cuero que dejaban a la intemperie unos dedos con las uñas pintadas, barba de varios días, pelo negro ensortijado y un palito redondo y delgado en la boca que parecía tener vida propia. En la mano derecha una atiborrada bolsa de plástico de El Corte Inglés. ¿De dónde sería?, ¿de dónde vendría?, ¿qué buscaría en la librería?...cuando caí en la pregunta que me había formulado segundos antes. Me disponía a hablar cuando se me fueron los ojos al contenido de la bolsa. No sé porqué disparatada asociación de ideas pensé que allí se encontraría el tomo I que estaba buscando, pero lo que se dejaba ver eran gruesos libros encuadernados en piel, con los cortes amarmolados. Tenían buena pinta. Parecían de principios del XIX. La intuición me avisaba, podían ser buenos.
- ¿Tú interesa?, son buenos, eran de primo mío de Mililla…
Quise poner cara de interés, pero no demasiado, como siempre que barrunto dividendo, y le hice señas con la cabeza al de la chilaba indicándole la puerta. No sé qué cara me salió, pero el moro me miraba de forma rara. Por su expresión vi que no me entendía, por lo que insistí en las señas, ahora de forma más explícita señalando con el índice la puerta. El palito detuvo su danza entre los labios apretados y una sombra de mosqueo pobló el hirsuto entrecejo. Estaba claro que no entendía mi lenguaje gestual. Me arriesgué y me disponía a hablarle pero…
- Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarle?
Los dos nos quedamos mirando al librero que acababa de salir de la trastienda. Me hice el loco y diciendo adiós al negocio frustrado seguí buscando al travieso tomo I. El moro se encaminó hacia el librero echándome una oscura mirada.
- Buenas tardes paisa. Yo vendo libros buenos, ¿tú interesa?
Puedo asegurarles que yo no quería, pero mis piernas, por libre, se movieron un poco hacia donde estaban moro y librero.
- Bueno, depende. A ver qué trae, póngalos en el mostrador por favor.
Mirando de soslayo, contemplé cuatro gruesos tomos, muy bien conservados, con los tejuelos muy rojos, sobre la meseta de madera. El librero con cara de palo:
- A ver… sí son las Siete Partidas… la edición de Bergnes. Sí, son buenos libros. ¿Cúanto pide por ellos?
- Yo barato, libros muy buenos, dosientos Euros.
- ¿Cómo? Le daría trescientos si estuviera la obra completa, pero le faltan tomos. Lo más que le daría por estos cuatro son cincuenta Euros.
- Poco diniero. Libros muy buenos, muy bien, muy antiguos pero nuevos, eran de primo mío de Ceuta. Él cuida muy bien libros, tú poco diniero.
- Ya le digo, si estuviera completa le pagaría trescientos Euros pero la obra está incompleta.
- No, no incompleta, tu mira, aquí pone en espalda de libro. Mira, este 1, este 2, este 3 y este 4. No falta. Libros todos. Libros bien.
- Si, pero faltan el 5 el 6 y 7. Mire, ¿sabe leer español?
- Sí, yo aprendí en escuela en Mililla
- Pues mire, ¿qué pone aquí? (El librero le enseñaba la hoja de título del tomo I) Ve, las Siete Partidas, faltan pues tres libros.
Rápido de reflejos el vendedor contestaba:
- Pero yo traigo de primo mío de Almiría que tiene más, semana que viene.
Después del reglamentario tira y afloja se realizó la transacción por un importe bastante más cercano a las pretensiones del librero que a las del moro, eso sí, con la promesa de éste de traer los tres libros que faltaban, que los tenía su primo.
Hecho el arreglo el moro se dispuso a salir y al pasar junto a mí nos miramos. No sé si por la luz tamizada de la librería (la misma de todas las librerías de viejo) pero juraría que los ojos habían virado a color amarillento y la barba había tornado en perilla de chivo.
Volvimos a quedarnos solos el librero y yo. El librero anotando a lápiz en los libros recién adquiridos y colocándolos en un anaquel y yo buscando el esquivo tomo I de las Mil y una Noches. Aunque ya me imaginaba lo que me iba a encontrar, sólo por corroborarlo, cogí el cuarto tomo de las Siete Partidas. En las primeras páginas rezaba así: Aquí comienza la Setena Partida deste nuestro libro.
Después de un tiempo al fin encontré el libro descabalado. Al pagar no pude dejar de pensar en la maniobra del librero y me lo imaginaba empleando la misma estrategia a la hora de adquirir los dos tomos de la Mil y una Noches. Iba pensando en las artimañas que se emplean en esto de la compraventa libresca cuando al salir del establecimiento, justo delante de la puerta, me tropecé, mejor dicho, pisé una especie de croquetas marrones. No podía creer lo que estaba viendo… y pisando. Eran auténticas boñigas de camello. Les puedo asegurar que sé de qué les hablo, pues no en vano me pasé un verano en Lanzarote, en mi época estudiantil, trabajando en un complejo turístico en el que uno de los principales atractivos eran los paseos a camello.
[El amanuense]
28 de junio de 2014
Las malas compañías
El Rastro, verano de 2014 |
Dicen que las preguntas más que las respuestas son las que mejor definen a las personas. ¿Para qué quieres las bombillas? ¿Son de filamento? ¿Cuántos watios se necesitan para una lamparilla de lectura nocturna? Con esta batería de preguntas asedió Gromov a Tinofc. El polaco, como si la cosa no fuera con él, tarareaba medio afónico: "Canta charango, que te ayude la quena al cantar, que se callen los enamorados y el río se lleve la pena al mar". Hace unas horas que había estado con la mercera, repasando el repertorio de Mocedades en las fiestas de Villaquilambre.
En la escombrera, el trapero se arrastraba de una caja a otra. En su mano tenía una monográfico sobre los Diarios íntimos (Revista de Occidente). Aparecieron el técnico de iluminación y Nasredin discutiendo sobre la cantidad de estantes de la tienda ultramarina. "No hay tiempo para leer tanto como publicáis en el blog", se quejaba el ocioso Tinofc Ocramalliv. "Pero quién dice que hay que leerlo todo, yo sólo veo los santos", aclaró el cínico Larsen.
En la esquina del casino un libro sobre las Leyendas gallegas dio el disparo de salida entre el ruso y el trapero. El polaco con su sabiduría perdiguera sentenció: "Esas ansias de atletas os ha doblado el precio". Por una vez se equivocó.
Sobre una mesa de camping dominguero tiró un gitano los saldos de la editorial Destino y tasó en dos euros el libro. Gromov -con su querencia por la pampa y los gauchos- se interesó por Martín Fierro, pero prefirió dejarlo para más tarde. "Ya volveremos cuando todo esté más barato". El chamarilero le respondió soprendido: "Más todavía".
En el delta, el amigo de Bonilla miraba una y otra vez el móvil esperando noticias del vorticista. "No ha dado señales de vida desde que salió del anticuario, y estoy preocupado". "Se habrá ido a la academia Zaratrusta", soltó el polaco con la solvencia que da el tener los libros más raros del escritor borgiano.
Con un ejemplar de la Gramática de Podadera, el ruso se puso a leer a viva voz un dictado sobre la batalla nabal (con b, de nabos) de Cáceres, como no tenía suficiente con ese espejo de Narciso, empezó a meterse con el autor de estas crónicas, con sus faltas de ortografía y de sintaxis. Le sugirió que comprase la Podadera por el ridículo precio de un euro y repasase los soprendentes dictados.
Del arroyo llegaba el Bombita con su capote: dos tomos de las Cruzadas. Se encontró con un exabrupto de Tinofc que llevaba en brazos el tomo primero. El maletilla se reía quitándole hierro a la división del reino templario. Nos enseñó las fotos de la estantería de nogal que había comprado en Cadórniga, gastándose media extraordinaria.
El ruso como agente doble de la K. G. B. nos dio unas informaciones (cal y arena) muy valiosas. Al decano del Rastro, que se había comprado el DRAE, le soltó la perla de que en octubre salía el nuevo diccionario, más barato. Al calambrinas le habló de un expurgo de la biblioteca de Pola (tres libros por un euro). Al resto de Ultramarinos nos informó de la tarifa plana de los crisolines y de una bolsa de poleskines que habían tirado en el tendido.
Aunque tarde, Gromov ha entendido que para recoger algún galardón en este sumidero de ultramar hay que sembrar la semilla de la flor del romancero (mejor en mayo, cuando hace la calor ).
En el Desengaño acabó nuestra mañana. Demóstenes nos contaba lo inspirado que había estado esta semana entre dos parras, donde había compuesto tres nuevos poemas. Intentó recitar uno de ellos pero estaba espeso y sólo se acordaba del último verso, que es donde se lidia la gloria: “Y sereno, custodia atardeceres”. Nos aclaró que el poema hablaba de cielos y submarinos.
Con estos poemas que navegan entre las aguas de la vanguardia rusa y la claridad zamorana cruzamos el puente y emprendimos el vuelo de la celebración.
27 de junio de 2014
Delirante manual del editor freelance
Usted ha pasado horas en una pieza de la escritura, perdiendo la
noción del tiempo, y montar la cafeína mayor a poner hacia fuera un poco
de su texto más lúcido. Estás zumbido, agradecido de haber encontrado el
tiempo para comprometerse. Para profundizar y sacar todo en su
confianza de que la descarga se inspira y tocar a otros.
Cada
vez que se inicia de nuevo, es como si estuviera dotado de una visión
más clara. Puedes ver fácilmente qué borrar, modificar, añadir,
apretar. Hasta que ... Respiración profunda ... Ya está hecho.
Cocido. Completar. Usted no puede esperar para compartirlo.
Entonces interviene la vida. Tienes cosas que hacer. Un día pasa, pero
su escritura nunca está lejos de sus pensamientos. Finalmente, sus
ojos se posaron y volver corriendo a la página para revisar su obra.
Pero algo ha cambiado. Se lee entrecortado. Redundante. Incluso
aburrido. ¿Qué diablos pasó? ¿Estás loco?
Todo gran escritor
que conozco vueltas a los editores de orientación (a menudo incluso
antes de enviar el trabajo al editor en su editorial). Los mejores
editores utilizan editores.
1. Contrate a alguien pronto. Incluso si todo lo que puede darse el lujo es un profesor retirado de su escuela / universidad secundaria local. Acortar el proceso y empezar. Pronto veremos si te gusta su estilo.
2. No puede permitirse un editor externo? Muestre su trabajo con los amigos. Los listos. Los dignos de confianza. Los honestos.
3. Establezca sus intenciones. ¿Qué quieres? Limpio, copia apretado? Siempre. El desarrollo del carácter? Puede ser. Una infusión de humor o ganchos? Sí. Sí. Sí. Ayuda con las analogías? Me encanta eso. Comentarios sobre lo que funciona y lo que no? Bingo.
4. Trato puntos. Personas subestiman la cantidad de tiempo que toma buena escritura. Sea realista con uno mismo y su editor acerca de las fechas de vencimiento y los honorarios de los resultados de ganar-ganar. Consultar varios para encontrar el mejor para usted.
5. Vaya con su tripa. Al final, usted sabe que su obra más que nadie. Obtener el mejor consejo, y luego confiar en ti mismo!
Fuente: rapideo.org
[Sobre el último ítem: no con las tripas, sino con la espina dorsal decía Nabokov que se apreciaba un buen libro]
La Serie Animal de Melusina
Feria del Libro Viejo de Palencia, paradiña camino de León, primavera 2014 |
La Serie Animal propone al lector una mirada insólita sobre nuestros vecinos en la Tierra.
Unos libros muy coquetos, con un aparato gráfico muy cuidado e interesantes textos con gran cantidad de referencias a distintas culturas y civilizaciones.
La editorial, Melusina, toma el nombre de la mujer serpiente de la mitología y el floklore:
Su logo editorial, sin embargo, no explota esta poderosa imagen: es un simple pececillo.
[Gromov]
26 de junio de 2014
Anafrodisia
Parecidos razonables...
Una temporada en el infierno
Ambos libros fueron publicados en 1935, en vísperas de la Guerra Civil. La portada del primero es de Josep Renau, e induce a todo lo contrario que predica su título (la inhibición del deseo sexual). No conocemos a quién se debe el Cupido picaruelo del segundo.
[Charlus & Jupien]
25 de junio de 2014
Anotaciones
Los libros del abogado |
[Ha aparecido en el Rastro una
partida de libros profusamente subrayados y anotados; tanto, que son casi
ilegibles.]
Amanuense: Por
la firma y alguna factura del bufete entre las páginas, parece ser que fueron
de un abogado…
Larsen [tomando
una foto]: Pues los ha machacado a
conciencia, es casi algo compulsivo. Esto es típico en los libros infantiles y
escolares, pero no en estos…
Tinofc: No me
gusta anotar los libros. Alguna vez he comprado alguno así, bueno, no tanto,
sino con algunas notas marginales que no entorpecían el texto, y es como si se
pudiera leer en el alma de su antiguo dueño.
Gromov: Eso le
ocurrió a la heroína de Pushkin con Eugenio Oneguin. En la novela se nos cuenta
cómo éste, al no tener una pluma a mano en sus lecturas durante los paseos
campestres, señalaba mediante incisiones con sus largas uñas las partes de los
textos que más afines eran a su espíritu romántico. Y así, al prestar luego los
libros de su biblioteca a Tatiana, le daba también a conocer a ella sus más íntimos
pensamientos.
Amanuense: A mí me gustan los libros con amplios márgenes para anotar: es lo que confiere individualidad a un ejemplar. Pero entonces no lo presto.
Amanuense: A mí me gustan los libros con amplios márgenes para anotar: es lo que confiere individualidad a un ejemplar. Pero entonces no lo presto.
Tinofc: Sobre el
tema de los márgenes he leído algo curioso, y es que Napoleón, que era un ávido
lector, en campaña llevaba una biblioteca de libros de todo trote y
guillotinados casi a ras de texto para no cargar con peso superfluo. Pero en
París, y luego en Elba y Santa Elena, tenía ediciones pulcramente encuadernadas
y anotadas al margen.
Gromov: El
último teorema de Fermat también fue una apostilla marginal a un libro de
Diofanto sobre ecuaciones… [Abucheos] Vale, vale, me callo, ya veo que las
matemáticas no interesan.
Amanuense: Al
contrario, y os diré por qué tienen mucho que ver. Algunos libreros de viejo,
en la última página de respeto del libro, escriben a mano en código lo que les
costó y lo que pedirán por él. Por ejemplo, a cada letra de la palabra “manuscrito”
corresponde un dígito “1234567890”. De esa manera el cliente ve un jeroglífico incomprensible de letras y se queda ayuno de
los tejemanejes que le dan plusvalía al libro.
Larsen: Pues yo
no mancho los míos ni para ponerles mi nombre o la fecha. Y para mis
anotaciones, de cada uno tengo un cuaderno de lectura.
Gromov: Ahora
entiendo por qué compras libretas y pseudo-moleskines a espuertas. ¡Es que por
un lado tenemos a Larsen y su biblioteca de libros, y por otro a Minilarsen y su
minibiblioteca de poleskines!
Proyecto de minibiblioteca de Minilarsen |
[Spasavic]