Querido amigo: fíjese usted qué sucedido más curioso. En esta época de asueto me ha dado por revolver, más que ordenar, algunas estanterías. Y he rescatado, arrinconados que estaban, los libros de la Editorial Swan que adquirí hace ya una eternidad. En la fase final de mi adolescencia, y por mor de la desaparecida Librería Fontana de Barcelona (de la que le escribiré en otra ocasión), di en conocer tal editorial y algunos de los títulos de su catálogo. Tan extraños y atractivos me resultaron que me lancé a comprar los que pude en aquella librería hasta conseguir el listado que ahora tengo gracias a saldos desperdigados.
Según sé, la Editorial Swan fue el empeño a comienzos de los años 80 de dos editores cuyos nombres creo que ejercieron sobre mi mayor atracción que los propios títulos de sus colecciones: Abantos Swan y el Barón de Hakeldama. Eran dos nombres secretos, esotéricos, cautivadores y de imposible rastreo en aquel tiempo en que el conocimiento se transmitía de boca a oreja o a través de los libros. Ahora, años después, he podido saber que tras Abantos Swan descansaba José Luis Palomares Arribas, traductor de William Blake o T.S. Eliot y que, finalmente, cofundaría la editorial Langre antes de fallecer. Del otro editor no he conseguido dato alguno y desconozco quién se hallaba tras semejante seudónimo.
Al parecer, contaba la editorial con dos colecciones: La Torre de la Botica y El compás de oro. En la primera descubrí, en grato adelanto temporal, "La leyenda negra" de Juderías, "El luteranismo en Castilla en el siglo XVI" de Alonso Burgos, con las actas de dos Autos de Fe celebrados en Valladolid, El "Humanae Salutis Monumenta" de Arias Montano, el ensayo de Joscelyn Godwin sobre Athanasius Kircher, que años después dio en publicar Atalanta o un ensayo sobre William Blake de David Bindman.
Por lo que atañe a la colección El compás de oro, tan solo pude hacerme con un volumen de Carlos Castaneda, El fuego interno, y dos boutades del Barón de Hakeldama, Los huevos morales y La miseria iluminada, de imposible clasificación.
Al parecer, contaba la editorial con dos colecciones: La Torre de la Botica y El compás de oro. En la primera descubrí, en grato adelanto temporal, "La leyenda negra" de Juderías, "El luteranismo en Castilla en el siglo XVI" de Alonso Burgos, con las actas de dos Autos de Fe celebrados en Valladolid, El "Humanae Salutis Monumenta" de Arias Montano, el ensayo de Joscelyn Godwin sobre Athanasius Kircher, que años después dio en publicar Atalanta o un ensayo sobre William Blake de David Bindman.
Por lo que atañe a la colección El compás de oro, tan solo pude hacerme con un volumen de Carlos Castaneda, El fuego interno, y dos boutades del Barón de Hakeldama, Los huevos morales y La miseria iluminada, de imposible clasificación.
Por tanto, nunca pude llegar a saber cuál era la línea divisoria de ambas colecciones o el criterio editorial seguido para encajar un título en una y no en otra así que no me aventuraré. Aun así, por lo investigado creo que las obras más sesudas y clásicas hallaron acomodo en La Torre de la Botica. O quizá la pauta venía impuesta por las botellas de vino, Marqués de Cáceres en muchas ocasiones, que los editores trasegaban al mandar a la imprenta cada título y de lo que dejaban cumplida noticia en el colofón del libro.
En fin, amigo. Me parece que sobre todo editor pesa la ineludible obligación de excitar y soliviantar la curiosidad del lector. Esa sagrada obligación, respetada que era, comenzó hace tiempo a incumplirse con progresiva intensidad mientras que semejante delito se sancionaba con creciente benevolencia. Y eso es inaceptable.
Acabo ya porque mi escribiente se niega a seguir. Se queja de tanta corrección y tanto ir y venir entre las líneas.
Reciba un cordialísimo saludo desde mi chaise longue.
P.S.: moviendo libros recordé que estar solo y en silencio es un premio raramente concedido y que pocos reconocen como tal. Si la suerte le adjudicó ese beneficio, disfrútelo.
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