El Rastro, invierno del 2013 |
Todo son desventajas cuando el colectivo de Reto monta el puesto tan tarde: nos juntamos demasiados a revolver entre las cajas. Por ahí se acercó el Marchante que nos saludó y volvió al silencio trapense. Entre la ropa y las vajillas, Tinofc buscaba el volumen primero de la Historia del franquismo, el Pescador rebuscaba, entre los cuadros, la caja perdida de la tauromaquia; Gromov intentaba reunir a los cuatro hermanos Karamazov (no sale del pabellón), Larsen saldaba de nuevo los libros con sus etiquetas. Ocramalliv, el editor y esteta, se llevó varios libros por el diseño de las portadas. Siempre cultivando la belleza inútil.
Antes de empezar la procesión hacia cacharrería, Gromov, (que siempre se está despidiendo hasta la Semana Santa y, siempre, lo vemos todos los domingos), le echó en cara a Tinofc que no le regalara ninguna estampita de la Virgen de los libros; el Editor, con la frialdad del asesino de viudas, le dijo: "En San Isidoro las venden, éstas son solamente para los devotos de la Cofradía de la mala uva".
Entre el ruso y el polaco fueron desgranando títulos y autores del mundo de la bibliofilia. Empezaron a gastar munición con Bonilla, ayudante de Linares en Renacimiento, y su Enfermos de libros y otras patologías; si uno presumía de la primera edicion de Rastros y encantes de Cataño, el otro le señalaba la dedicatoria especial del librero vagabundo. Cuando se junta la erudición del jóven y la sabiduría del veterano, la biblioteca de Alejandría vuelve a arder... Todo un mundo de libros. El Lobo Larsen escapó dando voces como un enajenado: "El último que apague la luz".
Cuando se calmaron los ánimos volvimos al pabellón del reposo para hablar de Zuñiga y su pasión por los rusos. Gromov, que siempre cae de pie como los gatos pardos, nos comentó que el escritor del Largo noviembre de Madrid le había mandado una carta sobre la literatura eslava. Todo esto había sucedido en el siglo pasado. ¡Cómo se pasa la vida tan callando!
Después de recorrer la orilla del Danubio y no encontrar nada que mereciese la pena, el primo de Panero nos amenazó con mandarnos la historia del difunto Pablo Sanz, dueño de la mejor biblioteca rusa de este país. Todo un personaje para un cuento de Turguéniev. Ocramalliv disparó la última bala y nos enseñó en el móvil las fotos de las portadas de los libros, que pondrá en el escaparate de la nueva tienda de Ultramarinos: Casquería Fernández, un sótano para los grandes y olvidados escritores de la literatura popular, despojados de todo el brillo de la gloria.
Cuando montábamos en el coche se nos acercó un municipal y nos impidió salir hasta que no pasase la media maratón. Esperamos con la alegría y el consuelo de poder ver al Amanuense y a Roberto Alcázar y Pedrín que, a primera hora de la mañana, habían ido a por el dorsal y las bebidas isotónicas.
"Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos..." Recitó Tinofc con la serenidad del poeta soldado.
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