Primera edición de Rojo y Negro
en Libro Amigo de Bruguera
comprada en la Librería
solidaria Azacán de Valladolid. |
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Stendhal plagaba las relecturas de sus novelas con notas íntimas en forma de criptogramas en los que retorcía el lenguaje y a veces llegaba a mezclar el francés, el inglés y el latín, de manera que algunos han permanecido indescifrables. Es muy interesante el que dedicó, como acrónimo, a las hermanas Paca y Eugenia (de Montijo) en el célebre capítulo donde el protagonista de Rojo y Negro se ve inmerso en la batalla de Waterloo.
En la portada de la edición de la “llorada” Bruguera, que aparece aquí, se ve a un joven rollizo y aún bien parecido, cuando todavía no era más que Henri Beyle. Pero para la época de sus grandes novelas ya habían pasado los buenos tiempos: estaba envejecido, calvo y gordo (se conserva una caricatura suya, demoledora, hecha por Mérimée), de manera que Stendhal proyectó en sus bellos héroes juveniles, Julian Sorel y Fabricio del Dongo, todas sus aspiraciones incumplidas. Supongo que de la misma manera en que otro orondo personaje con fama de viejo verde, Alfred Hitchcock, sublimó en el apuesto Cary Grant y el espigado James Stewart sus frustraciones con las inaccesibles rubias de sus películas.
La otra obra maestra de Stendhal, La Cartuja de Parma, es una novela de renuncia, de balzacquianas “ilusiones perdidas”, como bien supo ver Carlos Pujol (por cierto, Balzac, como después Lampedusa y muchos otros, fue un gran admirador de Stendhal). Por eso es significativa la anotación, sólo para sí, que abre esta entrega ultramarina y que el autor, ya en su ocaso, escribió en un ejemplar de La Cartuja:
¿Preferirías haber poseído tres mujeres a haber escrito esta novela?
[Colaboración de Gromov]
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