1 de abril de 2013

Las malas compañías




Cuchilleros. El Rastro, primavera del 2013




Nos encontramos en correos con el Amanuense y el Pescador, estaban indecisos entre ir a la feria del libro de viejo de Valladolid o quedarse a ver la procesión. De donde habita el olvido salió el tripicallero Fernández que venía de renovar el ticket del coche. Larsen nos invitó a ir  al mercado de  abastos en Lavapiés donde está La Casquería, una librería que vende al peso. La idea le tentó al Padre del Psicoanálisis: "podemos cargar un camión de morralla de Industrias & Andanzas y vendérselos al peso".
En la escalinata de Bolaño vimos a la singular pareja: Simenon, relamiéndose con unas fotos de la Bardot, y a Gromov, alcanzando el nirvana con la diéresis. El Eslavo estaba algo irascible con el bendito Larsen  y el maldito Tinofc, y sobre todo preocupado por hacer un tríptico con un icono ruso.
En la esquina de Don Gutierre, Elvis, el primo de Trotsky, ensayaba una copla: "Es lo mismo que un nublado de tiniebla y pedernal...", señalando a Gromov con la intención de no venderle nada. No pudimos saciar nuestra curiosidad porque el icono popular de Tupelo se negaba a soltar prenda. El trapero de Larsen vació un saco de libros sobre la mesa y puso el cartel de liquidación por derribo. Entre los cascajos flotaban un Quijote en latín macarrónico que se llevó el profesor Rico, unos poemas de Ausiás March, Los cuervos de Korolenko, El libro de brujería de Alberto Magno, varias novelas populares con hermosa portadas y poéticos títulos: "Cantos rodados", "La noche de los caminos perdidos", "De un veraneante en invierno".
Bajamos por Cadórniga al encuentro de nuestro camello del Círculo de lectores. No apareció. "Lo habrá pillado el furgón de la policía o el de la basura como a Genarín", apostilló malvadamente  Ocramalliv.
En la ciudad impar, Simenon sacó la pipa con su aroma oriental y su famosa lista: empezó a completar la colección de Austral (tapa dura con lomo dorado "Art chinoy") para decorar su biblioteca del lago de Como, donde cree ser Fabrizio del Dongo. Gromov, nervioso porque lo miran ya de reojo en todos los puestos, no paraba de hablar (¡San Apapucio nos proteja de los solitarios!) sin orden ni concierto: "Me he enterado que en el nuevo disco de Battiato las letras se las ha hecho el filosofo Sgalambro. Ese libro de poemas lo ha escrito el cura de Barrientos, el pueblo de mi madre. Los murales  de la iglesia de San Justo de la Vega los pintó mi primo Sendo. La mejor película de Burton sigue siendo Ed wood ¿Has visto Andréi Rubliov de Tarkovski? Javier Marías es el escritor más sobrevalorado de la literatura española aunque yo prefiero al personaje F. Rico, de varias novelas suyas. Acabo de comprar una biblia con grabados de Rubens por un buen precio  en el puesto del Pastor, aunque las mejores son las calvinistas; ¡mira, mira a la casta Susana y a los viejos verdes ¡Qué colorido, qué paisaje, y qué me dices de la expresión del rostro!"
Nosotros, los solitarios, conocimos a Gromov hace un año cuando llegaba con sus cascos y el Réquiem de Tomás Luis de Victoria, refugiado en su salvavidas naranja; lo conocíamos, cariñosamente, como el Autista (el Amanuese, con la piedad que le caracteriza, le puso el nombre). Ahora desde que no se medica, se le disparan todas las conexiones neuronales de la corteza cerebral y  los neurotransmisores se pierden en el espacio sináptico, y se cree Aristóteles con sus peripateticos discípulos.
En el cruce de las calles, nuestros destinos se separaron: Simenon y Gromov se fueron al Corte Inglés a gastarse un bono de 4 euros en un película desconocida de Dreyer: "La cigüeñas del paraíso". Tinofc Ocramalliv, camino de la librería cervantina de su amigo Valín el polaco, se esfumó. Larsen quiso empezar su vialucis en el bar Algadefe (Barrio de san Mamés) con el periódico de ayer, el prieto picudo de hoy y su ración de rabo y orejas de su ronda antitaurina. Y este torpe crónista se quedó sentado en el banco del convento de las Concepcionistas, leyendo el diario Dicho y hecho del pérfido sentimental, García Martín. Así empieza: "La finalidad de un diario íntimo es hablar bien de uno mismo y hablar mal de los demás; por lo primero le gusta al autor escribirlo y por lo segundo le gusta al público leerlo".





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