16 de abril de 2013

Mortisaga en el cementerio de los iconoclastas






MORTISAGA EN EL CEMENTERIO DE LOS ICONOCLASTAS

1
PRESENTACIÓN

Mis congéneres tienen nombres menos llamativos, como Andrés, Norberto, Heliodoro o Joaquín. Yo también tenía uno de estos, pero hace tanto tiempo que no recuerdo cuál era. El caso es que un día,… Pero antes de contar el origen de mi apodo debo decir que soy un coleóptero, no sea que luego haya malentendidos y se me acuse de estafa. Ahora sí puedo continuar …siendo aún un ejemplar en edad núbil, al volver al montón de hojas en descomposición donde tenía mi aposento, tras visitar la exigua biblioteca del maestro de un pueblo cercano, fui repitiendo durante todo el trayecto con distintas cadencias el nombre científico de mi especie, Blaps mortisaga, que había aprendido en un tratado de entomología de Gottfried Hübner, titulado Insectos de este mundo y del otro. Me reconocí en el dibujo a plumilla, aprendí el nombre y sin percatarme poco a poco fui tomando conciencia, por primera vez en la vida de un escarabajo, de una identidad con la que no estaba de acuerdo. Tanto que a quienes me encontré a partir de entonces los saludaba diciéndoles “¡Adios, Blaps mortisaga!”, que administraba sin cesar con el ánimo secreto de ofender. Más tarde lo dejé en “mortisaga” para abreviar; de tal modo que toda la comunidad coleóptera terminó por referirse a mí como Mortisaga; así es que dejé de saludar con tal apelativo, por haberlo asumido como mi único nombre. Lo que no les dije jamás, es que el nombre común que alguien nos había puesto era el de “escarabajo de cementerio”, una denominación infinitamente menos complaciente, sobre todo porque estaba cifrada en una lengua que entendíamos. Cada vez que me asomaba al espejo de una gota de agua y contemplaba aquella imagen, me entraban ganas de escapar de mi propio cuerpo, pero como esto hubiera sido una quimera, decidí renunciar por voluntad propia a mi hábitat, así como a mi alimentación característica y a toda compañía animal. Determiné, por tanto, vivir entre los seres que habían hecho posible mi exilio, los libros en proceso de descomposición, fuera este último definitivo o transitorio, que eso poco me importaba. Les advierto que no tengo nada que ver con un tipo llamado Gregorio Samsa, famoso en las bibliotecas por haber creído que se había transformado en alguien como yo; para desgracia suya o quizás mía sólo nos parecemos en el color, aunque el suyo corresponde al de la tinta que le da vida, una vida de personaje que en nada se parece a la mía, real, aunque carente de atributos humanos en mi fisiología externa; aunque si les he de decir la verdad, creo que no es más que un acto de cobardía y de soberbia despertarse sobre un caparazón que a uno no le corresponde, y que encima detesta. No vayan a pensar que mis limitaciones están determinadas por mi torpe movilidad, por el transcurso de una historia no escrita para seres minúsculos y acorazados o por espacios inalcanzables, sobre todo después de atiborrarme de los primeros iconoclastas, que así fue como llamé a los primeros libros y los sigo llamando, por mucho que después llegara a la conclusión de que no a todos les cabía el significado de esta palabra en sus intenciones. Me propongo irles dando cuenta de mi  relación con ellos, según me lo vayan permitiendo mis maltrechos artejos cansados.

José Miguel López-Astilleros

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.