El Rastro, verano del 2013 |
Quien formula una pregunta sobre sí mismo siempre encuentra una respuesta en la dirección contraria a la que está caminando.
Es de cobardes o tramposos renunciar, de entrada, al mundo alegando que no merece la pena. Por el contrario, es necesario conquistar el mundo para renunciar a él.
La soledad involuntaria nos devuelve a la realidad de nuestro origen y nos delata el secreto mejor guardado desde los inicios de la humanidad: la compañía es ficción.
Nuestras ideas acerca de la humanidad nos informan, en realidad, de nosotros mismos. Primero, cuando somos grandilocuentes, nos entusiasmamos por ella; luego, convertidos en misántropos, la odiamos; finalmente, ya indiferentes, la excluimos del vocabulario. Evolucionamos nosotros no la humanidad, que nunca ha sido sino una palabra que sólo sirve para denunciar nuestra edad espiritual.
Los recuerdos de lo que fuimos nos parecen tan venerables como las ruinas. No importa tanto como fue el edificio cuanto la fantasiosa evocación que nos produce.
Quien no ha deseado, cuando menos una vez, que arda el mundo no está autorizado para hablar de paz.
Para romper el círculo vicioso debemos encontrar un camino intermedio entre el de los cobardes, que sólo esperan lo que ocurre, y el de los ilusos, que únicamente se afanan por lo que nunca ocurrirá.
[V. K.]
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