Rocinante y el rucio por Carnicero, en la edición del Quijote de Ibarra para la Academia
[...] cuya amistad dél [rucio] y de Rocinante fue tan única y tan trabada, que hay
fama, por tradición de padres a hijos, que el autor desta verdadera
historia hizo particulares capítulos della; mas que, por guardar la
decencia y decoro que a tan heroica historia se debe, no los puso en
ella, puesto que algunas veces se descuida deste su prosupuesto, y
escribe que, así como las dos bestias se juntaban, acudían a rascarse el
uno al otro, y que, después de cansados y satisfechos, cruzaba
Rocinante el pescuezo sobre el cuello del rucio (que le sobraba de la
otra parte más de media vara), y, mirando los dos atentamente al suelo,
se solían estar de aquella manera tres días; a lo menos, todo el tiempo
que les dejaban, o no les compelía la hambre a buscar sustento.
Digo que dicen que dejó el autor escrito que los había comparado en la
amistad a la que tuvieron Niso y Euríalo, y Pílades y Orestes; y si esto
es así, se podía echar de ver, para universal admiración, cuán firme
debió ser la amistad destos dos pacíficos animales, y para confusión de
los hombres, que tan mal saben guardarse amistad los unos a los otros.
Por esto se dijo:
No hay amigo para amigo:
las cañas se vuelven lanzas;
y el otro que cantó:
De amigo a amigo la chinche, etc.
Y no le parezca a alguno que anduvo el autor algo fuera de camino en
haber comparado la amistad destos animales a la de los hombres, que de
las bestias han recebido muchos advertimientos los hombres y aprendido
muchas cosas de importancia, como son: de las cigüeñas, el cristel; de
los perros, el vómito y el agradecimiento; de las grullas, la
vigilancia; de las hormigas, la providencia; de los elefantes, la
honestidad, y la lealtad, del caballo.
(Cervantes, Quijote, II, XII)
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[Gromov, metafísico porque no come]
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