El padre Rufo Mendizábal, en su excelente edición anotada del Quijote, recoge las diferentes acepciones de "quimera" con ortodoxo rigor jesuítico:
Los tres significados aparecen en el texto cervantino:
[...] en ella [Dulcinea] se vienen a hacer verdaderos todos los imposibles y quiméricos atributos de belleza que los poetas dan a sus damas [...]
[...] con otras mil quimeras y mil monstros,
lleven el doloroso contrapunto.
[...] teniendo toda esta quimera que él se había fabricado por firme y valedera, se comenzó a acuitar y a pensar en el peligroso trance en que su honestidad se había de ver.
[...] los caballeros andantes parecen quimeras, necedades y desatinos.
Allí don Quijote estaba atento sin hablar palabra, considerando estos tan estraños sucesos, atribuyéndolos todos a quimeras de la andante caballería.
[Los libros de caballería] más parece que llevan intención a formar una quimera o un monstruo que a hacer una figura proporcionada.
(Primera parte)
[...] de los moros no se podía esperar verdad alguna; porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas.
Y como él sabía que la transformación de Dulcinea había sido traza y embeleco suyo, no le satisfacían las quimeras de su amo.
[...] el diablo, que no duerme, como es amigo de sembrar y derramar rencillas y discordia por doquiera, levantando caramillos en el viento y grandes quimeras de nonada [...]
(Segunda parte)
Por el Quijote en octavo de Plaza y Janés hemos sabido que los famosos molinos de viento del Campo de Montiel, con los que don Quijote y Sancho se toparon al comienzo de la segunda salida, tenían cada uno su nombre; su censo aparece citado por Astrana Marín en el prólogo a la sudodicha edición. Pues bien, uno de tales artefactos se llamaba... Quimera. ¿Acaso fue aquél que embistió el Caballero de la Triste Figura?
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[Gromov, quimérico inquilino]
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