Hay una cierta controversia en la
sustancialidad del infierno: para algunos no es más que una metáfora (como Blake:
“El Mal es el Infierno”; cf.
Bataille: La literatura y el mal),
mientras que otros lo consideran una realidad objetiva (uno de los “novísimos”,
que no son nueve, sino cuatro: muerte, juicio, infierno y gloria). Tal vez se
puedan conciliar ambas posiciones; parafraseando a Paul Eluard: “Hay un infierno, pero está en este mundo”.
A nosotros una de las
definiciones del infierno que más nos gusta es la que Dostoievski puso en
labios del starets Zósima en Los hermanos
Karamazov: “El infierno es la
incapacidad de amar”. Algunos también la atribuyen a Santa Teresa de Jesús,
completándola con: “…y de ser amado”.
Aunque en otras ocasiones nos
sentimos más identificados con la que propuso Sartre: “El infierno son los otros”. Hay quienes ven algo de esto en los
diálogos (inesperados en este género cinematográfico) de El diablo en Miss Jones.
Para los futboleros el infierno
es la Segunda División (que ahora se llama estúpidamente Liga Adelante): “Un añito en el infierno”. Bertrand
Russell dedicó un libro entero (¿Satán en
los suburbios?) a describir el infierno de ciertas personas eminentes. Por
ejemplo, recordamos que el infierno del matemático tenía relación con la
infinitud inabarcable del número pi. Y circulan por ahí distintas versiones de
un apócrifo examen de termodinámica donde se pregunta si el infierno es
endotérmico o exotérmico (la respuesta es hilarante).
Pero indiscutiblemente la descripción
que más nos divierte de tal “lugar” es la que se extrae de la lectura del
último cuento de la tercera jornada del Decamerón,
en la que Boccaccio nos enseña “cómo meter el diablo en el infierno y los beneficios que ello conlleva”.
[Charlus & Jupien]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.