Las postrimerías del imperio ultramarino |
Como ya ha transcurrido más de un siglo del desastre del 98, nos quedan un poco
lejos los modos de pensamiento de entonces. Cuando oímos hoy la palabra
“ultramarinos” la asociamos únicamente a esa añeja tienda de comestibles con
mostrador de mármol y báscula para la
venta a granel. Pero antes de la pérdida de las colonias, en el inconsciente
colectivo había otras resonancias y acepciones, como hemos constatado leyendo a
Galdós en sus Episodios Nacionales.
Así, por ejemplo, cuando una esposa como Valeria Socobio quiere
“desembarazarse de una gran calamidad”, o sea, del inútil de su marido para
poder entonces mangonear a sus anchas, resuelve “mandarlo a Filipinas”. Y una
vez pasaportado su cónyuge, confiesa aliviada a su confidente Teresa Villaescusa que, en España, los territorios ultramarinos resuelven bastante bien la papeleta en ausencia del divorcio del que gozan otros países europeos.
Y cuando el marqués de Beramendi quiere meter en cintura al
manirroto de Aransis para sanear sus cuentas, le argumenta que “en España
tenemos un medio seguro de aliviar la desgracia de los que por su mala cabeza
pierden su hacienda. Se les manda a la isla de Cuba”. Y
añade: “España posee una notable ventaja sobre los demás países: posee un
bálsamo ultramarino para los males de la Patria.” Éste es, por supuesto,
“un buen destino para recobrar lo que aquí se les fue entre los dedos”.
Otra posibilidad de restauración patrimonial puede llegar, claro
está, por vía de matrimonio “con una guajirita muy mona, tierna y leal”, poseedora
de “ingenios, potreros y cafetales que reserva la virgen América”, cuyas “miles
de cajas de azúcar se podrán verter en el océano de las amarguras patrias” para
endulzarlas. A esto, Galdós lo llama con cierta retranca, “buscar una heredera
rica en el ramo de ultramarinos”.
Y por fin, cuando a Narváez o algún otro espadón molestaba por
su disidencia algún militar (o civil) díscolo, la solución era destinarlo (o
desterrarlo) a alguno de esos insalubres lugares ultramarinos: ¡santo remedio!
[Gromov]
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