La habitación
El 14 de Enero, hacia las 3 de la madrugada, me desperté sobresaltado. Estaba soñando, no recuerdo bien qué, pero era algo como que dormía en una pensión o un hotel, con calor sofocante y casi sin aire para respirar. Me levanté de la cama y con cierta dificultad, me senté en el borde. Frotándome los ojos noté la garganta reseca, y aún medio adormilado quise ir a la cocina a aliviar mi sed. Sonaba en la radio una canción de Mecano, Perdido en mi habitación, con el volumen un poco alto. Cuando me incorporé, al dar los primeros pasos tuve que detenerme unos instantes, hasta que desaparecieron las decenas de estrellitas que revoloteaban a mi alrededor, provocadas al restregarme los ojos. Ya me estaba acostumbrando a la azulada luz de la luna que se filtraba por el ventanal cuando, asustado, vi la figura de un hombre que se dirigía hacia mí desde el fondo de la habitación. Comenzó a hablarme, pero como todavía no estaba recuperado del susto no atendí a lo que decía. Era un anciano alto, delgado, con el pelo largo y muy blanco, vestido a la antigua usanza, con un traje como los de las primeras películas del cine mudo, con aspecto de aristócrata. Ya repuesto de la sorpresa inicial y preguntándome cómo habría llegado aquel hombre a mi habitación, aún algo atolondrado, quise hablar pero se me adelantó el anciano que con voz aflautada pero sorprendentemente clara me decía:
- Yo no estoy muerto, en realidad no he estado muerto nunca. No sé qué hago aquí, pero no puedo salir, quiero irme. Esta no es mi casa. Estaba en mi biblioteca, leyendo y no sé cómo he acabado aquí encerrado, sin mis libros, encerrado, encerrado, encerrado…se empeñan en que me vaya con ellos, pero yo no estoy muerto, no, sólo quiero irme de aquí.
Pasó a mi lado, me miró y levantando su mano derecha me enseñó un librito con pastas ennegrecidas y medio chamuscado. Por la expresión del rostro y por la mirada que me lanzó pensé que se trataba de un pobre loco que más que hablarme recitaba un monólogo. A pesar de mi garganta reseca y sedienta, olvidé el vaso de agua y en vez de ir a la cocina quise llegarme hasta la puerta de entrada, al final del pasillo, pues seguramente la había dejado abierta, ¿cómo si no había entrado aquel pobre demente en mi casa?
Debido a la impresión que me causó ver a aquel hombre en mi habitación no había reparado en la luz que había en el ambiente, era una luz azulada, fría, y tenía algo, un no sé qué, algo que distorsionaba, algo que no encajaba en el entorno. Estaba confuso y ya dudaba si no estaría todavía durmiendo, metido en un extraño sueño, soñando que estaba despierto. Enfrascado en ese pensamiento, giré sobre mis talones y casi me tropiezo con lo que me pareció una gruesa mujer que me esquivó justo a tiempo. Anonadado y más confuso que antes, aunque no asustado, sino perplejo, seguí con la mirada a la mujer que caminaba muy deprisa. Se dio la vuelta y pude verla. Era una mujer de mediana edad, vulgar, con el pelo recogido en un moño, ataviada con un mandil salpicado de lo que parecía harina y en zapatillas. Iba hablando nerviosa, gesticulando con las manos y se dirigió a mí amenazándome con el dedo índice con voz chillona:
- No, no y no. No insistan, ya está bien, déjenme en paz, yo no estoy muerta, jamás lo he estado. No sé qué hago aquí, ni quién me ha traído, yo estaba tranquilamente en mi casa, preparando la cena, que tenemos invitados, quiero irme a mi casa, a mi cocina, yo no estoy muerta, no se empeñe que no me voy con usted, quieren que me vaya con ustedes, pero yo no estoy muerta.
Quise hablar, contestar, pero en ese momento me di cuenta de lo que no cuadraba en aquella atmósfera, la luz lunar no proyectaba sombras, la mujer no proyectaba ninguna sombra, los muebles no proyectaban sombras… los muebles… aquellos no eran mis muebles, las paredes, aquellas paredes sin adornos…aquella no era mi habitación…
La canción de Mecano dio paso a un locutor con voz ahuecada que decía:
- Interrumpimos la programación para dar paso a una noticia que acaba de llegar a nuestra redacción. Al parecer se ha declarado un incendio en el hotel Las Vegas, de la calle Cuchilleros, en la que según fuentes del Servicio de Salud ha fallecido un varón que responde a las iniciales M.E.Q., agente comercial. Se desconocen por el momento las causas del incendio.
Se da la circunstancia de que ha habido otros incendios en lo que es hoy el hotel Las Vegas. El primero fue a finales de 1912 cuando era el palacio del conde Lasviñas, donde falleció el propietario. El palacio se restauró y se convirtió en un edificio de apartamentos. En la primavera de 1972, falleció una mujer víctima de una explosión de gas. Con la de hoy, es la tercera víctima mortal que se cobra el fuego en este edificio. Seguiremos informando si surge alguna novedad.
Son poco más de las tres, una hora menos en Canarias, y ahora pasamos a la siguiente llamada. Nos llama Margarita desde…
[El Amanuense]
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