28 de abril de 2015

Presentacion de Sicalípticos Nº1 (Segunda parte)



 

 


El grupo bohemio ya se entregaba a la animada tertulia pues, cosa rara, su líder Larsénico no comparecía. Llegó casi media hora tarde pero le acogieron con alborozo. Desde el fondo de la plaza de Carlos Pinilla vino con su foulard que empieza azul y acaba escarlata. Sonriendo con el ronroneo de las cosas que le placen sacó un ejemplar del ya mítico "Seis o siete cuentos libidinosos y tres poemas erotómanos" y dio uno a cada escritor y posaron de varias guisas frente al local decrépito. Toriles, a quién se le reconoció como el escritor de microcuentos en cuya elaboración tarda macroaños, propuso hacer cola como en los lupanares de los años 50 y con el ejemplar intonso tapando las jetas.

  

  Las gentes paraban a mirar la cosa que apenas entendían y en el supermercado de enfrente se hizo un tapón considerable de mirones perplejos que se decían que unos hombres famosos se estaban sacando fotos con el libro de una tía en pelotas en la fachada de un puticlub cerrado. Alguno dijo de unas que se quedaban extasiadas si serían o hubieran sido pupilas de aquellas. En eso, y con miedo de que la bofia hiciese lo suyo con tan nutrido grupo de escritores por los dioses ungidos, nos fuimos.    
Anduvimos erráticos las tres calles desmanteladas asegurando que era de las letras nuestras, de Don Benito una calle, de hermanos Machado otra no lejana y la farmacia famosa del boticario poeta que en el escaparate su versos tenía. El bueno de Gromov exigió saber si había comida y al afirmárselo se fue a la cabina única que los demás veíamos en los últimos años. "No tiene teléfono móvil". Dijo uno. "Ni coche, ni carnet", otro. "Ni internet en casa", añadió uno más. Preguntado por esas rarezas respondió natural que no las había necesitado hasta la fecha, aunque de hecho era al único que le había urgido llamar en tan breve lapso.
   
Hube de fijarme entonces en su indumentaria, en las sandalias con calcetines un día de lluvia, el deshilachado bolso con una cajita de cartón blanco que asomaba y en cuyo interior residían unos auriculares de música. Las largas guedejas ya muy canas que uno le envidia y el lamparón de grasa en la chaqueta que nada más llegar nos consultó si era visible. Al poco de que hablas con él te desaparece en los suelos adonde se va a buscar botones perdidos. Le dicen que los usa en las cabinas y en el rastro para comprar a los gitanos libros a los que les regatea de tres a dos botones, porque ese que se ahorra le sirva para timar, más allá, a otro gitano. En una de esas se le iluminó la sonrisa lobezna al levantarse con una moneda dorada de chocolate que siendo poca chuchería algún rapaz extraviara.

  
Se estuvo Gromov muy callado pero aun así contó muchas cosas de librerías que le han echado y hasta de puestos del rastro y de cómo sin llegar a hurtar libros los despistaba los códigos de unos a otros, de los caros pegándoles los baratos que se compraba y que, incluso, para cuando le pillaran tenía preparada la defensa argumentando que eran ellos los que se equivocaban con las pegatinas.   
El querido Amanuense y procaz plagión y extendedor de apócrifos Dakovikas me prestó el raro único libro de Juan Panero en primera edición salido de la imprenta de Altolarrigue de 1936 y Larsénico sacó dos dobladillos, nueva edición microplegada, con las joyas breves de escritor libidinoso perpretadas en la Gurmandise, León-París, desapareciendo uno de puro éxito. También se sacó del zurrón mágico dos suicidios literarios de Pizarnik, lo cual produjo otro momento gromoviesco al lanzarse este desde su zurrón al zurrón del otro.
   
Al fin dimos con nuestros huesos en la muy simbólica "Rueda", restaurante o casa de comidas, en la que los cinco restantes unánimes comimos alubias con sabor a mariscos, churrascos de costillas salpimentadas de forma extremista y milhojas espeso, vino, agua, café y gotas por un tercio de lo que pagamos en Mansilla.  
De muy variada condición fueron las palabras que nos dimos y nos guardamos muy mucho de hablar mal de los ultramarinos ausentes y Gromov se mostró interesadísimo en acceder al relato secuela que seguía el erótico suyo. Luego le llevamos al museo porque nunca lo había penetrado y nos contó muchas cosas mientras desrobábamos dos ejemplares nuestros para en exposición dejarlos.


[el cuervo]




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