30 de junio de 2015

Los impulsos del ser humano




Según Schopenhauer son tres y sólo tres, a cuál peor: el egoísmo, la perversidad y la conmiseración.


[Leído en Poe]


Las malas lenguas






- Este Gintonic está muy cargado.
- Será que la ginebra es más barata que la tónica.


Visto y oído en El molín de Javier

Obituario de una librería


La cochambrosa Tauro que nos hubiera gustado en vez de la pulquérrima librería que cierra hoy

 
Se consuma el cierre de la Librería Tauro tras tantos años con el cartel de traspaso, pero nadie ha querido cargar con el muerto. Nunca fue santa de nuestra devoción (a las pruebas nos remitimos). Aún así lo lamentamos profundamente, en serio. Otra más para la lista.

Lo que todos nos preguntamos con un regodeo un tanto buitreril es: ¿a dónde ha ido a parar su nutrido fondo de estantería? Si no me equivoco, pronto lo sabremos y daremos oportuna noticia.

[Gromov] 


29 de junio de 2015

Mortisaga en el cementerio de los iconoclastas







II. EL CEMENTERIO DE LAMINIUM


24
MATÍAS STRACCIVENDOLO

Jerónimo Barbadillo me dijo que pasaría el resto de los días que viviera en el infierno, que no era otro que su casa vacía de libros, pues durante el fin de semana varias furgonetas pertenecientes a librerías afamadas de lance se habían encargado de llevarse hasta el último ejemplar. Ya sólo faltaba hacer lo mismo con Laminium, en la cual sólo quedaban dos facsímiles de dos traducciones diferentes de la Eneida al italiano del siglo XVI, de pésima calidad, aunque lo que nadie sabía ni tampoco dijo él, es que quien se los vendió hacía treinta años, le enseñó unas radiografías de sus cubiertas de piel, entre las cuales había unos trozos de papiro escondidos, que aseguró contenían unos versos manuscritos del mismísimo Virgilio, y como el precio era tan irrisorio para tal tesoro, lo adquirió con el compromiso de que mantuviera el secreto hasta que no fueran confiados a otro amante del poeta que quisiera perpetuar el sueño. 
Según parece se trataba de su particular eutanasia, puesto que sin sus queridos libros, los humores de todo su ser se volatilizarían con más celeridad, no por la melancolía de no poseerlos, sino porque cada uno de ellos representaba un órgano de su compleja naturaleza, ¿cómo iba a sobrevivir sin el lamento de la reina Dido a mano, que filtrara los residuos de sus amores imposibles e insatisfechos, o sin su edición decimonónica de Don Quijote para depurar la maldad del vivir, o sin su ejemplar de Metafísica de la penumbra de Amado Vitervo, dedicado a su amigo el gran dramaturgo Leónidas Balboa (fallecido en un incendio durante la representación de su obra La reina de Saturno), cuyas palabras acrisolaban el óxido de su soledad, o sin tantos y tantos otros…?
En estos pensamientos míos y algunas palabra suyas estábamos cuando apareció por la puerta un tipo estrafalario. Empujaba un carretón de madera pequeño con algunos libros en su interior, que dejó en mitad del recinto. Soltó la lanza con la que lo arrastraba y se quedó mirando a Barbadillo como quien espera una confidencia. Una cabellera canosa con la raya en medio le caía más abajo de los hombros, su barba rala parecía haber sido apedreada por una nube de granizo, porque no era uniforme ni cerrada, sólo el brillo de unos anteojos pequeños y redondos prestaba un poco de luz a su rostro, que emanaba una cierta displicencia. Su indumentaria estaba formada por piezas devastadas por el uso y soles pertenecientes seguramente a más vidas que la suya: una americana gris que fuera negra en tiempos de estreno, perteneciente a una moda de otro siglo, bajo la cual había una camiseta también negra con el anagrama en rojo de un grupo de rock extinguido, y unos pantalones de pinzas también negros, de esos que se guardaban en el armario para mortaja en épocas pretéritas, sujetos a la cintura con un cordón de seda verde. Este espécimen de las charcas urbanas de los mercadillos y rastros librescos era Matías Straccivendolo, como puede saber poco después, en cuyas manos me pondría Barbadillo con la seguridad de que me proporcionaría hermosos descubrimientos, a pesar de su temible aspecto. 
Sin más preámbulo ni formalismo que un saludo correcto y distante entre ellos, Jerónimo me posó en el carretón, al lado de un poemario titulado Nimiedades, cuyo autor se ocultaba en unos caracteres desvaídos y sin tinta. A ambos los había unido en su juventud el frecuentar los saldos de libros viejos, y eso mismo había ocasionado su distanciamiento, porque cierta mañana en el mismo puesto cada uno se hizo con un volumen de los dos de los que constaba la edición de la obra completa, hoy perdida, del escritor Máximo Fergal, y como ninguno dio su brazo a torcer a favor del otro, decidieron deshacerse de ellos como venganza, eso es lo que se dijeron, aunque sabían que ninguno cumpliría su palabra. 
Después de darse un abrazo de despedida, Barbadillo le hizo un ademán de que esperara, entró a la trastienda a por  los dos facsímiles y el volumen uno de la obra de Fergal, que posó en el carretón, provocándole un emocionado temblor a Matías, incluso alguna lágrima derramada hacia dentro, pero no por el valor de los libros, sino por todas la días sin reconciliarse de los que ya no dispondrían. 
Mi nuevo anfitrión me miró mientras agarraba la lanza del carretón, emitió uno gruñido, que tanto podría ser un requiebro como la invitación de un felino andrajoso, y salió de la librería Laminium, donde Jerónimo Barbadillo se desvanecería en su memoria delicuescente, tras despojarse de la última materia que lo diferenciaba de la nada.

José Miguel López-Astilleros

Diario de un esqueleto







Diario de un esqueleto
Páginas de columnismo anti-periodístico (2006-2011) Andrés Garrido

Fusilamiento de José Luis García Martín (24/ XII/ 2007)
“El 3 de Octubre de 1974, el entonces maestro de escuela José Luis García Martín fue detenido con viento de levante y conducido a un punto predeterminado por la Policía: la Dirección General de Seguridad, previo paso por la comisaría de Mieres. Hasta aquel momento su vida había sido un péndulo párvulo entre la pasión por Fernando Pessoa y la fidelidad a Víctor Botas –un Pessoa del PSOE, una persona sin personalidad.” (…)



[Javier Cuesta]


Una editorial a contrapelo




Si seguís tocando los cojones con la Editorial Manual de Ultramarinos, haré a partir de ahora lo que el decadente Des Esseintes. No ya ediciones privadas, sino tiradas de un único ejemplar: el mío. Con los autores, textos y características que únicamente a mí me satisfagan.

(improbables declaraciones de malabia en la sobremesa del Molín)

27 de junio de 2015

Idas y venidas








  JC,
 Veo que ya soy autor de Ultramarinos con una preciosísima cubierta y un título tan afortunado como Idas y Venidas (que en latinoamericano tiene un componente pornográfico muy atractivo para hacer edición allí).
Supongo que me corresponderá algún ejemplar (aparte de felicitar a mi antólogo por mejorarme).   Salud,
 J Bonilla




Los que quiera el bachiller Bonilla. La primera edición ultramarina ya se agotó. He descubierto que te tienen devoción los rastreros de ultramar. Que disfrutes de la calorina. Por cierto, ¿qué tal la presentación de Rosa rosae? ¿Ardió Alejandría?
malabia








Calorina? Ja! Hay días de primavera en Sevilla que hace más calor que aquí ahora. Lo de ayer, sorprendentemente animado.
J. 

[el trapero Larsen]

26 de junio de 2015

Las malas compañías



El Rastro, verano de 2015


- «!Estoy harto de tantos libros! Del expurgo de la biblioteca de Pola me llevé una enciclopedia de la Historia de la tipografía y una primera edición de Los Raros de Gimferrer –ya tengo tres-, a treinta céntimos cada uno. El Amanuense, ayer en Cuchilleros, se llevó un libro dedicado al expresidentes Aznar. Mira que le digo a Bombita que no me traiga tanta morralla:  Poesía completa de Cremer, con ésta tengo ya cuatro ediciones. Esta semana Tartufo me trae treinta cajas de libros».
- «Tengo la casa llena de polillas. Mi mujer se queja de los agujeros que le hacen en la ropa,  y me dice si no tienen suficiente con el papel que almaceno en mi habitación. Habrán cambiado de dieta».
El rastrero que escribe estas palabras da fe de este diálogo entre el polaco y el trapero Larsen cuando el sol empezaba a lamer el tejadillo de la plaza de toros.

La calorina cazurra los apalancó debajo de un platanal donde dieron un repaso a la torrencial obra de M. S. Óstiz, a la vocación de zapateroremendón del panfletario Mestre, a los poemas olvidados de Aldo Sanz que vive retirado entre fogones en Coladilla. Alguna pregunta quedó tirada en el asfalto: ¿Por qué presentan en León una novela de V. Botas que se publicó en los noventa? «Y vienen nada menos que tres espadachines: J. L. G. Martín, A. Manilla y J. Bonilla», puntualizó un enterado Tinofc.
También comentó el polaco que le han ofrecido el mítico Benito (100 años) para hacer la  presentación Ultramarina. «Todo ya está atado a la rueda del molino de Villaquilambre», dixit malabia.

Junto al coche del trapero –que se lo quería comprar un chatarrero- se  improvisó una firma del libro Cuentos de León (Rimpego) donde participa el poeta de la intemperie. Con la generosidad que lo define trajo un ejemplar a cada ultramarino («el resto, a pelar la pava», dijo con sorna el polaco). Con el Boli Pilot de este tarambana crónista y sobre la chapa abollada del iglú (como lo llama el Cronista de Indias) rubricó el poeta sus  misteriosas dedicatorias. La fila se rompía con el trasiego de botijos y platos que, sobre un carrito de bebé, llevaban dos marroquíes. Desde la otra acera la curiosidad arremolinaba a varios peatones.
Con la entrega del último libro firmado empezó la tertulia del botillero malasombra. Hizo un recorrido por su estancia en Sevilla y alrededores; todavía le visitan en La Alberca algunos alumnos del Instituto G. A. Bécquer, en los que sembró la flor de la poesía simbolista. Allí se encontró con unos de los Morancos que le hacía unos eskés humorísticos con los poemas de Quevedo.
Sacó una Joseleskine para leer un breve poema basado en la anécdota del coche de juguete de Gromov cuando un indigente interrumpió con las manos de la miseria y pidió unas monedas para comer. Toda la calderilla que no se habían gastado se escuchó en su mano, pero poco es lo que puede hacer un hombre con las migas de la piedad.
«Todo lo que se haga es poco», sentenció el cuentista poeta. El Amanuense que hila siempre fino bordó con su aguja de Marqués de Santillana las palabras más celebradas en este vertedero: «Todo expurgo es poco».
Sin dudar la adoptaron como la leyenda del escudo ultramarino que el artista de las psicoboligrafías haría en días venideros aprovechando sus vacaciones en las Islas.

Tinofc puso rumbo al sur; recordó sus días de mili y espaguetti wester en el desierto de Almería, donde estaba el cuartel de infantería con la primera biblioteca que sableó y con la que empezó a llenar su anaqueles. «Cada permiso llenaba el macuto de libros y unas mudas para disimular».
Bombita dio la voz de alarma. Acababan de descargar la papelería Alba (Zamora) tres puestos más abajo. 3 por 1 fue el reclamo que los puso en camino. Atrás quedó el trapero que iba a llevar a su nieta Mara al desfile de Frozen en la calle Ancha.



Morir de viento (Presentación en el bar Belmondo)


                                                                                                                                               Foto de López-Astilleros


Buenas noches, Manual de Ultramarinos es una editorial que rescata la literatura directamente del olvido. Hoy presentamos aquí el poemario Morir de viento de Jorge Pascual, un libro que escribió hace más de diez años cuando era apenas un adolescente, y que gracias a su valor nos parece que debe ser recuperado.
Os paso con Bruno Marcos a quien encargamos la edición de esta pequeña joya.


Jorge Pascual en el Belmondo


25 junio 2015







 























El cuervo y Morti en la mejor librería
del mundo


Jugando en casa (bar Belmondo) y con un lleno hasta la bandera   (al que no está acostumbrado Manual de Ultramarinos) el editor malabia y el prologuista Bruno Marcos presentaron el libro Morir de viento de Jorge Pascual. El rapsoda leonés deslumbró con un recital de sus poesías acompañado por la enigmática violonchelista Mónica Jorquera. El libro se agotó rápido y, a petición del autor, la editorial ya está preparando la segunda edición. 

Reportaje fotográfico de J. M. López-Astilleros (Agencia Ojo sin Párpados).


[Larsen]

25 de junio de 2015

Hasta la Isla de los Faisanes




       Ninguno de los presentes sabía qué isla era aquella.


 (Galdós, La de los Tristes Destinos)

24 de junio de 2015

EnREDados








[el trapero]

Solucionando problemas





Nunca entendí eso de que "el medio es el mensaje".
  Porque no te enteras. Ésta es la traducción buena: "el medio es el masaje". Por eso a algunos media habría que decirles: "no empecemos a chuparnos las pollas todavía", como hacía el señor Lobo en Pulp Fiction.

(Cándido & Viperino)

El Rastro, lugar filosófico


El Rastro por antonomasia hace justo un siglo



Un observador vulgar derivaría sus reflexiones hacia el aspecto ético-moral de este espectáculo. «El Rastro -diría- es una imagen de lo que son las pompas y vanidades mundanas. Como estos cachivaches son los honores, las glorias, los placeres humanos. Vivieron un día; hoy son nada». No echaremos nosotros por este camino; entre otras razones, porque esto de juzgar caducos y baladíes los trastos y cachivaches del Rastro es a manera de un agravio que no queremos hacer a los buenos mercaderes de la Ribera de Curtidores. ¡Caducos los trastos del Rastro! Hasta cierto punto, señores míos. Todo tiene en el mundo su palingenesia... o su palintocia; es decir, todo se renueva o todo tiene un segundo nacimiento. Muchas cosas contemplamos en este mercado popular de Madrid que luego vemos -acaso sin reconocerlas- en otros más ensalzados lugares. Las ideas mismas, lo más sutil e impalpable que existe, viejas de cien siglos algunas, nos parecen nuevas, flamantes, cuando un artista les da unos retoques con su maestría de taumaturgo. ¿Por qué queréis, hombres irreverentes y desconsiderados, arrojar el desprestigio sobre el Rastro? ¿No veis que estáis socavando una de las más legítimas y castizas de nuestras tradiciones? ¿Qué habréis ganado cuándo, a impulsos de este ímpetu destructor que conmueve las sociedades modernas, desaparezca también esta institución venerable y secular?

Más que el aspecto ético del Rastro nos interesa el psicológico. ¡Oh, muebles viejos y respetables! ¡Oh, mil diversos trebejos y apatuscos! Vosotros habéis sido los compañeros, los amigos, los confidentes de hombres y mujeres que habrán desaparecido en las lejanías de lo pretérito. Vosotros habréis visto las alegrías y los pesares, los anhelos y las desesperanzas de generaciones, que han puesto, anteriormente a nosotros, un escalón, un peldaño, para que la humanidad siga su marcha ascensional hacia una meta -lejana, indefinida- de justicia y de bienestar. Unos de entre vosotros han figurado en hogares humildes, prosaicos; otros han pasado por mansiones suntuosas. Aquí, este diván de damasco blanco con fajas verdes nos habla de una época romántica y absurda. ¿Qué historias, qué novelas, qué poemas imaginaremos al posar nuestra mirada en el asiento muelle -ya ajado- de este sofá? Hubo un tiempo en que vibraba la música de Rossini; en que Ros de Olano escribía novelas extravagantes, incomprensibles, como «El doctor Lañuela»; en que Villamil pintaba unos interiores fantásticos de catedrales; en que se iba al Prado -y a otras partes, a todas- con un estrecho pantalón gris, estirado por la trabilla; en que sonaba sobre el pavimento de los ministerios una espada terrible: la de Narváez; en que había un restaurant que se llamaba «Los Cisnes» (¿eran los manteles blancos como los cisnes?), y otro “Genéis”; en que a los balcones de mi caserón de la plaza del Ángel se asomaba la más bonita, la más esbelta de todas las españolas: Eugenia Montijo; hoy, al cabo de tanto tiempo -es natural-, una viejecita vestida de luto y que vive muy lejos de su patria... 

Todas las mañanas andan y sudan por Madrid unos hombres infatigables que llevan al hombro unos saquillos de lienzo. De cuando en cuando se paran y lanzan un grito; también gritan sin pararse. (Entre todos estos hombres hay uno cuyo grito, indefinible, de un encanto particular, es como una melopea de almuédano en su alminar.) A la una de la tarde no encontraréis ninguno de estos hombres por la calle; todos, como obedeciendo a un protocolo inviolable, han desaparecido. Su misión en las calles de la corte termina con el filo del día. Estos hombres son los hierofantes de este templo secular que se llama el Rastro: son a la par servidores del dios Tiempo. El tiempo es el dios del Rastro. Estos sus sacerdotes recorren las calles de Madrid y se llevan hacia allá abajo todos los trastos y objetos en que el Tiempo ha marcado su huella. Saludémoslos reverentemente; testimoniemos nuestro respeto a estos cultores de una divinidad dulce e implacable.


Azorín (frag.), 1914