El Rastro por antonomasia hace justo un siglo |
Un observador vulgar derivaría sus reflexiones hacia
el aspecto ético-moral de este espectáculo. «El Rastro -diría- es una imagen de
lo que son las pompas y vanidades mundanas. Como estos cachivaches son los
honores, las glorias, los placeres humanos. Vivieron un día; hoy son nada». No echaremos
nosotros por este camino; entre otras razones, porque esto de juzgar caducos y
baladíes los trastos y cachivaches del Rastro es a manera de un agravio que no
queremos hacer a los buenos mercaderes de la Ribera de Curtidores. ¡Caducos los
trastos del Rastro! Hasta cierto punto, señores míos. Todo tiene en el mundo su
palingenesia... o su palintocia; es decir, todo se renueva o todo tiene un
segundo nacimiento. Muchas cosas contemplamos en este mercado popular de Madrid
que luego vemos -acaso sin reconocerlas- en otros más ensalzados lugares. Las
ideas mismas, lo más sutil e impalpable que existe, viejas de cien siglos
algunas, nos parecen nuevas, flamantes, cuando un artista les da unos retoques
con su maestría de taumaturgo. ¿Por qué queréis, hombres irreverentes y desconsiderados,
arrojar el desprestigio sobre el Rastro? ¿No veis que estáis socavando una de
las más legítimas y castizas de nuestras tradiciones? ¿Qué habréis ganado
cuándo, a impulsos de este ímpetu destructor que conmueve las sociedades
modernas, desaparezca también esta institución venerable y secular?
Más que el aspecto ético del Rastro nos interesa el
psicológico. ¡Oh, muebles viejos y respetables! ¡Oh, mil diversos trebejos y
apatuscos! Vosotros habéis sido los compañeros, los amigos, los confidentes de
hombres y mujeres que habrán desaparecido en las lejanías de lo pretérito.
Vosotros habréis visto las alegrías y los pesares, los anhelos y las
desesperanzas de generaciones, que han puesto, anteriormente a nosotros, un
escalón, un peldaño, para que la humanidad siga su marcha ascensional hacia una
meta -lejana, indefinida- de justicia y de bienestar. Unos de entre vosotros
han figurado en hogares humildes, prosaicos; otros han pasado por mansiones
suntuosas. Aquí, este diván de damasco blanco con fajas verdes nos habla de una
época romántica y absurda. ¿Qué historias, qué novelas, qué poemas imaginaremos
al posar nuestra mirada en el asiento muelle -ya ajado- de este sofá? Hubo un
tiempo en que vibraba la música de Rossini; en que Ros de Olano escribía
novelas extravagantes, incomprensibles, como «El doctor Lañuela»; en que
Villamil pintaba unos interiores fantásticos de catedrales; en que se iba al
Prado -y a otras partes, a todas- con un estrecho pantalón gris, estirado por
la trabilla; en que sonaba sobre el pavimento de los ministerios una espada
terrible: la de Narváez; en que había un restaurant que se llamaba «Los Cisnes»
(¿eran los manteles blancos como los cisnes?), y otro “Genéis”; en que a los
balcones de mi caserón de la plaza del Ángel se asomaba la más bonita, la más
esbelta de todas las españolas: Eugenia Montijo; hoy, al cabo de tanto tiempo
-es natural-, una viejecita vestida de luto y que vive muy lejos de su
patria...
Todas las mañanas andan y sudan por Madrid unos hombres infatigables
que llevan al hombro unos saquillos de lienzo. De cuando en cuando se paran y
lanzan un grito; también gritan sin pararse. (Entre todos estos hombres hay uno
cuyo grito, indefinible, de un encanto particular, es como una melopea de
almuédano en su alminar.) A la una de la tarde no encontraréis ninguno de estos
hombres por la calle; todos, como obedeciendo a un protocolo inviolable, han
desaparecido. Su misión en las calles de la corte termina con el filo del día.
Estos hombres son los hierofantes de este templo secular que se llama el
Rastro: son a la par servidores del dios Tiempo. El tiempo es el dios del Rastro.
Estos sus sacerdotes recorren las calles de Madrid y se llevan hacia allá abajo
todos los trastos y objetos en que el Tiempo ha marcado su huella. Saludémoslos
reverentemente; testimoniemos nuestro respeto a estos cultores de una divinidad
dulce e implacable.
Azorín (frag.), 1914
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.