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DE LA RESPUESTA QUE EL EDITOR GROMO DIO A LOS TRES ESCRITORES, CUYAS CRÍTICAS LOS SUMIERON EN EL MÁS ABOSOLUTO DE LOS DESCONCIERTOS. DESESPERACIÓN QUE LOS LLEVÓ A COMETER LO QUE SE REFERIRÁ EN EL ÚLTIMO CAPÍTULO.
Crítica gromoviana de La bestia tatuada de Abel Altarriba
Señor Altarriba. He leído su novela atraído por el título tan sugerente. Nada más comenzar se nota que escribe usted con rencor hacia los maestros, lo digo por ese menosprecio del gran Nabokov con el que arranca la historia, sólo por el mero hecho de querer superar lo inevitable, y la verdad es que resulta patético. Por otra parte da la impresión de que el protagonista, corporalmente insignificante, se escuda en el lenguaje, para realizar lo que no se atreve en la realidad de la ficción, ¿verdad, Altarriba, porque usted es Bárbaro Frisón, no?, un ser minúsculo que reclama el derecho a soñar. Y como todo el tinglado argumental no se sostiene, lo adereza usted con un sadomasoquismo de niño peliculero. Respecto a Mantis Devota, ¿no cree usted que a las mujeres así no se las puede impresionar con malabares de circo? Por qué no tiene el valor de hacer de Frisón un camionero fornido, curtido por los puticlubs en los que ha estado, que busca en estos sitios lo contrario que tiene en casa, a saber, una mujer de estatura irrisoria y servil, por cuya adoración no es capaz de gozar cochinamente de ella, y termina buscando sus antagonistas, sobre las que practica sus vicios más abyectos, hasta el extremo de… Si uestes es capaz de contar esa historia con lirismo, lejos de cualquier poética tabernaria, para contrarrestar la sordidez, su novela podría pertenecer algún día al parnaso de la colección La sonrisa vertical de Afrodita, entre tanto siga usted en la brecha, guiado por algunas imágenes aprovechables. Y déjese de énfasis grotescos y trascendentalismos, basta con asomarse al otro lado de la cara más aseada y pulcra del ser humano, si no todo resulta impostado y falso.
Crítica gromoviana de La perversión de los residuos de papel de Valentina Kristel.
Querida señora o señorita Valentina Kristel, ¿o debería llamarla Mayra Copas, quizás? No entiendo la manía por metamorfosearse en personaje, eso sólo lo hace quien carece de imaginación. Una de dos, o es usted una reprimida que no se atreve a hurgar directamente en los muladares orgánicos del alma, y por eso necesita echar mano del recurso de las revistas pornográficas como motor de la acción, o todo lo contrario, ha emergido desde la más inmunda letrina de la existencia hacia arriba, y tanto ha ascendido que ha olvidado el nombre y la realidad que quiere nombrar. Déjese de absurdas parafernalias de vertedero. Ponga a Mayra Copas frente al drama de la vida, no en un salón literario para principiantes empachados de autoestima. Imagine por ejemplo que Mayra es una lesbiana sometida sexualmente por un padrastro sin escrúpulos, de quien huye manteniendo relaciones con las amantes que encuentra, pero con las cuales no obtiene placer carnal alguno, porque contra su voluntad, para ella representan la esencia espiritual del amor. Una noche ciega y loca de botellón se lía con uno de los esquizofrénicos peligrosos que no ha vuelto al manicomio. Con él descubre que para obtener el placer ha de superar la violencia infringida a su cuerpo por su padrastro, y eso sólo lo encontrará follando con los trastornados andrajosos de pollas supurantes y ulceradas de los hospitales psiquiátricos, que salen a pasear los domingos. Un conflicto así, narrado con un tono desgarrado y ambiguo, puede llegar a constituir una historia con la que lo más satánico del lector pueda identificarse. Enfréntese a esa ambigüedad que tanto la aflige desde el temblor de existir y no se esconda en invenciones infantiles. Y por favor, evita los títulos de traperos dominados por la literatura de residuo.
Al llegar a este punto, Juan Negro, antes de que Altarriba comenzara a leer la tercera crítica que Gromo había enviado a Valentina Kristel junto con las otras, se levantó indignado de la silla del café en el que escuchaba estupefacto tales injurias, le arrebató los papeles y los destrozó con saña. La indignación hizo que tras un silencio fuera Valentina quien mirando alternativamente a los otros dos compañeros, les propusiera darle un escarmiento al ejecutor de escritores noveles, el rijoso y concupiscente Gromo. Se iba a enterar, concluyeron, de lo que era una crítica destructiva y feroz.
[Los capítulos finales sólo aparecerán en la edición de papel de La prueba de Gromo]
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