Don Quijeckyll vs. Quihyde
Además de la sanchificación de Don Quijote y la quijotización de Sancho que analizó sabiamente Madariaga, hay otros binomios (como el que encabeza estas líneas) que aún no han merecido suficiente atención crítica en la tan traída y llevada dicotomía Alonso Quijano - Don Quijote. Porque si dejando de lado al Hidalgo nos centramos únicamente en el Caballero, aún así se
observa una especie de disociación dentro de la propia chifladura del personaje,
que es en palabras de Cervantes “un entreverado loco, lleno de lúcidos
intervalos”. Pero ojo: aún en esos remansos de locura, Don Quijote lo sigue
siendo (al menos, hasta justo antes de morir).
Como el manso Jesucristo con los mercaderes del templo, el suave
Caballero de la Triste Figura a veces se desconoce y enajena, encarando tales acciones y soltando tales
exabruptos que no lo identificaríamos con el arquetipo que tenemos de él. Uno casi apostaría a que esas enrabietadas metamorfosis son obra de pócimas que trastocan su natural apacible: y no nos
referimos al salutífero bálsamo de Fierabrás o al aceite de Aparicio, sino a
ponzoñas como las que convirtieron a Tomás Rodaja en el viperino Licenciado Vidriera, o
más modernamente, al cabal Doctor Jekyll en el animal de Míster Hyde.
Pero no es ésta la única de las transformaciones del Quijote, que de hecho
está plagado de ellas. Nos estamos refiriendo, claro está, a la mágica labor de los
muchos encantadores que aparecen en la obra. Una de sus más notables mutaciones realizadas mediante ensalmos es la de la
evanescente Dulcinea en una saladora de puercos con olor a ajos, que sus buenos
azotes le costó a Sancho Panza. Y esto sin entrar en detalles de
mujeres que peinan barbas, travestis de ambos recorridos, e
incluso hombres-burro de larga tradición literaria (de Apuleyo hasta Collodi,
al menos).
Cuenta Nabokov (¿o fue Borges?) que uno de los mayores
hallazgos narrativos del relato bipolar de Stevenson consiste en que el lector sólo
identifica al bueno del Doctor Jekyll con el desalmado Míster Hyde al final de la obra (esto, claro,
antes de que el monstruo se convirtiera en universal; o, para ser más precisos, de que se convirtiera en un archiconocido
monstruo de la Universal). Pero ya Cervantes había utilizado previamente este recurso de confundir personajes aparentemente ajenos en el Quijote: por ejemplo, con
Ginés de Pasamonte - Maese Pedro. E incluso si incluimos aquí algunas anagnórisis
(o reconocimientos) como la del Mozo de mulas o la del Oidor (entre muchas otras que acontecen en la venta-camarote de los hermanos Marx), la nómina aún aumenta.
(Gromov)
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