The Invisible Man of La Mancha
Hablábamos en una entrada anterior de los Monstruos Clásicos (o Monstruos de la Universal) y comprobamos ahora que, repasando la nómina de los que han ido apareciendo en este bestiario quijotesco, ya hemos tratado de casi todos: la Momia, el Hombre Lobo, Drácula, Frankenstein, el Doctor Jekyll y Míster Hyde,… Se suele incluir también en esta lista a Godzilla, y aunque algunos vestiglos y endriagos quijotescos (singularmente en la interpretación romántica de Doré) tienen mucho de godzillesco, nos negamos a considerar a este engendro como “clásico”.
Pero aún queda por hablar de otro ser desarraigado de la
humanidad, nacido a finales del siglo XIX, que sí ha adquirido esa
categoría en el imaginario colectivo. Nos referimos al Hombre Invisible de H.G.
Wells, también llevado al cine por la citada productora, como Frankenstein, de
mano de ese demiurgo de Dioses y Monstruos que fue James Whale (recomiendo el
libro sobre su cinematografía en la editorial Calamar, otra más para nuestro
bestiario editorial).
Pero, ¿qué tiene que ver el
Hombre Invisible con Don Quijote? Pues mucho, más de lo que pudiera pensarse, como
trataré de argumentar. No en vano Ítalo Calvino tomó al Caballero de la Triste
Figura como modelo del suyo Inexistente, un ideal sublimado sin soporte carnal que
en la cubierta de Daniel Gil para Alianza Editorial podemos ver como una
armadura hueca, con la visera del yelmo levantada y sin nadie dentro, ¿o es que hay alguien, pero no lo vemos? Como quiera que sea, la coraza le confiere corporeidad del mismo modo que las vendas dan presencia a la
invisibilidad del personaje de Wells. Diseño editorial metonímico, por cierto, en el que
Planeta y Harper Collins se han
inspirado para alguna de sus mejores ediciones del Quijote tanto en castellano como en inglés.
Si sostenemos que, como el personaje de Calvino, también el de Cervantes es un hombre invisible, seguramente se nos tome por tan locos como él. Pues para no ser visto, el Caballero debería pasar inadvertido, mimetizarse con el paisaje, lo cual no ocurre ni de lejos en el caso del de la Mancha. Ya que por doquiera que aparece, nunca pasa desapercibida su estrafalaria facha con anticuada armadura y pertrechos de acometida y defensa. Precisamente uno de éstos últimos había incluso llamado la atención del propio Don Quijote por lo que relucía. Nos referimos al yelmo de Mambrino, botín arrebatado en singular batalla cuya posesión asegura la invulnerabilidad a quien lo posee. Ahora bien, según los libros de caballería, ello era posible porque esta rica ganancia otorgaría la invisibilidad a su portador. Así que nuestro Hidalgo, que creía a pies juntillas en tales novelerías, se consideraría invisible en su trastornada imaginación. Aunque lo cierto es que tal cualidad se convierte de hecho en un arma de doble filo, y así se explica que en sus anzanzas se vea arrollado repetidamente por ovejas, cerdos, etc. Ello ocurriría simplemente porque las bestias no llegaban a vislumbrarle.
También consideraba invisibles
Don Quijote a sus malignos enemigos, los encantadores (y, efectivamente, no
llegamos nunca a ver ninguno). Alguna de sus malhadadas acciones, como la de
hacer desaparecer su biblioteca, se hacían socapa de esa impunidad que es otro
de los ideales que conlleva la invisibilidad. Algo que el ser humano ha buscado
desde siempre: creemos recordar que algún personaje de los Ensayos Filosóficos de Balzac la llegó a conseguir, y que la influencia de este mito debe retrotraerse por lo menos a
los cuentos de Las Mil y Una Noches.
(Gromov)
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