El Rastro, verano de 2015 |
No eran todavía las ocho de la mañana y ya huroneaban Gromov y el Ilustrado en la escombrera catalana, vigilada por el capitán Nemo y su grumete el Chino. Ninguno de los dos letraheridos doblaban la rodilla ante la rastrojera.
En la Sociedad Cooperativa mientras esperábamos el parto de los montes el ruso se entretenía leyendo sentencias de la Biblia Nácar-Colunga que había arramplado en el zoco por un euro; el hermético Jeff Costello mimaba su edición del Caballero audaz La rendición de los patibularios y Larsen volvía a leer la dedicatoria de Rubén Darío a Margarita que aparecía en su libro Lira póstuma (edición de 1919). El libro del autor modernista se lo había pasado el pardillo sin darse cuenta de la pequeña joya de portada azul cobalto que le regalaba al trapero.
De camino a la quincallería el joven del Círculo le ofreció al cliente preferente una primera edición francesa de Jane Eyre; a éste sólo le interesaba la hermosa y decadente dedicatoria pero era un precio demasiado alto para andarse con romanticismos.
En el delta cobijado por la sombra del árbol de la ciencia el poeta de la intemperie repartía algunos libros del depósito de La Alberca, Andanzas serranas del P. César Morán, El cielo de Salamanca (V centenario de santa Teresa), y al editor malabia le trajo el Animalario corregido. “Me ha costado reconocer mis poemas de las erratas que tenía”.
Con la llegada de la calorina llegaron las despedidas. El poeta se iba a Salamanca a bañarse en el arroyo de su pueblo. Antes de irse nos mostró su preocupación por el destino de sus escritos más íntimos: sus Diarios (19 cuadernos) y las Cartas a M. (“Siempre cursis aunque más cursi es quién nunca ha escrito una carta de amor”, creo que algo así dijo Pessoa, aclaró el escritor). El editor malabia sugirió crear una Fundación Ultramarina para preservar del olvido y la rapiña de las instituciones esos papeles del primer editor independiente de esta provincia.
El polaco Tinofc rescató del desván de la memoria un Diario íntimo que había escrito "día a día". Al preguntarle por más detalles, no sabía si al final lo había quemado, perdido en la última mudanza o lo había soñado. “Empezaré otro en esta agenda botánica que me recuerda a JRJ”.
Con estas virutas de papel mecidas por la brisa del Bernesga el verano llegaba a la mercería del baratillo.
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