Capítulo 2
Cargué con el viejo Dakovika en brazos y tambaleándome comencé a caminar por los tejados en dirección contraria a la catedral. Como iba descalzo los dedos de los pies enseguida empezaron a llenárseme de magulladuras. Sentía a Lamieva detrás por el ruido de sus pasos sobre las tejas. A medida que avanzábamos iba sintiendo los pies más doloridos pero en un momento dado se me durmieron y seguía andando como sobre dos trozos de corcho. El viejo cada vez se ovillaba más entre mis brazos y se iba reduciendo hasta que no me costaba nada llevarlo porque no pesaba nada. Por entre las almenas tres o cuatro cuchillos de luz naranja despedían el día. Nos detuvimos en un tejado del jardín romántico y agarrados a una antena vimos caer la oscuridad de la noche. Entonces Dakovika emitió un extraño suspiro y abrió los ojos. Era la primera vez que veía directamente sus ojos y, con la luz de las primeras farolas, pude comprobar que eran de un azul muy intenso, de la misma naturaleza que los de su hija Lamieva. Entonces el extraño ser se desgarró una tira del faldón de su camisa y me vendó con ella la herida de bala que había vuelto a sangrar un poco. Dormimos los tres abrazados hasta que la noche estaba bien entrada y así habríamos seguido de no ser por las luces de las sirenas de los coches de la policía que se estacionaron enfrente, a la puerta del palacio de los Guzmanes. Pensé que estarían preparando unos funerales solemnes al lamentable poeta Garnach.
Les desperté a empujones y cargué con el viejo con la seguridad de que seguía dormido. Caminé en dirección opuesta, esta vez con un gran agotamiento. Me parecía que las distancias se alargaban y que el hombrecillo pesaba como una piedra.
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