Foto de J. M. López-Astilleros |
¿Puede haber un nombre mejor para una librería que La Poesía?
Sinceramente, yo no conozco ninguna palabra mejor que esa que nombra el estadio máximo de la emoción para llamar a un establecimiento cuyo sentido final es vender poesía, ya sea esta como género, ya sea como el misterio que hace que las palabras signifiquen más que lo que su etimología dice y que ha de estar en todos los géneros literarios para que la escritura no sea una simple sucesión de letras. La propia etimología griega de poesía (poieo: crear) lo confirma.
Pensaba yo en estas cosas leyendo hace un par de sábados la entrevista en el suplemento literario de este periódico con Manuel Rivas y, en concreto, el pasaje en el que el escritor nombraba una librería de su ciudad ya cerrada cuyo nombre, que aún permanece sobre la puerta escrito en letras pintadas, me hizo pararme ante ella en mi última estancia en Coruña, allá por el mes de febrero. Decía Rivas que en La Poesía compró o deseó sus primeros libros como el que compra o desea sus primeros juguetes y que más de una vez ha pensado en alquilarla y reabrirla, pues es la librería de su memoria. Yo le comprendo perfectamente, pues aquella mañana coruñesa, al pasar frente a La Poesía camino del Museo de Bellas Artes, donde se mostraba una exposición de Picasso, que en A Coruña comenzó a pintar, aún sin tener ningún recuerdo de ella, la fachada y el nombre de la librería cerrada me conmovieron tanto que por mi cabeza pasó un instante la misma idea que por la de mi colega Rivas ¿Quién no quisiera regentar un local con ese nombre: La Poesía, fuera cual fuera su dedicación?
Acabo de leer la novela de Manuel Rivas El último día de Terranova que originó la entrevista en este periódico que me trajo el recuerdo de aquella librería coruñesa que nunca conocí abierta pero cuyo nombre hizo detener mis pasos y todavía entiendo más la emoción que desprenden esos lugares que, como La Poesía, son más que tiendas de libros. Se refiere la novela de Rivas, un bello texto lleno de poesía que habla de los sentimientos, el verdadero argumento de la literatura y el arte desde sus primeros tiempos pero que últimamente no parece estar de moda (lo que importa es divertir, no hacer pensar), a todos esos románticos, escritores o no, libreros o no, compradores de libros o no, que piensan que estos son más que objetos y que la poesía es el motor de la vida; personajes, en fin, capaces de pensar y decir cosas como ésta: “Estoy de pie frente al mar y tengo miedo a girarme y que todo desaparezca para siempre”.
Julio Llamazares (El País)
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