15 de marzo de 2016

Nastasia Filipovna








—¿Así que ésta es Nastasia Filipovna? —preguntó, examinando el retrato con curiosidad —. ¡Es maravillosamente bella! —añadió fervorosamente.

El retrato era, como Michkin decía, el de una mujer maravillosamente bella, ataviada, sin afectación alguna, con un vestido de seda negro cuya elegante hechura no excluía la sencillez. Los cabellos que, al parecer, debían de ser castaños, iban peinados con casera simplicidad; la frente era pensativa; los ojos negros y profundos; la expresión apasionada y un tanto desdeñosa, el rostro delgado y probablemente pálido.

***

Antes de llegar a las dos habitaciones que precedían al salón, se detuvo de pronto como si acabase de surgir alguna idea en su mente y luego, lanzando una mirada en torno, se acercó a la ventana y comenzó a examinar el retrato de Nastasia Filipovna. Dijérase que quisiera descifrar el no se sabía qué de misterioso que antes le afectara tanto al mirar la faz de aquella mujer. Su impresión entonces había sido muy viva y ahora quería someterla a nueva prueba. Contemplando otra vez aquel rostro, que tenía de notable, no sólo su belleza, sino algo más, imposible de definir, el príncipe tornó a recibir una sensación muy fuerte, más fuerte todavía que la primera. El orgullo y el desprecio, por no decir el odio, se acusaban en aquel semblante femenino con intensidad extraordinaria: pero a la vez se desprendía de él una sorprendente expresión de ingenuidad y confianza, contraste que producía un sentimiento casi compasivo. La deslumbrante hermosura de Nastasia Filipovna tenía un carácter extraño: el rostro era pálido, las mejillas poco menos que hundidas, los ojos ardorosos. ¡Extraña belleza aquélla!

***

De pronto Gania se aproximó al príncipe, que en aquel momento examinaba el retrato de Nastasia Filipovna.

—¿Le gusta esa mujer, príncipe? —le interrogó a quemarropa, mirándole inquisitivamente. Dijérase que tras aquella pregunta se ocultaba alguna intención peculiar.

—Tiene un rostro maravilloso —repuso el príncipe—. Y estoy seguro de que no ha vivido una existencia vulgar. Aunque su fisonomía es alegre, esta mujer ha debido de atravesar grandes sufrimientos, ¿no? Los ojos lo dicen, y lo dicen sus pómulos, y lo dicen esas ojeras... Tiene un rostro orgulloso, altanero... No sé si será o no una mujer de buen corazón. ¡Si fuera buena, todo lo demás podría pasar!

—¿Se casaría usted con una mujer así? —preguntó Gania, mirando fijamente a Michkin con ojos ardientes.

—Yo no puedo casarme con mujer alguna, porque estoy enfermo —respondió el príncipe.

[Tradución de Lopez-Morillas (es la que tengo a mano) de algunos fragmentos de El Idiota de Dostoievski] 





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