23 de junio de 2016

Absorbido



Fotomontaje de Elena Rodríguez 


Absorbido

Llevaba días dándole vueltas y no sabía cómo continuar. Sólo emborronaba folios y más folios que indefectiblemente acababan en la papelera y no era capaz de seguir adelante. Me temía que de continuar así acabarían también en la papelera todos los que ya tenía escritos. Miraba absorto los bosquejos que formaba el humo de mis cigarrillos, creía tener alguna idea para avanzar pero duraba lo que las caprichosas figuras de humo. Me sentía enjaulado. Un muro se había levantado en mi mente y era incapaz de sortearlo. Me aplastaba en mis propios pensamientos pero no surgía la chispa. No veía la luz. Ante cualquier intento mi mente topaba con una espiral cuya fuerza atrapaba mis ideas, las absorbía y desaparecían en el sumidero que lleva a la nada. Las primeras ansiedades se convirtieron en esa angustia que, como corroe el ácido la carne, corroe el alma de los artistas cuando son incapaces de crear. 

Lo que al principio había esbozado como un pequeño cuento fue tomando cuerpo y el ambiente, la trama y los personajes fueron agrandándose dilatando el relato. Con pasmosa facilidad, antes tantas veces esquiva, se amontonaban folios escritos y capítulos trabados entre sí. Pero a la vez que se extendía la narración iba cambiando la psicología del protagonista Manu Malpica. El personaje, o mejor, su psique se iba retorciendo según avanzaban los capítulos hasta convertirse en un ser perverso y abominable, y lo peor de todo es que yo no era del todo consciente de su omnipresencia. Había colonizado totalmente los últimos capítulos. Quizás el bloqueo creativo que sufrí fue un aviso, un mecanismo de defensa. Como un fusible de un aparato eléctrico. Era momento de distanciarme y con gran esfuerzo me alejé unos días del relato. Después cuando lo retomé, releyendo lo que había escrito vi con claridad lo que antes sólo presentía: mi obsesión por Manu Malpica. He estado luchando inconscientemente contra la notoriedad del protagonista y esto me ha tenido paralizado y ofuscado, incapaz de seguir con el relato. Por no sé qué mecanismo psíquico de transferencia Manu Malpica, mi creación, se había introducido de tal manera en mi cerebro que era él quien me dictaba y me ordenaba que lo convirtiera en un personaje ignominioso hasta la náusea. 

Sólo he podido aguantar sin escribir unos días, mi voluntad no da para más. Durante ese tiempo Manu Malpica no me ha abandonado ni un instante. Ahora sé que tengo que dar un giro a los acontecimientos, al fin y al cabo Manu Malpica es mi creación. Tengo que decirlo alto: es mi creación. Yo puedo hacer lo que me venga en gana con él y ya sé lo que haré. Le haré sufrir. Sí, eso es, ahora lo veo cristalino, eso es lo que estaba buscando, por fin la luz. Palidece aquel muro ciclópeo que me acorralaba hasta desmoronarse. Manu Malpica seguirás siendo un ser cruel y depravado pero no escaparás al destino que te he preparado.

Ya está hecho, después de todo no ha sido tan difícil. ¡Cómo ha cambiado la  novela!  Ahora una sola idea te taladra el cerebro Manu Malpica: venganza. Cómo te roe las entrañas ese deseo imposible. Puedes morderte los dientes hasta que estallen, puedes recocerte en tu propia sangre, pero contra quién te vas a vengar Manu, a quién vas a castigar ahora, encogido como un ovillo en un camastro, tu solo en una sórdida habitación acolchada  con olor a vómitos. Puedes mirar con todo el odio que quieras. ¡Ja, ja, ja! Manu Malpica, estás jodido.

Hace tiempo que me quedé sin tabaco y suena en la cadena, por enésima vez The Raven. Estoy agotado, casi exhausto, llevo horas y horas escribiendo y se me han pasado en un suspiro. Quizás haya perdido calidad el relato, tan ensañándome con Manu Malpica, pero lo necesitaba. Siento un profundo alivio en mi pecho y aunque muy cansado creo que me quedan fuerzas para poner el punto y final a la novela. Pensaré en el epílogo. No, mejor releeré el último capítulo. Sí … ¡qué curioso! me llega un olor familiar, acre … ácido, pero me siento tan rendido que no logro identificarlo. Creo que huele a tinta sobre papel. Se me entrecierran los párpados y me siento entre penumbras. Ese olor, ese olor no es de tinta, parece … ¡es de vómitos! Ya no suena Lou Reed. Sólo un chirrido. ¿De dónde viene es chirrido? Parece de muelles. De puro cansancio creo que estoy alucinando. Me giro y veo de dónde proviene el chirrido metálico, en el fondo de la habitación alguien se está levantando de un camastro y viene hacia mí. Instintivamente retrocedo dando unos pasos hacia atrás, sin dejar de mirar al hombre que se me aceraca, hasta que mi espalda choca contra algo blando. Lo palpo con las manos y… se me corta el aliento al comprobar que las paredes están acolchadas.

[El Amanuense]



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