M A Y O
Después de escuchar el pregón de la Feria del Libro, La canción del disidente, de Tomás Sánchez Santiago, dimos una vuelta por el recinto ferial donde el rey de copas H. Eolas escuchaba, con paciencia, la demanda de dos jubiladas, y Rompetechos Taranilla buscaba la fama en cada caseta.
Ante la deprimente oferta literaria decidimos acercarnos a Sierra Pambley. En la librería nos recibió con la amabilidad del vendedor de seguros un joven becaria de mirada alegre y pose británica. El alto volumen del hilo musical, donde una voz grave anunciaba el comienzo de un Madrigal de Tomás Luis de Victoria, nos impidió escuchar la respuesta a la pregunta de dónde estaba Leo.
El trapero Larsen se puso a girar la rueda fortuna de los libros de bolsillo mientras esperaba que no alargara la libertina siesta el librero. Al final apareció el Sr. Valín algo despeinado por el sofá. «Hombre, malabia y compañía, pero, ¿hay tertulia ultramarina?, si Tinofc nacional 630 no me había dicho nada». El librero, un poco apurado entró en su camerino donde se atusó la somnolencia y se puso el batín de voy a hacer algo.
«No os vimos en la fiesta del noventa cumpleaños de la Reina de Inglaterra. Menuda party montamos con las pastas, el té y la musica de los Sex Pistols. Os perdistéis la instantánea del dedo meñique del polaco sujetando la taza de infusión. Mirad todavía quedan restos de la fiesta de palacio: los banderines, la bandera con la efigie de Isabel II, las serpentinas y el confeti entre las hojas de los libros».
Da lo mismo el día que vayamos porque siempre acaba entrando el hombre de negro con su bolso de urbanita. Esta vez le acompañaba su hija que, aprovechando la debilidad del padre, le pidió los siete volúmenes de Juegos de Tronos mientras Leo se frotaba los ojos ante semejante espejismo. «Lo siento, no los tenemos pero te los podemos pedir», dijo la joven con la seguridad que da las frases repetidas. Una pareja de holandeses preguntaron por un libro de la segunda guerra mundial en inglés (¡Joder, venir de turismo a España para comprar libros de estrategia militar!). El librero desplegó la escalera de Ikea y se asomó al escaparate manteniendo el equilibrio del funambulista, y con una escoba lo sacó. La joven becaria fichaba en el ordenador las novedades mirando de reojo a la cofradía ultramarina por si birlaban algún libro (se rumorea que el trapero solo distrae libros de Gamoneda, el oráculo de la provincia).
Cuando se despejó la tienda cervantina Leo, entre risas tímidas, empezó a desahogarse: «últimamente no veo nada al sigiloso polaco; dicen las malas lenguas ultramarinas que queda en el mesón El Chicho con el escritor exiliado en el norte para intercambiar revistas literarias y otros papeles. Creo que no dejan a ninguno de los cofrades de Cantareros sin descabezar (oye, pero esto no lo pongas en tus crónicas rancias). Le ha dicho el jerezano si es posible ver su biblioteca acompañado por su librero de cabecera. Ante esta propuesta el polaco torció el morro y les dijo que estaba colocando los libros de 1999 que todavían estaban en cajas; que tuviese paciencia que todo llegará. Todo quedó en el aire. ¿Se creerá JB que en el altillo tiene el santo Grial de los libros? (esto no lo pongas que me la juego). Ahora, el amigo, estará en Sevilla disfrutando de su patio, su limonero y su biblioteca. Se habrá quitado, por fin, las cuatro camisetas donde se le pegaba todo el frío de León».
Dimos una vuelta por el trastero galateo para ver las novedades poéticas. El editor malabia se entretenía leyendo los poemas místicos de J. M. Álvarez para ahorrarse los 24 eurazos gromovianos. El trapero comparó dos libros de la editorial Renacimiento, y llegó a la conclusión de que el tamaño sí que importa a la hora de inflar el verso, perdón, el precio.
Entró en la librería un individuo con gorra de Lacoste preguntando por el Bestiario de seres fantásticos de Taranilla en la editorial Almuzara. La joven dependienta le dijo que llegará la próxima semana. También se interesó por las Leyendas de los Reinos de la Meseta Norte. Leo le enseñó el cartel de promoción con un Cid de cartón piedra recorriendo las tierras de Burgos y le aseguró que lo iba a poner como libro de la semana en su tablón de anuncios. El señor se lo agradeció efusivamente y se presentó lo mismo que se despidió como el autor de las Leyendas, Juan Salvador Chico.
«Vamos a cerrar», con esta contraseña la joven becaria nos invitaba a irnos (el reloj marcaba la una). Cada uno eligió un libro y Larsen, dos: Bibliotea en llamas, de JB y Últimos pasajes a la diferencia, de Bruno Marcos.
Cuando salimos nos pareció ver a Tinofc y a su bicicleta en la cubierta de Las heridas de la memoria de Secundino Serrano que adornaba el pizarrón de la calle.
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