Foto de Mario Paz |
Agazapado y quedándome helado en el interior del coche, aparcado enfrente de la barcaza de los trastos difuntos, como un personaje real de la novela Dakovika, estuve al anochecer del día antes por si fuera que le apeteciera el bueno del librovejero aparecerse. Y ya transido y melancólico de la melancolía de perder una vez más nuestra sede de poetas solitarios y tristes, al punto de encender el motor y girar la ruedas vi, por los retrovisores, encenderse las luces del lugar mágico que dábamos por clausurado.
La covacha estaba intacta, con su orden de tiempos superpuestos, multiplicándose al infinito, a la nada y al todo, dada al 'horror vacui’ y al terror de lo lleno caducado, conjurándonos a los muertos y a los vivos para reunirnos en un mismo sitio. La superpoblación de cajas de libros deportados impedía el uso de toda la parte trasera, el ya exiguo espacio que empleábamos. Le pedí unos cuantos pósters de películas viejas para decorar el nuevo sitio y, en eso, se me ocurrió la última y desesperada propuesta: “Hagámoslo en la mitad de la tienda, aunque tengan los poetas que meterse en la zona sagrada tuya, ahí donde lees los libros de antes de todas las guerras”.
Como no sabe decir que no a nada me dijo que bueno y, allí, con ilusiones impropias para hombres tan cenicientos nos lanzamos la mañana del sábado los tumefactos ultramarinos y los 22 entramos milagrosamente justos. El bueno de Gromo, encaramado en las escaleras, asomaba la rotunda cabeza bajo un volante cartel del ‘El violinista en el tejado’. A veces por ese mismo hueco asomaba la cabellera súbitamente encanecida y larguecida del periodista maragato. Otros pocos se arracimaban por allí en sillas muy dispares. Los de las ediciones menguantes aprovecharon sus poderes y dones y se hicieron más pequeños menguándose a sí mismos para acomodarse. Alguien se sentó en un pupitre, unos ocho o siete en el largo banco de iglesia, otro encaramó su asiento en un rimero frente a un espejo, los poetas y ponentes en el sitio del ropavejero. Con las voces muy sentidas de las damas que como Rubén Darío iban 'tristes de fiestas’ se puso la música del jazz de los años 20 y 30 de fondo. Comenzó malabia cordial y leyó magnífico prólogo nuestro libidinoso oficial y el primer poeta rindió homenaje a dos ausentes leyendo sus poemas para romper el aire seguidamente con su poesía desnuda y explícita. Luego la emisaria del prostíbulo poético de Barcelona, que trajo hasta nuestro rincón secreto la franquicia erótica nacida en el mismo corazón de la isla de Manhattan, hizo temblar los aires aquellos de Cantaremos con sentimiento puro.
Todo acabó y se abrió la puerta y un aire con no sé qué especial salió por el barrio ese hasta los cielos.
De forma casi imposible salimos unos entre otros y nos desplazamos hasta las puertas del lupanar cerrado a introducir el ejemplar predicho bajo la puerta aquella y, con gran alborozo y risa de vernos juntos, comimos del chivo negro que arriba mismo, disecado, como metáfora de nosotros mismos, nos presidía.
[el cuervo]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.