Infidelidades
Me despierto y encuentro a mi mujer a mi lado, dándome la espalda, arrebujada entre las sábanas. Siento su respiración pausada, tranquila, plenamente dormida… ¿Pero cómo puede tener la conciencia tan tranquila? Me dan ganas de echarla de la cama a patadas, de romperle la cara, de abofetearla hasta que sangre. ¡Qué rabia siento en el pecho! ¿Qué hora será? No ha amanecido, todavía reptan las sombras de la noche por las paredes de este dormitorio que no parece el mío. Miro el mobiliario, lo reconozco vagamente entre penumbras, envuelto en un halo difuso.
¡Dios que pesadilla he tenido! Soñaba que mi mujer se acostaba con mi mejor amigo, Toño. Entraba en la alcoba y los encontraba desnudos, hechos un ovillo medio tapado entre las sábanas. La manta sobre la tarima, por el suelo esparcidas, como cuando ponen en la televisión imágenes de un accidente aéreo, las prendas de Marta desparramadas y entremezcladas con las de Toño. Zapatos desemparejados, medias negras retorcidas abrazando unos calzoncillos de cuadros, una camisa azul pálido a medio cubrir por una larga falda negra, unas bragas azul metálico sobre la mesilla de noche y unos vaqueros exhaustos de los que sobresale un sujetador. Dos latas vacías de cerveza se mantienen erguidas, haciendo guardia sobre el caos que cubre el suelo. Se cortan repentinas las risas y suspiros. Me miran. No veo el rostro de Toño pero sé que es él. Leo en la cara de Marta cómo la sorpresa da paso al desconcierto y éste a la confusión.
¡Qué rabia siento en el pecho! la estrangularía allí mismo. ¡Qué sueño tan real! Llevo un rato despierto, aunque con la cabeza embotada, y siento esa pesadilla pegajosa que no se disipa. Le daría un beso en la nuca, como todos los días al despertar, pero sería sin ganas, vacío. ¡Dios, sólo fue un mal sueño, qué culpa tiene Marta!
Amodorrado entre las sábanas, siento la boca pastosa y con el sabor amargo de la última cerveza… ¿cuántas nos hemos tomado?... y esos porros que prepara Toño, ¿cuántos nos fumamos? Vaya colocón que he pillado, no sé cómo he llegado a casa, no me extraña que tuviera esa pesadilla. Toñín sigue siendo un artista preparando porros, no ha perdido la práctica desde los días de la facultad. Ya sabía que iba a terminar con la cabeza como un botijo al ir a su casa. Me llamó Vero, su mujer, para darme la noticia: Toño tenía que hacerse cargo de la sucursal de Tenerife durante un par de meses y se iba por la noche, que si queríamos pasar por su casa a cenar. Le dije que no podíamos, que Marta tenía guardia hasta la medianoche. Se puso Toño al teléfono y me echó en cara que la anterior vez tampoco fuimos a despedirnos. No hizo falta que se esforzara mucho para convencerme y me planté en su casa. Marta ya iría cuando acabara la guardia.
¡Qué pena que no pueda venir Marta! me dice Vero dándome un beso al llegar. Así tocamos a más porritos, ja, ja, ja soltó Toño mientras nos abrazábamos. La velada se deslizó entre humo espeso, cervezas y muchas risas. Me llamó Marta para decirme que se iba a casa, que estaba muy cansada, que no bebiera mucho, que le pasara a Vero para saludarla y a Toñín para despedirse. ¡Marta! Maldita pesadilla, no acabo de despegarme de ella. Es como un agujero negro, un imán que atrapa la realidad retorciéndola y deformándola.
Miro a mi mujer durmiendo plácidamente y me vienen las imágenes del sueño, y a pesar de haber sido eso, un sueño, sólo de recordarlo me dan ganas de agarrarla por el cuello… Toño tenía que irse al aeropuerto, Vero pidió un taxi por teléfono y nos entró la risa floja a los tres. Siempre que salía a relucir un taxi recordábamos nuestros tiempos de estudiantes, cuando salíamos de juerga por la noche y para volver a casa cogíamos uno. Juntando toda la calderilla que nos quedaba le decíamos al taxista que nos llevase en tal dirección hasta 3 ó 4 Euros, ji, ji, ji. Esta vez compartiríamos el taxi de otra manera, me llevaría hasta mi casa y Toño seguiría hasta el aeropuerto. Ja, ja, ja de eso nada. Tienes que probar antes esta maría de cosecha propia a ver qué te parece, me pidió Toño mientras cogía una maleta y se despedía de su mujer. ¡Vaya bomba esa yerba!. No sé como he podido llegar a mi casa.
Recordando la fiesta por fin se va diluyendo la pesadilla, ¡qué agobio sentía! Cuando se despierte Marta le cuento el sueño. La abrazo y apartando su pelo la beso en la nuca. Me corresponde ronroneado como una gata y clavándome sus nalgas desnudas en mi vientre. Con movimientos lentos, suaves, arriba y abajo se va restregando arqueando su cuerpo y aplastándose contra mí. Oleadas de deseo me asaltan mientras todavía circulan por mi cabeza restos de cerveza y yerba de la buena.
Me parece oír cerrarse la puerta de la casa, oigo pasos que se acercan y al mirar el umbral de la puerta veo recortarse al trasluz la silueta de un hombre que lleva una maleta. Se enciende una luz que me encandila. Asustado, me froto los ojos para que se acomoden a la luz. ¿Qué hace aquí el cabronazo de Toño? ¿Cómo ha entrado en mi casa?… y ¿por qué tiene esa cara de susto? Abro la boca para preguntarle pero antes de que pueda hablar sale del cuarto dando un portazo. El ruido golpea mis oídos despejando de golpe mi cerebro de vapores y humo. Miro con sorpresa el entorno, lo reconozco, pero esta no es mi alcoba. A mi derecha, sobre la mesita de noche veo unas bragas azul metálico. Al momento Marta se incorpora asustada. Voy a abrazarla y me quedo sin sangre al ver la cara perpleja de Vero.
[El Amanuense]
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