16 de febrero de 2018

Teatro vacío



Fermín se ha ido, y el teatro de las sombras se queda más vacío. Él supo, como pocos, otorgar resplandor a la parte más oculta del mundo, aquella donde viven y resisten los débiles, los desobedientes, los que resisten en la dignidad con la única fuerza de su imaginación. Fue amigo de todos, un ciudadano ejemplar en épocas de vergüenza civil, un maravilloso escritor sin concesiones, entregado por creencia y destino a hacer de la escritura una casa de huéspedes para los refugiados morales despreciados por la impostura de un tiempo que solo apuesta por los valores materiales. Y contra esa manera de no entender la vida como un proyecto espiritual levantó el bueno de Fermín su palabra poética, su reivindicación de la tierra natal como un espacio de revelaciones. Él ensanchó los horizontes significativos del porvenir con poemas y relatos que se encuentran entre las mejores páginas de nuestra literatura. Generoso y cordial se ocupó con delicadeza de aquellos a los que admiraba, por encima de todos de Antonio Pereira, quien reconocía con máximo aprecio en el escritor cacabelense a uno de sus pares.
Fermín ha escrito páginas memorables, ha devuelto un habla remota y vivificadora a las piedras sagradas de la tribu, a las ruinas que siguen exigiendo bajo la intemperie de las estrellas un lugar más noble en el testimonio de la cultura y la historia de los pueblos. Fermín fue un escritor comprometido, con el ser humano, con la ciudadanía de los árboles y de los ríos, con la honrada ciudad de los soñadores, con aquellos que sin voz siguen clamando reparación y justicia en las ominosas cunetas de la historia. Fermín tenía memoria, y esa inteligencia que ilumina todas las zonas oscuras donde pervive la invisible herida que algunos pocos hombres han hecho a otros muchos hombres. Y allí puso su palabra, para dignificar y consolar, para redimir del olvido, convirtiendo en arte perdurable los despojos que ya solo pertenecían a la ingratitud y el abandono.
Su voz fundó una entrañable patria, la república de los cerezos y las encantadoras personas que oyeron la llamada de los vientos. Él siguió esas huellas hasta el corazón de las ilusiones del lenguaje, y levantó allí una casa indestructible, donde acogió en ella a los desobedientes de la costumbre, y lo hizo con la mágica ironía de los que llevan una rama de silbidos en la frente y un mapa de estrellas en el pecho. Su viaje no ha terminado, la fatalidad no podrá con el resplandor de su lámpara que iluminó tantos caminos y que impaciente espera, a las puertas del tiempo futuro, que se cumpla la profecía de la bondad y la misericordia humana. Él, ya en la gloria laica de los mejores, aquellos que poblaron los irredentos valles del silencio con la luz del canto, es ahora la voz inmortal del ruiseñor, el bienaventurado en las lluvias del amanecer, el inolvidable pensamiento de quien nos ayudó a ser más cultos, nunca indiferentes frente a la amnesia, más radicales en la belleza y como él conmovedoramente libres.
[Juan Carlos Mestre]



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