Capítulo 6
En pocas horas el fuego se extendió a las casas colindantes y todo el barrio viejo ardía dando tanta luz que parecía haber amanecido. Volví a la chamarilería y me tendí en el colchón a soñar esperando que las llamas me devoraran y acabar así con mi desdichada existencia.
A través de los cristales del escaparate veía pasar el humo como si hiciera una ronda por la ciudad. Entonces, unas emanaciones traslúcidas empezaron a salir de los objetos de la tienda. Un azul intenso y oscuro brotó de un espejo roto por su grieta y se modeló en el aire con la forma de una melena de mujer. Las cosas con tapa se abrieron al unísono manando miasmas vaporosos de todos ellos. Las lámparas parpadearon lanzando una especie de discos de luz que dejaban ver por un instante alternativamente caras sonrientes y entre sollozos. Todos los fantasmas se reunieron en el centro de la chamarilería donde flotaron un tiempo indeterminado con colores fatuos, luego se fusionaron en una esfera violácea de un gas más opaco del cual salió una manga en cuya punta se creó una mano de dos dedos que abrió la puerta. El rugido nocturno del fuego entró como si se estuviera rompiendo el mundo y la nube de gas se asomó a la calle siendo arrollada de inmediato por las corrientes de humo.
Un silbido como el lamento de un lobo moribundo volvió de la calle y penetró mis oídos. En ese momento abandoné el lecho y corrí afuera. Todo estaba en calma. La calle ennegrecida por completo, desierta y llena de cenizas parecía el paisaje del día después del fin del mundo. Mis pies descalzos se hundían en un palmo de hollín que se elevaba unos centímetros en cada pisada. Ver la ciudad así me hizo rejuvenecer unos instantes. Debía ser la única persona que encontraba bella aquella destrucción. Era como si el mundo hubiera cambiado para crear un escenario acorde conmigo. La ciudad quemada como mi alma, sin futuro como yo.
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