El
último paseo
Fernando
llegó de su primer paseo por la ciudad, tras doce semanas y media sin pisarla
por miedo al contagio vírico, que se había extendido por doquier. Se sentó en
el sofá y se quedó extasiado en la tormenta que se había desencadenado en su
cerebro, aun en su alma. Durante el tránsito por las calles que solía
frecuentar, le había costado reconocerlas, pues se habían producido numerosos
cambios, cuya contemplación era acompañada por numerosas preguntas emanadas de
ellos mismos, de un modo tan certero que las respuestas casi surgían al mismo
tiempo, en tromba, acumulándose en su mente con la rotundidad, la crudeza, de
la carne desnuda y recién muerta amontonada en un matadero. Entonces ocurrió lo
más inesperado. El mundo que había habitado durante más de setenta años y las
ideas que lo habían mantenido en pie, comenzó a desmoronarse sin piedad, de una
manera tan evidente e implacable, que no hubo espacio alguno siquiera para una
diferente contestación. Adaptarse a esa nueva realidad interior le pareció
imposible a su provecta edad, así que decidió terminar sus días enclaustrado
dentro de ese universo suyo, de esas cuatro paredes, como había vivido siempre.
Aunque a partir de aquel momento tratando día y noche de olvidar el malhadado
paseo.
José Miguel
López-Astilleros
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