Crónica ultramarina

                                                                                                                                    Foto / Morti

M U E R O  T O D O S  L O S  D Í A S  ( 2 0 1 9 - 2 0 2 1)

M A N U E L  O L V E I R A

29 de mayo 2021

Al fin nos reunimos los ultramarinos tras los largos meses y hasta años de pandemia que se nos hicieron largos de no vernos. Y allá nos fuimos a las veredas del río Torío, con los pólenes alborotados y viejos los huesos, a presentar, despidiendo, los nuevos poemas del único autor de la colección de la calle de los solitarios. Allá el de Alfranca disertó de esos poemas con extensión mayor que los dichos poemas y las gallinas de al lado se emocionaron y su clocar se elevó y elevó a medida que la presentación ganaba, hasta emparejarse la voz natural del clo, clo, con la voz de los poetas. 

Después, el de 'la rue des solitaires' dejó algunos versos prendidos a los aires, asegurando, al punto de emoción de ya no vernos, que volvería alguna vez desde otros lares.

Quedáronse a comer dos mesas pares y, cómo no, se repitieron los recuerdos de las veladas suaves, las mañanas literarias, las risas bonachonas y las ácidas, las asechanzas múltiples y los agrios duelos, la secretud del grupo y el nacimiento de su leyenda, la memoria de la librovejería y chamarilería de la calle Cantareros… Nos preguntamos por el destino de su dueño, y acusamos la ausencia irreparable de Salvatore. 

Proyectos muchos en el cajón del Trapero que, después de un lustro, se ha hecho con grapadora grácil con la que no dejarse desollados, como antes, sus experimentados dedos. Adonis pidió de emergencia que saliera su cuento sicalíptico y rehusó ser nuestro lanzamiento nuevo, el joven ultramarino, aduciendo que ya se haría él su propia leyenda. El artista joven confesó no ser tan joven. Al finalizar, nos dio malabia un ejemplar precioso hecho espigando greguerías de Ramón de gatos. 

Sin ganas de separarnos caminamos debatiendo si hay o no una poesía de la felicidad viendo entre las piedras, por una grieta asomar una espiguilla fina y solitaria y, al fondo, salir un tren junto al letrero del pueblo que nos hospedaba: San Feliz.

[El cuervo]