Estaban ya contentos de verse los ultramarinos cuando, al llegar la hora matutina del sábado dicho, la más grande nevada se desató en la urbe. Desconcertados, unos guardaron silencio y otros se apresuraron a certificar el encuentro. El jefe editor de todo tuvo un primer deseo de quedarse en casa pero el Cuervo le alentó a conseguir la presentación más inaudita con temporal y frío, a lo que el editor intrépido contestó que sí, que no lo dudaba, que iría porque sólo irían los valientes.
Atravesando en su coche la colosal nevada se llegó patinando hasta la comentada encrucijada entre la Rúa y Cadórniga, donde Mortisaga, el Maragato y el mismo Cuervo ya le esperaban bajo el alero de las monjas de clausura. Cuando más se arriscaban los copos metidos por el viento en cualesquiera rincones, tras la silueta de Adonís, llegó la del jovial Trapero con su zurrón repleto de ilusiones literarias todas hechas de mentiras verdaderas. Justo entonces cruzó también la verja negra Pepín y todos fueron al clausurado bar de la musa de ellos, al bar Begoña, a sacarse la foto clásica tapándose el rostro con la novedad sicalíptica.
De allí, y muy solos, se fueron por la calle del Barranco hasta deslumbrarse de la luz de la Plaza del Grano, en donde la nieve toda se enseñoreaba del silencio. Entregáronse allí a dar su número a la ninfa vieja del agua en la mismísima fuente, bajo los dos amorcillos pétreos de los dos ríos que cercan la ciudad milenaria con sus caras de musgo y su panza de tierra, incurriendo en gran pecado de querer repetir el acto para sacar las ya muy muchas y demasiadas fotos.
El ejemplar que flotaba se dio a navegar la poca agua y a no hundirse aunque le nevaba mucho. Poco a poco se conveó con ritmo y bailando las ondas se fue a lo hondo, quedándose en forma de tejado submarino y viéndose mover, mágicamente, las figuras desnudas.
Se guarecieron en el bar del Grifo con calientes viandas y vinos suculentos, prometiendo degradar a tantos ultramarinos cobardes de ser suscriptores de honor a de deshonor y de poner en tinta gris, y no negra, sus mancillados nombres.
El Cuervo
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