Dos ediciones de una obra que, por desgracia, no está en nuestra biblioteca
La sencillez de la técnica plagiaria para traducir es aplastante:
todo su secreto reside en sustituir, modificar o suprimir algún que otro
término de una traducción anterior. Brindo la receta a quien desee ganarse la vida con este oficio:
Tómese una
traducción, añeja a ser posible, de una obra cualquiera; prescíndase, por
supuesto, del original; tómese también, si el propio ingenio no da para más, un
adecuado diccionario español de sinónimos; táchese alguna palabra sólo de vez
en cuando, o bien sustitúyase por la que el diccionario proporciona (ocurrió / sucedió, seguir / proseguir, etc.); pásese a máquina la nueva traducción
y preséntese a la editorial.
Para traducir así —ya lo decía Diderot en Las alhajas
indiscretas— no es necesario saber un idioma extranjero. Basta con el propio.
Al fin y al cabo, el plagio tampoco precisa de demasiadas luces.
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Julio César
Santoyo, antiguo rector de la Universidad de León, es el autor de esta diatriba
que ya tiene unos añitos ("pásese a máquina la nueva traducción").
Hoy en día, con las herramientas de idioma de Google y de los
editores de texto, los corta-pega y un poco de imaginación, uno traduce lo que se le ponga por
delante.
[Spasavic, poseedor del don de lenguas sin pasar por Pentecostés]
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