La Leona, primavera de 2014 |
[Por mediación de Bombita, el pescador ultramarino, hemos
tenido conocimiento del libro La Pesca y
su Estrategia de Barry Atkinson, cuya particularidad es que intenta abordar
los problemas del pescador de caña desde el punto de vista del pez.
Los bibliófilos podrán extrapolar algunas de sus enseñanzas,
sin tener que forzar demasiado su imaginación, llevándolas a su campo de
interés. Y a los tipos de lector que gusten del toreo de salón y del golf de
wii también les agradará el capítulo de dicha obra que, por su interés y
donosura, reproducimos aquí.]
Las prácticas de un pescador de caña
teórico
Por Barry Atkinson
Uno de los goces de ser pescador es la sensación de
expectación entusiasta que se siente al comienzo de la campaña. El planteamiento
a largo plazo acrecienta la expectación
y saca buen partido de ella; la pesca de sillón puede así contribuir mucho al
disfrute y al éxito al borde el agua.
Antes de ir a pescar se debe estar seguro tras qué clase de
pez va uno. Esta declaración no es tan inane como parece. Aunque es posible a
veces capturar mezclas de peces dignas de atención, debería irse en busca de un
solo tipo de pez; los demás que caigan son una prima fortuita, y acaso una
indicación de que existe una deficiencia en la pesca.
Habiendo, pues, decidido sobre la presa, el siguiente paso es
acumular tanto saber como sea posible sobre sus costumbres, historial de vida e
influencias en la misma.
La virtualidad de pesca en unas aguas particulares en un
tiempo dado depende en gran medida de las condiciones meteorológicas locales,
aunque existen factores más o menos permanentes dignos de estudio: fondo,
corrientes, caudales, cursos y profundidad son los principales.
Se necesita mucha lectura, observación, discusión e
investigación para obtener un cuadro vasto de las probables acciones de
cualquier tipo de pez. El conocimiento obtenido por el populacho local puede
ser inestimable para centrar el foco de una representación mental de la vida
bajo la superficie del agua; pero parte de dicho conocimiento se encuentra casi
desposado con el folklore. Por ello, el pescador de caña necesita verificar una
discriminación entre la verdad y la tradición.
Un mapa cuidadosamente anotado de las aguas donde ha de
pescarse puede ser una pieza sumamente útil de su equipo. Tiene la ventaja de
ser más de fiar y más preciso que la memoria.
La principal influencia sobre nuestra pesca es el tiempo. El
pescador de caña tiene ya una cierta idea de la condición del agua en la que
intenta pescar, aun cuando pueda estar imposibilitado de visitarla.
Hallar el pez es la fase realmente difícil. Debemos tener una
conjetura inspirada de sobre dónde debe encontrarse en condiciones
particulares. Las principales influencias de su paradero son las condiciones
del agua (reflujo, calor y oxigenación) y el alimento (nidadas de moscas,
ninfas, gusanos, larvas, etc.), aunque resulta imposible perfilar todas las
situaciones que pueden atañer a cualquier trecho de agua. Acuatismo es quizá la
palabra mejor para la habilidad de decidir dónde puede hallarse un pez en
condiciones particulares. Cada cual debe juzgar por sí mismo el efecto del
tiempo sobre el agua y del agua sobre el pez.
Está tomada la decisión; sabemos –o creemos saberlo- qué
hemos de esperar de nuestro pez. Es ahora y solamente ahora cuando decidimos
sobre el método de pesca y el aparejo a emplear, pues demasiado a menudo
ponemos el carro delante del caballo. Hay que considerar si los peces se hallan
moviéndose en busca de comida o bien yacen en espera del alimento que les baje
la corriente, lo que determinará la utilización de sedal (o paternóster) y de
corcho o quizá mosca, respectivamente. Y otros mil factores: el tipo o tamaño del
pez que intentamos atrapar, el cebo a emplearse, el estado del agua… Pero, no
obstante, debería efectuarse una selección cuidadosa y estudiada. La elección
chapucera del aparejo dará al traste con la captura o, más a menudo,
atemorizará al pez.
El pez es una criatura de sangre fría que vive en un mundo de
paz y color, de calma bajo los más bravíos temporales, lleno de gracia, serenidad,
y escenario a la vez del mayor salvajismo. Un pescador
capaz de saber cómo está equipado para comportarse así en su ambiente, cómo ve,
huele, oye, piensa, y de situarse en el puesto del pez, debería prenderlo.
[Gromov]
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