Esa mañana teníamos que haber hecho un viaje alrededor de nuestro cuarto donde reposan los clásicos de traje gris, mejor que dejarnos caer en el vertedero de la Guinda, tan desangelado como el bar Arena. Tinofc, inspirado por el carajillo, empezó a contarnos que esta semana había quedado con el poeta etnógrafo de las ruinas de Lancia. Como no quería que le pillase en un renuncio, se leyó un par de libros y se aprendió de memoria el poema "De la intemperie" por si tenía que lanzar un órdago.
A primeras horas no vimos a ningún Ultramarino merodeando por los contornos. La imaginación -la loca de la casa- nos hacía ver al empresario taurino y al subalterno, al Ruso y al Enciclopedista escondidos detrás de una furgoneta escrutando viejos tesoros de escritores muertos.
En el Arroyo llegaron los hombres de Harrelson en una furgo amarillo chillón que ofendía al silencioso invierno; no sabíamos de dónde habían salido esos siete individuos que masticaban las palabras de Alá y, en un momento, descargaron todo el zoco de Fez ante la mirada curiosa de la cofradía del relojero Losada y la santa compaña del tío Perruca. Cuando empezaba el negocio llegó el padrino calé y con dos movimientos de vara desmontó todo el tinglado.
Vimos acercarse al dúo voltaico por el paseo de los tristes. El monástico Amanuense iba repartiendo piadosas estampitas a todo la feligresía del Rastro. Con el desánimo de alforja reconocieron que todo el pescado estaba vendido y lo mejor sería volver al bar de la Mari a por un caldito de la estepa.
Como parece que en tiempos de escasez se recuerdan los de bonanza, echaron la vista y la lengua absuelta al día anterior, donde en Cadórniga se hicieron con unos buenos lotes del librero Cuerdo.
El Polaco cambió de tercio y recordó lo que le dicen sus amigos del sindicato tabernario: "El blog está desvariando, necesitamos la mesura de los sabios y el consejo de los mudos". Larsen, ante la ausencia de Gromov, se defendió con espíritu cervantino: "Señal de que lo leen".
El doctor Mabuse se acercó para recordar el cabo de año del carnicero poeta y, aprovechando que todo eran oídos, contó la historia del cuadro de Primitivo Álvarez Armesto que llevó al museo del Prado, escoltado por Luis Grau, para que se lo tasasen. Una interrupción cojonera del Trapero hizo que se enfadase y dejase la anécdota para otro día. Larsen le recordó a Mabuse que había triunfado con su receta de tortilla de patata. "Éste, los libros de cocina se los come todos", le aclaró el fino amanuense, ante la duda razonable de que el Trapero hubiese cogido alguna vez en su vida una sartén.
Subiendo la escalera, el obispillo Perruca exclamaba como si estuviese en una obra de Lope: "Volvamos a Alemania, hijos, que aquí no hay nada que facer". Desde la altura de la acera vimos que Bombita se había esfumado, el Ultraísta disfrutaba del carnaval berciano, Gromov hacía examen de conciencia en una casa rural, el amanuense escuchaba pacientemente el final de la historia del Dr. M, el Polaco gastaba los cuartos en el dispensario de frutos secos y Larsen deseaba empezar las Necrológicas de Ruano para disfutar de la vida color prietopicudo. El domingo entonaba su queja con el aullido del perro de Lovecraft.
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