Recuerdos por venir
Me acuerdo del olor de los libros impresos, del tacto de sus hojas, de la textura de las encuadernaciones. Me acuerdo de las ilustraciones de las tapas, de las láminas a plena página, de las tipografías. Me acuerdo de la música que producían las hojas al deslizarse entre los dedos. Me acuerdo de los libros en folio, en cuarto, en octavo, en dieciseisavo y hasta los escurridizos treintaidosavo. Me acuerdo de las pequeñas y grandes sorpresas que se encontraban entre las páginas de un libro: un billete de banco, una esquela, un poema manuscrito, una receta de cocina, la carta de un amante…Me acuerdo de las dedicatorias que escribían en las primeras páginas los autores o las dedicatorias de los que regalaban el libro. Me acuerdo de los exlibris pegados en el interior de las tapas. Me acuerdo de los comentarios manuscritos en los márgenes. Me acuerdo de algunos aromas al abrir un libro: a tabaco, a madera, a moho, a humedad, a café, a humo… Me acuerdo de los marcapáginas, algunos humildes otros suntuosos y los más de publicidad. Me acuerdo del cartero amado y odiado casi a partes iguales por quitarme el ansia de la espera con su presencia o aumentar el desasosiego de la incertidumbre con su ausencia. Me acuerdo de las bibliotecas con sus anaqueles repletos de libros variopintos, y en particular de la mía con las estanterías a rebosar de libros alineados como un ejército en desbandada, y cómo no, me acuerdo de Cabroncio el duende de mi biblioteca, que de cuando en cuando me escondía algún libro, o me lo cambiaba de sitio. Me acuerdo de las mañanas domingueras de rebusca por el Rastro donde me permitía el lujo de desdeñar más de un libro. Me acuerdo de las librerías de viejo, siempre con luz tamizada, con colores ocres y pardos y con el olor exclusivo y común a todas ellas y que nunca supe definir más allá de ‘olor a librería de viejo’, nada que ver con las librerías de nuevo, con el caleidoscópico colorido que formaban los miles de libros y del olor ácido a tinta y ofset.
Me acuerdo de cuando empezaron a rivalizar, en aquellas mismas librerías, con los libros impresos aquellos otros electrónicos, aquellos cuerpos planos que podían albergar miles de almas, y que al igual que sucedió con los primeros libros impresos que imitaban a los manuscritos, éstos venían envueltos en cajas que parecían libros de verdad. Me acuerdo de aquellos viejos cacharros de tinta electrónica, a los que cuando no quedó más remedio, tuvimos que acostumbrarnos. Me acuerdo que rápidamente estos aparatos fueron dejando obsoletos a los libros impresos. Me acuerdo de, siempre lo sentí como una venganza por su parte, que se quedaban sin batería cuando más lo necesitaba. Me acuerdo cuando, ya herido de muerte el libro físico, se puso de moda el audiolibro, horroroso invento que con voz en off iba narrando las mil y una historias. Me acuerdo de cuando se sofisticaron aquellos aparatos y eran capaces de narrar obras como La Divina Comedia, a través de ultrasonidos, en diez minutos, y para decodificar el mensaje se empleaba aquella psicodroga, la Mnemolector, que antes de retirarse del mercado dejó con taras mentales a millones de ‘lectores’. Me acuerdo de la agonía de las editoriales y las imprentas tradicionales, hasta que hace ahora veinte años se prohibió cualquier tipo de libro, revista o periódico impreso, aunque desde entonces se rumorea sobre una imprenta en la que se editan libros de verdad. Dicen que se hacen llamar Los Ultramarinos, pero a nadie conozco que haya visto un solo libro salido de esa imprenta clandestina. Yo creo que es una hermosa leyenda urbana, hermosa pero sólo eso, leyenda. Lástima.
Me acuerdo de los primeros implantes en la circunvolución temporal media, área de Brodmann 21, un biochip que trae toda la Biblioteca Universal de Edificantes Lecturas (BUEL) y el Noticiero Universal. Además, desde las primeras generaciones se incluían los programas políticos de los dos únicos partidos, el Partido Universal y el Partido Global. Los últimos son los de la serie Omnia con varias versiones subvencionadas por el Estado. Debido a los acontecimientos de todos conocidos ya sólo trae el PPU (Programa del Partido Único). Recuerdan de lejos a los audiolibros, pues la ‘lectura’ consiste en evocar sonidos. Así, dicen que se pueden ‘leer’ las obras completas de Mao en menos de un minuto. Pero dicen también que esas ‘lecturas’ no dejan poso, no dejan huella, que el efecto es efímero. Eso debe ser lo que algunos viejos llaman efecto gaseosa.
Hace unos días cumplí 99 años. Mis nietos me han regalado la última mierda del mercado, ni más ni menos que el biochip más evolucionado, el Next AV versión Alfa Plus. Me lo implantaron en el hipocampo la semana pasada. Viene como los de la serie Omnia, con toda la Biblioteca Universal de Edificantes Lecturas (BUEL) y con el Noticiero Universal. Si tiene algo bueno es que al ser cien por cien de pago no tiene publicidad, aunque lógicamente no viene exento del omnipresente machacón PPU (Programa del Partido Único). Al contrario de las demás versiones, con la Alfa Plus puedes solicitar seis títulos al año de libre elección. Otra canción es que te los autoricen. Ahora la ‘lectura’ es con imágenes, no se evoca el sonido, sólo imágenes, destellos. Cada obra es como un resplandor y dura exactamente eso, un resplandor. Las imágenes ya vienen predefinidas, pero con entrenamiento logras sustituirlas por las tuyas propias. Ya lo logré con el Quijote censurado que viene incluido en la BUEL, he conseguido cambiar las imágenes estandarizadas por las del viejo Doré. Es cuestión de tiempo que se den cuenta de este bug y se pongan a hurgar en el área 17 de Brodmann.
No necesito un mapa estereotáxico para saber dónde se encuentra el puto chip que me implantaron la semana pasada. Justo ahora lo estoy apuntando con mi viejo revolver. Espero que no me falle.
[El Amanuense]
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