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21 de abril de 2018

Loco en Cristo



"Ante un cuadro así un hombre puede perder la fe..."


Lo dice el principe Mishkin en El Idiota acerca del óleo de Holbein que se conserva en Basilea y que al mismo Dostoievski impresionó sobremanera durante su periplo europeo, mientras visitaba un casino tras otro, entrampándose cada vez más...

Lo cuenta con más detalles su viuda en sus memorias.

[Gromov]



23 de junio de 2016

Hoy he hecho una buena acción





Hoy he restaurado un libro, éste cuya historia conté aquí.







Es una edición algo desportillada de Ana Karenina en la colección Joya y hasta ayer no había podido hacerme con otro ejemplar de la misma camada (hay tres ediciones en Aguilar, todas con paginaciones distintas).

[Gromov] 








10 de junio de 2016

Mismo sentido de inevitabilidad









En las obras de Tolstói, cuando un personaje muere, suele haber algún otro que íntimamente piensa: "pero yo sigo vivo..." Así ocurre al comienzo de La Muerte de Iván Ilich, por poner un ejemplo.

Cuando en el Rastro o en una librería de viejo vemos una montonera de libros en los que se ve un sentido de unidad pronto a ser desperdigado, pensamos: "son los de otro, no los míos..." 


Pero no nos engañemos, en ambos casos se trata de una prórroga ante lo inevitable.


 

8 de junio de 2016

Su único botín





De 1812: La Trágica Marcha de Napoleón sobre Moscú, de Adam Zamoyski:

 
“El camino estaba plagado de objetos valiosos, como cuadros, candelabros y gran número de libros –recordaba el sargento Bourgogne-. Yo me pasaba casi una hora recogiendo libros y echándoles un vistazo, y luego los arrojaba a mi vez para que los recogieran otros, que los arrojaban a su vez.” El príncipe Józef Poniatowski, tendido en su carruaje con el cuerpo destrozado, pidió a un soldado que pasaba por su lado que le diera algo que leer de la selección que cubría el borde del camino, y ese libro, que lo absorbió, sería su único botín de la campaña.

(...)
Las condiciones del repliegue habían resultado ser muy diferentes de lo que habían imaginado al abandonar Moscú, de modo que todo el mundo intentaba intercambiar su botín por otro más manejable o fácil de transportar. “Aquí una cantinera ofrecía relojes, anillos, collares, vasijas de plata y piedras preciosas –recordaba Amédée de Pastoret-. Allí un granadero vendía brandy o pieles. Un poco más allá un soldado de la caravana pregonaba las obras completas de Voltaire (...)”



[Gromov: no he logrado saber el libro que leyó Poniatowski] 






1 de junio de 2016

Curso acelerado de literatura rusa (II)



File:Pushkin decembrists.jpg
Sketch de Pushkin con el cadalso del los decembristas


De EL DESARROLLO DE LAS IDEAS REVOLUCIONARIAS EN RUSIA
de Aleksandr Herzen:


Un destino terrible y sombrío está reservado a cualquiera que se atreva a levantar la cabeza por encima del nivel que traza el cetro imperial. Al poeta, al ciudadano, al pensador, una fatalidad inexorable los empuja a la tumba. La historia de nuestra literatura es un martirologio o una sucesión de encarcelamientos. Hasta los mismos que han sido protegidos por el gobierno se apuran a quitarse la vida apenas se asoman a ella.

                                              La solto i giorni brevi e nebulosi
                                              nasce una gente a cui il morir non duole.



  • Riléiev, ahorcado por Nicolás.
  • Pushkin, asesinado en un duelo a los treinta y ocho años.
  • Griboiedov, asesinado en Teherán.
  • Lermontov, muerto en un duelo en el Cáucaso a los treinta años.
  • Venevitinov, muerto por la sociedad a los veintidós años.
  • Koltzov, asesinado por su familia a los treinta y tres años.
  • Belinski, muerto a los treinta y cinco años por el hambre y la miseria.
  • Polezhaiev, muerto en un hospital militar luego de habérsele forzado a servir como soldado en el Cáucaso durante ocho años.
  • Baratinski, muerto luego de un exilio de doce años.
  • Bestuzhev sucumbió en el Cáucaso, muy joven, luego de los trabajos forzados en Siberia.


¡Malditos los pueblos que lapidan a sus profetas!, dicen las Escrituras. Pero el pueblo ruso nada tiene que temer porque nada puede empeorar su desgraciada suerte.
                                                                                                                                                                                [Gromov]



31 de mayo de 2016

Curso acelerado de literatura rusa






Los rusos y los discípulos de los rusos han demostrado hasta el hastío que nadie es imposible: suicidas por felicidad, asesinos por benevolencia, personas que se adoran hasta el punto de separarse para siempre, delatores por fervor o por humildad... Esa libertad plena acaba por equivaler al pleno desorden.

(Borges en el prólogo a La Invención de Morel)



[Gromov]


 

16 de mayo de 2016

Hay que pillarlo




La edición de Resurrección de Tolstói que aparece camuflada entre los Libros Libres del Bar la Revuelta (post anterior) es la de Victor Andresco, la misma que se puede encontrar en el catálogo de Pre-Textos por un pastizal.

[Gromov] 


12 de mayo de 2016

Un paseo por la literatura rusa

















La traductora de
Kapuściński
al español hizo su tesis doctoral sobre un tema tratado aquí.
(Juro que entonces desconocía su existencia)
























Todos mis esfuerzos por hacerme con un ejemplar han resultado infructuosos.





















[Gromov]








13 de abril de 2016

29 de marzo de 2016

Caudillo tártaro




Volvía yo a casa a campo traviesa. Iba mediado el verano. Se había dado remate a la cosecha del heno y empezaba la siega del centeno.

Esa estación del año ofrece una deliciosa profusión de flores silvestres: trébol rojo, blanco, rosado, aromático, tupido; margaritas arrogantes de un blanco lechoso, con su botón amarillo claro, de esas de "me quieres no me quieres", de olor picante a fruta pasada; calza amarilla con olor a miel; altas campanillas blancas o color lila, semejantes a tulipanes, arvejas rampantes, bonitas escabiosas, amarillas, rojas, de color rosa y malva; llantén de pelusa levemente rosada y levemente aromática; acianos que, tiernos aún, lucen su azul intenso a la luz del sol, pero que al anochecer o cuando envejecen se tornan más pálidos y encarnados; y la delicada flor de la cuscuta, que se marchita tan pronto como se abre.

Habia cogido un gran ramo de estas flores y ya volvía a casa cuando vi en una zanja, en plena eflorescencia, un magnífico cardo color frambuesa de los que por allí llaman "tártaros", que los segadores esquivan con cuidado, y cuando por descuido cortan uno lo arrojan entre la hierba para no pincharse las manos. A mí se me ocurrió coger ese cardo y ponerlo en medio de mi ramo. Bajé a la zanja y, tras ahuyentar a un abejorro que se había colocado en una de las flores y allí dormía dulce y pacíficamente, me dispuse a coger la flor.  Pero aquello resultó muy difícil. No sólo el tallo pinchaba por todas partes -incluso a través del pañuelo con que me había envuelto la mano-, sino que era tan sumamente duro que tuve que bregar con él casi cinco minutos, arrancándole las fibras una a una. Cuando por fin logré  mi propósito, el tallo estaba enteramente deshecho y la flor misma no me parecía ahora tan fresca ni tan hermosa. Por añadidura, era demasiado ordinaria y vulgar para emparejar con los otros colores delicados del ramo.  Lamentando haber destruido sin provecho una flor que había sido hermosa en su propio lugar, la tiré. "Pero, qué energía, que potencia vital! -me dije-, recordando el esfuerzo que me había costado arrancarla-, ¡Cómo se defendía y cuán cara había vendido su vida!"

El camino que conducía a la casa pasaba por un terreno en barbecho recién arado. Yo caminaba lentamente sobre el polvo negro. Ese campo labrado pertenecía a un rico propietario. Era tan vasto que a ambos lados del camino o en el cerro enfrente de mí sólo se veían los surcos idénticos de la tierra labrada. La labor había sido excelente: no se veía por ninguna parte una brizna de hierba o una planta. Todo era tierra negra. "¡Qué criatura tan devastadora y cruel es el hombre! ¡Cuántos seres vivos, cuántas plantas destruye para mantener su propia vida!", pensé, buscando involuntariamente a mi alrededor alguna cosa viva en medio de ese campo negro y muerto. Frente a mí, a la derecha del camino, vi lo que parecía ser un pequeño arbusto. Cuando me acerqué, noté que era de la misma especie de cardo tártaro cuya flor había arrancado en vano y tirado luego.

La mata de cardo se componía de tres ramas. Una estaba tronchada, con un muñón que semejaba un brazo mutilado. Las otras dos tenían, cada una, una flor, antes roja, pero ahora ennegrecida. Un tallo estaba roto, y de su punta pendía una flor sucia. La otra, aunque sucia de tierra negra, aún estaba erguida. Era evidente que por encima de la planta había pasado la rueda de un carro, pero que el carro había vuelto a levantarse y se mantenía erecto, aunque torcido. Era como si le hubiesen desgajado del cuerpo un miembro, abierto las entrañas, arrancado un brazo, vaciado un ojo. Y, sin embargo, se mantenía tieso, sin rendirse al hombre que había destruido a sus congéneres en torno suyo.


 "¡Qué energía!" -pensé-. El hombre ha vencido todo, destruido millones de plantas, pero ésta no se rinde." Y me acordé de una antigua aventura del Cáucaso que yo mismo presencié en parte, que en parte me contaron testigos oculares y en parte también imaginé. Esa aventura, tal como la han ido hilvanando mi memoria y mi imaginación es la que sigue.


 [Gromov]

15 de marzo de 2016

Nastasia Filipovna








—¿Así que ésta es Nastasia Filipovna? —preguntó, examinando el retrato con curiosidad —. ¡Es maravillosamente bella! —añadió fervorosamente.

El retrato era, como Michkin decía, el de una mujer maravillosamente bella, ataviada, sin afectación alguna, con un vestido de seda negro cuya elegante hechura no excluía la sencillez. Los cabellos que, al parecer, debían de ser castaños, iban peinados con casera simplicidad; la frente era pensativa; los ojos negros y profundos; la expresión apasionada y un tanto desdeñosa, el rostro delgado y probablemente pálido.

***

Antes de llegar a las dos habitaciones que precedían al salón, se detuvo de pronto como si acabase de surgir alguna idea en su mente y luego, lanzando una mirada en torno, se acercó a la ventana y comenzó a examinar el retrato de Nastasia Filipovna. Dijérase que quisiera descifrar el no se sabía qué de misterioso que antes le afectara tanto al mirar la faz de aquella mujer. Su impresión entonces había sido muy viva y ahora quería someterla a nueva prueba. Contemplando otra vez aquel rostro, que tenía de notable, no sólo su belleza, sino algo más, imposible de definir, el príncipe tornó a recibir una sensación muy fuerte, más fuerte todavía que la primera. El orgullo y el desprecio, por no decir el odio, se acusaban en aquel semblante femenino con intensidad extraordinaria: pero a la vez se desprendía de él una sorprendente expresión de ingenuidad y confianza, contraste que producía un sentimiento casi compasivo. La deslumbrante hermosura de Nastasia Filipovna tenía un carácter extraño: el rostro era pálido, las mejillas poco menos que hundidas, los ojos ardorosos. ¡Extraña belleza aquélla!

***

De pronto Gania se aproximó al príncipe, que en aquel momento examinaba el retrato de Nastasia Filipovna.

—¿Le gusta esa mujer, príncipe? —le interrogó a quemarropa, mirándole inquisitivamente. Dijérase que tras aquella pregunta se ocultaba alguna intención peculiar.

—Tiene un rostro maravilloso —repuso el príncipe—. Y estoy seguro de que no ha vivido una existencia vulgar. Aunque su fisonomía es alegre, esta mujer ha debido de atravesar grandes sufrimientos, ¿no? Los ojos lo dicen, y lo dicen sus pómulos, y lo dicen esas ojeras... Tiene un rostro orgulloso, altanero... No sé si será o no una mujer de buen corazón. ¡Si fuera buena, todo lo demás podría pasar!

—¿Se casaría usted con una mujer así? —preguntó Gania, mirando fijamente a Michkin con ojos ardientes.

—Yo no puedo casarme con mujer alguna, porque estoy enfermo —respondió el príncipe.

[Tradución de Lopez-Morillas (es la que tengo a mano) de algunos fragmentos de El Idiota de Dostoievski] 





21 de julio de 2015

Pushkin y las langostas


Pushkiniana (vía Yandex)


Tras una de sus fechorías, como castigo, Pushkin fue comisionado para evaluar los daños de una plaga de langostas. Este es el informe que evacuó:

«Por el llano volaban las langostas, 
todas a una en la tierra se posaron,  
con todo lo que vieron acabaron, 
y volando se fueron a otras costas».

(Gromov, leído en El Mar Negro de Neal Ascherson)


11 de junio de 2015

To the happy few




De los diarios de Tolstói:


“Existe una literatura de la literatura: cuando el objeto de la literatura no es la vida misma, sino la literatura de la vida, y esa literatura de la literatura es el 999/1000 de todo lo que se ha escrito.

Existe una política de la política: cuando el objeto de la política no es el Estado, sino la política contemporánea anterior, y es el 999/1000 de toda la actividad de las Cámaras.

Existe una poesía de la poesía (y lo mismo en la música, y en la pintura y en la escultura y en la escritura): cuando el objeto de la poesía no es la vida, sino la poesía anterior, y es el 999/1000 de todo lo que se ha creado.

Existe una filosofía de la filosofía, cuando el objeto no es el pensamiento sino los sistemas”.

[Gromov] 

19 de marzo de 2015

Rusofilia





En días de incertidumbre, en días de amargas reflexiones sobre los destinos de mi patria, tan sólo tú eres mi aliento y apoyo, oh lengua rusa, ¡lengua magna, vigorosa, veraz y libre! De no ser por ti, ¿cómo no caer en la desesperación, a la vista de todo lo que acontece en mi tierra? Mas no puedo dejar de creer que semejante lengua no haya sido dada a un gran pueblo.

Ivan Turgueniev, junio de 1882, de los Poemas en Prosa (Senilia)

[Gromov]

12 de noviembre de 2014

Pushkin y los gatos



 
Miles de félidos domésticos de todo el mundo se llaman Pushkin, como atestigua este mosaico parcial tomado de Flickr. Hay que reconocer que es un nombre que le pega a un gato: Pushkin, Pushkin, Pushkin...

Obviamente, es en Rusia donde más profusión de mininos Pushkines hay. Tal vez ello tenga que ver con el amor al poeta (aunque por estos pagos yo no sé de ningún gato Cervantes o similar) y con el precioso prólogo a su cuento en verso Ruslán y Ludmila, que en sólo unas líneas nos envuelve de embriagador aroma  ruso:
   
En una playa próxima a cierto golfo crece un robusto y verde roble. Un gato sabio, sujeto al tronco por una cadena de oro, da vueltas sin cesar en torno a él.
Cuando corre a la derecha, entona una canción, y cuando corre a la izquierda se pone a contar un cuento.
Por todas partes se producen allí milagros; anda vagando el demonio, una ondina se balancea en las ramas... Y en los senderos ocultos se ven huellas de animales nunca vistos...

También hay una casita con patas de gallina, y que no tiene puertas ni ventanas.

Allí cada bosque y cada valle albergan innúmeros fantasmas...

Allí, al rayar el alba, cuando las olas empiezan a rodar por las riberas arenosas, surgen de las límpidas aguas treinta y tres hermosos héroes, capitaneados por el viejo Tío del Mar...

Allí un joven príncipe vence y hace prisionero a un zar temible...

Allí, a la vista de todos, rapta un brujo a un héroe esforzado y, subiendo con él a las nubes, vuela sobre bosques y mares...

Allí, encerrada en una celda, llora una zarina, a la que sirve con fidelidad un oso pardo...

Allí camina por sí solo un mortero junto a la bruja Yaga.

Allí el zar de los brujos, el Brujo-Inmortal, tiembla por su oro...

Allí reina el espíritu ruso... Todo sabe a Rusia allí.

Y allí estuve yo... Bebí dulcísimo hidromiel, vi aquel roble verde, y también, a su sombra, al gato sabio, que me contó buenos cuentos de los suyos. Y uno de ellos lo recuerdo, y voy a contarlo ahora al mundo entero...


[Gromov]

4 de noviembre de 2014

El voyeur literario




Esta foto de Carl Mydans para la revista LIFE data de 1958 y captura un momento en el que Nabokov dicta a su esposa Vera. No sabemos qué. Por la fecha pudiera ser el texto para una de sus clases a féminas en la universidad de Cornell (aunque creo que éstas eran manuscritas), o un fragmento de Pálido Fuego, o una estrofa de su traducción del Onegin, aprovechando el recitado para apreciar la eufonía.

Yo pensaba que la iconografía de Tolstói era la más extensa conocida de un escritor, pero echando un vistazo a la de Nabokov, creo que ésta la supera. Todo un festín para voyeurs literarios, a los que, paradójicamente, el autor de Lolita detestaba.

[Gromov]

[Factotum: ¿nueva etiqueta, "el voyeur literario"? Si consigo la foto de Juan Benet borracho agarrado a una farola de Praga, será la próxima entrega]

17 de octubre de 2014

Orwell, Ucrania y las bestias (y II)





Conclusión del prólogo de Orwell a la edición ucraniana 
de Animal Farm (1947)


Aquí debo pararme a explicar mi actitud hacia el régimen soviético. Nunca he visitado Rusia, y mi conocimiento de este país consiste en lo que puede saberse por la lectura de libros y periódicos. Aunque tuviese el poder necesario, no desearía inmiscuirme en los asuntos internos soviéticos: no condenaría a Stalin y a sus colaboradores sólo por sus métodos bárbaros y antidemocráticos. Es muy posible que, aun con la mejor de las intenciones, no hayan podido actuar en otro modo dadas las circunstancias de su país.

En cambio, considero de la mayor importancia que en la Europa occidental se tenga una idea exacta de lo que es el régimen soviético. Desde 1930, pocas cosas me hacen creer que la URSS esté avanzando hacia nada que pueda honestamente llamarse socialismo. Por el contrario, me han llamado la atención indicios claros de su transformación en una sociedad jerárquica, en la que los dirigentes no tienen más razones para abandonar su poder que cualquier otra clase dirigente. Además, los obreros y los intelectuales de un país como Inglaterra no pueden comprender que la URSS de hoy es del todo diferente a lo que era en 1917. Ello se debe, en parte, a que no quieren comprenderlo (porque quieren creer que en algún lugar existe realmente un país socialista), y en parte a que el totalitarismo es algo que les resulta del todo incomprensible, por estar acostumbrados a una relativa libertad y moderación en la vida pública.

Pero hay que recordar que Inglaterra no es completamente democrática. Es también un país capitalista con grandes privilegios de clase y (incluso ahora, después de una guerra que ha tendido a equiparar a todo el mundo) con grandes diferencias económicas. Pero, con todo, es un país cuyos habitantes han convivido durante siglos sin conocer la guerra civil, en el que las leyes son relativamente justas y las noticias y estadísticas oficiales pueden ser creídas casi invariablemente, y en el cual, cosa importante, el albergar y expresar opiniones minoritarias no implica peligro de la vida. En un ambiente así, el hombre de la calle no tiene una idea real de lo que son cosas como los campos de concentración, las deportaciones masivas, las detenciones sin juicio, la censura de prensa, etc. Todo lo que lee sobre un país como la URSS lo traduce automáticamente a términos ingleses, y acepta con toda inocencia las mentiras de la propaganda totalitaria. Hasta 1939, e incluso después, la mayoría del pueblo inglés fue incapaz de comprender la verdadera naturaleza de régimen nazi en Alemania, y ahora, con el régimen soviético, sufren aún, en buena medida, el mismo tiempo de ilusión.

Esto ha causado un gran daño al movimiento socialista inglés, y ha tenido consecuencias graves para la política exterior inglesa. En mi opinión, nada ha contribuido tanto a la corrupción de la idea original de socialismo como la creencia de que Rusia es un país socialista y de que todo acto de sus dirigentes debe ser excusado, cuando no imitado. A mi regreso de España se me ocurrió la posibilidad de denunciar el mito soviético en una narración que pudiese ser atendida por casi todo el mundo y que pudiese ser fácilmente traducida a otros idiomas. Pero, durante algún tiempo, no se me ocurrían los detalles concretos de la historia, hasta que un día (yo vivía por entonces en un pueblo pesquero) vi a un niño de unos diez años que conducía, desde un carro, a un enorme caballo por un camino estrecho y le daba de latigazos cada vez que el animal intentaba volverse. Pensé que, si los animales como aquél se hiciese un día conscientes de su fuerza, no tendríamos poder alguno sobre ellos, y que el hombre explota a los animales de una forma muy parecida a como los ricos explotan al proletariado.

Pasé a analizar la teoría de Marx desde el punto de vista de los animales. Para éstos estaba claro que el concepto de lucha de clases entre los humanos era pura ilusión, ya que cuando era necesario explotar a los animales todos los humanos se unían contra ellos: la verdadera lucha es la que se produce entre los animales y los humanos. Partiendo de este punto, no me fue difícil desarrollar la historia. No la escribí hasta 1943, pues siempre estaba ocupado en otros trabajos que no me dejaban tiempo, y al final incluí en el libro algunos acontecimientos que ocurrieron mientras escribía, como por ejemplo la Conferencia de Teherán. Así pues, tuve en la mente el esquema del libro durante un período de seis años antes de escribirlo.

No deseo hacer comentario alguno sobre la obra; si no habla por sí misma, es una empresa fracasada. Pero quisiera recalcar dos cosas: la primera, que aunque los distintos episodios están tomados de la historia verdadera de la revolución rusa, están representados esquemáticamente y se ha cambiado su orden cronológico; esto fue necesario para la simetría de la narración. La segunda no ha sido observada por la mayoría de los críticos, quizá porque no he insistido bastante en ella. Es posible que algunos lectores acaben de leer el libro y se queden con la impresión de que termina con una total reconciliación entre los cerdos y los humanos. Pero ésa no fue mi intención; por el contrario, yo quería acabar el relato con una fuerte nota de discordia, pues escribí el final inmediatamente después de la Conferencia de Teherán, que, según creyó todo el mundo, estableció las mejores relaciones posibles entre la URSS y Occidente. Yo personalmente no creí que aquellas buenas relaciones fuesen a durar mucho; y, como han demostrado los acontecimientos, no me faltaba razón.

[Gromov]