Los restantes ultramarinos, con Gromov missing |
Luengo tiempo hacía que Gromov se ocultaba
enfurruñado y mascaba su rabia junto a las cóncavas naves, pues el ambicioso
Larsen le había disputado su botín. Entonces también el singular Bombita, el
más vocinglero de los rastreros ultramarinos, se enfrentó temerariamente al Factotum
para hacerlo ridículo a sus ojos. Y dando estridentes gritos, sin poner freno a
su lengua, profería innúmeros oprobios.
BOMBITA: ¡Trapero!, ¿de qué te
quejas o de qué careces? Tus estantes están repletos de lo que te aprovechas en
nuestras incursiones. No es justo, pues, que causes tantos males a los
ultramarinos ofendiendo al esclarecido Gromov, arrebatándole la recompensa que
todavía le retienes. Por eso, volveremos en las naves a la patria y te
dejaremos aquí solo para que devores el botín y sepas si te sirve o no nuestra
ayuda. Poca cólera siente el Ruso en su pecho y es grande su indolencia; si no,
éste sería tu último ultraje.
Tales palabras dijo, escarneciendo al Caudillo Allende los Mares.
En seguida el Amanuense, fecundo en ardides, se detuvo a su lado; y mirándolo
con torva faz, lo increpó duramente.
AMANUENSE: ¡Cajetilla parlero! Aunque seas orador
facundo, contén tu boca, pues no creo que haya un hombre peor que tú de cuantos
hemos venido a estas orillas. Por tanto, no injuries ni pienses en irte, que no
sabemos aún con certeza cómo acabará ésto. Tú denuestas al greñudo Larsen
porque los héroes ultramarinos le consideran en mucho; por eso lo zahieres. Mira
que lo que voy a decirte se cumplirá: si vuelvo a encontrarte delirando como
ahora, te echaré mano, te descubriré tus partes verendas y te enviaré a las
veleras naves después de castigarte con afrentosos azotes.
Así dijo, y dióle tal golpe entre hombros, que el Pescador se
encorvó, mientras lloraba de los sus ojos y un cruento cardenal aparecía en su
espalda. Sentóse, turbado y dolorido; miró a todos con aire de simple, y se
enjugó las lágrimas. Y los ultramarinos, aunque afligidos por la reyerta,
rieron con gusto y aplaudieron al artero Escribiente. Entonces Tinofc, caballero
gerenio, los arengó de este modo.
TINOFC: ¡Oh dioses! Actuáis como no ejercitados niños.
¿Qué fue de nuestros convenios y juramentos? ¿Se fueron, pues, en humo, los
consejos, los afanes de los ultramarinos, los pactos consagrados con
sacrificios de cabrito, libaciones de vino y apretones de manos en que
confiábamos? Contendemos con palabras, nos entretenemos sin motivo, y en tan
largo espacio perdemos las primicias de la jornada. Larsen, tú, como siempre,
manda con firme decisión a los ultramarinos en expedición, y deja que se
consuman uno o dos si en discordancia con los demás se mantienen. Sigue los
consejos que nosotros te damos: agrupa a los hombres, y no promuevas más
facciones.
Y respondióle el gran Factotum.
LARSEN: De nuevo, oh anciano, superas con tus aladas palabras a los ultramarinos
todos. Ojalá tuviera yo entre ellos diez consejeros semejantes, que entonces no
me hubiera enredado en inútiles disputas y riñas sin cuento. Que si Gromov y yo
peleamos con encontradas razones por el botín, fui yo el primero en irritarme.
Y si ambos procediéramos de acuerdo, el Rastro al completo sería nuestro. Pero,
¡por Zeus!, aún sin el Eslavo, arrasaremos con todo.
Tal dijo; pero el Cronión no accedió a sus demandas y preparóles a
los ultramarinos no envidiable celada, pues abrió los cielos con su rayo,
retumbó con tonante trueno y anegó todas sus pretensiones con incesante
aguacero. Y como de la hendedura de un peñasco salen sin cesar enjambres
copiosos de abejas que vuelan arracimadas sobre las flores primaverales y unas
revolotean a este lado y otras a aquél, así los numerosos trofeos del Rastro,
con el pertinaz chaparrón, se esfumaban ante sus mismas narices sin poder echarles
mano.
[Spasavic, corizonte]
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