29 de septiembre de 2014

Rastríada (II)


Los restantes ultramarinos, con Gromov missing



Luengo tiempo hacía que Gromov se ocultaba enfurruñado y mascaba su rabia junto a las cóncavas naves, pues el ambicioso Larsen le había disputado su botín. Entonces también el singular Bombita, el más vocinglero de los rastreros ultramarinos, se enfrentó temerariamente al Factotum para hacerlo ridículo a sus ojos. Y dando estridentes gritos, sin poner freno a su lengua, profería innúmeros oprobios.

BOMBITA: ¡Trapero!, ¿de qué te quejas o de qué careces? Tus estantes están repletos de lo que te aprovechas en nuestras incursiones. No es justo, pues, que causes tantos males a los ultramarinos ofendiendo al esclarecido Gromov, arrebatándole la recompensa que todavía le retienes. Por eso, volveremos en las naves a la patria y te dejaremos aquí solo para que devores el botín y sepas si te sirve o no nuestra ayuda. Poca cólera siente el Ruso en su pecho y es grande su indolencia; si no, éste sería tu último ultraje.

Tales palabras dijo, escarneciendo al Caudillo Allende los Mares. En seguida el Amanuense, fecundo en ardides, se detuvo a su lado; y mirándolo con torva faz, lo increpó duramente.

AMANUENSE: ¡Cajetilla parlero! Aunque seas orador facundo, contén tu boca, pues no creo que haya un hombre peor que tú de cuantos hemos venido a estas orillas. Por tanto, no injuries ni pienses en irte, que no sabemos aún con certeza cómo acabará ésto. Tú denuestas al greñudo Larsen porque los héroes ultramarinos le consideran en mucho; por eso lo zahieres. Mira que lo que voy a decirte se cumplirá: si vuelvo a encontrarte delirando como ahora, te echaré mano, te descubriré tus partes verendas y te enviaré a las veleras naves después de castigarte con afrentosos azotes.

Así dijo, y dióle tal golpe entre hombros, que el Pescador se encorvó, mientras lloraba de los sus ojos y un cruento cardenal aparecía en su espalda. Sentóse, turbado y dolorido; miró a todos con aire de simple, y se enjugó las lágrimas. Y los ultramarinos, aunque afligidos por la reyerta, rieron con gusto y aplaudieron al artero Escribiente. Entonces Tinofc, caballero gerenio, los arengó de este modo.

TINOFC: ¡Oh dioses! Actuáis como no ejercitados niños. ¿Qué fue de nuestros convenios y juramentos? ¿Se fueron, pues, en humo, los consejos, los afanes de los ultramarinos, los pactos consagrados con sacrificios de cabrito, libaciones de vino y apretones de manos en que confiábamos? Contendemos con palabras, nos entretenemos sin motivo, y en tan largo espacio perdemos las primicias de la jornada. Larsen, tú, como siempre, manda con firme decisión a los ultramarinos en expedición, y deja que se consuman uno o dos si en discordancia con los demás se mantienen. Sigue los consejos que nosotros te damos: agrupa a los hombres, y no promuevas más facciones.

Y respondióle el gran Factotum.

LARSEN: De nuevo, oh anciano, superas con tus aladas palabras a los ultramarinos todos. Ojalá tuviera yo entre ellos diez consejeros semejantes, que entonces no me hubiera enredado en inútiles disputas y riñas sin cuento. Que si Gromov y yo peleamos con encontradas razones por el botín, fui yo el primero en irritarme. Y si ambos procediéramos de acuerdo, el Rastro al completo sería nuestro. Pero, ¡por Zeus!, aún sin el Eslavo, arrasaremos con todo.

Tal dijo; pero el Cronión no accedió a sus demandas y preparóles a los ultramarinos no envidiable celada, pues abrió los cielos con su rayo, retumbó con tonante trueno y anegó todas sus pretensiones con incesante aguacero. Y como de la hendedura de un peñasco salen sin cesar enjambres copiosos de abejas que vuelan arracimadas sobre las flores primaverales y unas revolotean a este lado y otras a aquél, así los numerosos trofeos del Rastro, con el pertinaz chaparrón, se esfumaban ante sus mismas narices sin poder echarles mano.


[Spasavic, corizonte]


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