18 de septiembre de 2015

Oscuridades


Don Larsen, me dirijo a usted para hacerle partícipe de este cuento irónico, amargo y quién sabe si vengativo, para que, si no tiene otra  cosa mejor que dar a la imprenta digital, lo publique usted no antes del jueves de la semana que viene, por razones que se me antojan harto prolijas de explicar por escrito. 

Ruego a usted guarde el secreto sobre la identidad de quien lo firma. Si fuere así, amparado en ello, este trasunto de envenenado viento atlántico le podría hacer llegar algún que otro texto susceptible de propiciar mi linchamiento, y quién sabe si hasta cosas peores.
Muchas gracias y quedo a su disposición para cualquier requerimiento.

Mattheus Porto Luz

PS Disculpe la posible mala traducción al español tanto del cuento como de este correo.





OSCURIDADES

Soltera, maniática, severa, inmisericorde, sola. La chepa se pasó la vida corrigiendo exámenes como quien dicta sentencias irrefutables. La ternura y la comprensión sólo eran palabras apropiadas para el análisis morfológico. Todo lo más alguna vez soñó con encontrar un compañero igual a ella en quien ampararse de la agresividad silenciosa de los alumnos. Pero eso sólo duró hasta que el óxido cubrió todo su caparazón al completo y sus gafas de miope se convirtieron en troneras por donde disparaba sin piedad. Así es que cuando la despojaron de todo su poder a los setenta años por haber llegado a la edad máxima para jubilarse, comenzó a sospechar conspiraciones infundadas contra ella, ante las cuales estaba inerme. Con el paso del tiempo desarrolló un mecanismo de defensa, que consistía en no reconocer la vida que había llevado, en rechazar toda actitud inflexible, toda convicción pasada. Con tal práctica le nacieron vibraciones extrañas en el alma, en las manos y en el sexo descolgado, pero pronto se dio cuenta de que ya era tarde para descubrir el mundo con su cuerpo y sus sentidos calcinados por las oscuridades de tantos años. Sólo yo advertí que tras aquel nombre en la esquela funeraria de un periódico local se escondía La chepa. No me alegré de su suicidio tardío, al fin y al cabo sólo conmigo tuvo una debilidad, haber pasado por alto una falta de ortografía en el último examen de segundo de bachillerato con un guiño lúbrico y ansioso de su ojo derecho, que ni ella misma seguramente advirtió. Quién sabe si la conmovieron mis poemas de amor requisados durante una de sus soporíferas clases, y que ya no me devolvió.

                                    Mattheus Porto Luz



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