Conocido y admirado en casi toda Europa, Tommaso Landolfi (1908-1979) es un escritor prácticamente inédito en España. Nada mejor para adentrarse en su fantasía perversa y en su versatilidad inventiva que estos cincuenta y dos relatos, prologados y seleccionados por Italo Calvino.
En una obra como la de Landolfi la primera regla de juego que el autor establece con su lector es que, tarde o temprano, a éste le aguarda una sorpresa. Pero aquí el juego es más complejo: alrededor de una idea —casi siempre una invención pérfida o escalofriante— se organiza un cuento de elaborada ejecución que, generalmente, se plantea sobre una voz que parece ser el eco de otra, o bien sobre una escritura que, sólo fingiendo ser parodia de otra escritura, logra ser directa, espontánea y fiel a sí misma.
Haciendo gala de su vasta erudición sobre historia antigua, lingüística y literatura rusa, Landolfi crea ante el lector una serie de referencias y alusiones que le dieron fama de escritor difícil y minoritario; y lo sería si estas alusiones no constituyeran una parte inherente de su juego siempre entretenido. Quizás el mayor enigma de Landolfi sea hasta qué punto son suyas, y no máscaras de un ágil actor, estas obsesiones donde, según palabras de Calvino, «más que la muerte, es la patología del viviente» lo que predomina.
Además del juego, su verdadera obsesión fue el lenguaje, «la miel de los dioses», que le proporcionaba un placer casi físico en su afán de extraer palabras caídas en desuso, de los diccionarios antiguos, o de jugar con los múltiples sentidos de una palabra, inventarlas, o buscar equivalencias y sutilezas en varias lenguas. Por ello, la versión elaborada para este libro por Ángel Sánchez Gijón podría casi calificarse de perfecta.
Tommaso Landolfi cultivó y mantuvo una vida de excéntrico solitario, hasta el extremo de llegar a prohibir a sus editores italianos que publicaran cualquier dato biográfico suyo en las solapas de sus libros. Todo cuanto sabemos de él proviene de sus invenciones.
En una obra como la de Landolfi la primera regla de juego que el autor establece con su lector es que, tarde o temprano, a éste le aguarda una sorpresa. Pero aquí el juego es más complejo: alrededor de una idea —casi siempre una invención pérfida o escalofriante— se organiza un cuento de elaborada ejecución que, generalmente, se plantea sobre una voz que parece ser el eco de otra, o bien sobre una escritura que, sólo fingiendo ser parodia de otra escritura, logra ser directa, espontánea y fiel a sí misma.
Haciendo gala de su vasta erudición sobre historia antigua, lingüística y literatura rusa, Landolfi crea ante el lector una serie de referencias y alusiones que le dieron fama de escritor difícil y minoritario; y lo sería si estas alusiones no constituyeran una parte inherente de su juego siempre entretenido. Quizás el mayor enigma de Landolfi sea hasta qué punto son suyas, y no máscaras de un ágil actor, estas obsesiones donde, según palabras de Calvino, «más que la muerte, es la patología del viviente» lo que predomina.
Además del juego, su verdadera obsesión fue el lenguaje, «la miel de los dioses», que le proporcionaba un placer casi físico en su afán de extraer palabras caídas en desuso, de los diccionarios antiguos, o de jugar con los múltiples sentidos de una palabra, inventarlas, o buscar equivalencias y sutilezas en varias lenguas. Por ello, la versión elaborada para este libro por Ángel Sánchez Gijón podría casi calificarse de perfecta.
Tommaso Landolfi cultivó y mantuvo una vida de excéntrico solitario, hasta el extremo de llegar a prohibir a sus editores italianos que publicaran cualquier dato biográfico suyo en las solapas de sus libros. Todo cuanto sabemos de él proviene de sus invenciones.
[El replicante digital]
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