31 de enero de 2016

Clásicos del traje gris


P R E S E N T A C I Ó N

Muero todos los días MANUEL OVEIRA

Volandera Sobre héroes y tumbas MARIO PAZ

M A N U A L  D E  U L T R A M A R I N O S



















Reportaje de Eloy Rubio Carro. AstorgaRedacción.



¡Pasen y vean!



C A N T A R E R O S  3
















































Foto de Darío Marcos


 Fotos de Toñi Tomé


Las malas lenguas





- ¿Qué le pasaba a ese Ultramarino que le quería quitar al otro su ejemplar de Muero todos los días?
- Era el ejemplar número 1 de la edición Príncipe.
- Pues menudo espectáculo montaron, le quitaron todo el protagonismo al escritor.
- Así son los Ultramarinos, aves de rapiña.

Oído y visto en Cantareros 3

30 de enero de 2016

Término ultramarino


Hace unas semanas El Amanuense se compró en Cadórniga una edición del Barcia, un diccionario etimológico que ya había salido por aquí alguna vez. Lo primero que hicimos fue buscar "ultramarino", y nos llevamos la sorpresa de que se nos remite al Diccionario de Autoridades con una cita del Quijote.




Bruno Aguilera Barchet, en su artículo "El Derecho en el Quijote. Notas para una inmersión jurídica en la España del Siglo de Oro" nos informa con más detalle del significado jurídico de "término ultramarino":

La familiaridad de Cervantes con el proceso se deduce también de otros pasajes del Quijote en los que se permite igualmente jugar con los términos y las expresiones jurídicas con una gracia innegable. Así por ejemplo cuando emplea la expresión «término ultramarino» en el sentido de plazo más dilatado que el ordinario, que era el que se concedía a quienes residían en ultramar, en Las Indias o en cualquier otro punto de los amplios dominios de la Majestad Católica ubicados al otro lado del Océano, como las islas Filipinas, así nombradas en honor a Felipe II, ya que por lo general sólo había una flota anual entre Las Indias y la metrópoli (*). El pretexto para el empleo de la expresión mencionada aparece en el pasaje en el que el cura y el barbero maese Nicolás están en casa del Ingenioso Hidalgo haciendo una limpia de libros (Cervantes escribe: «donoso y grande escrutinio») en la biblioteca («librería») del caballero de la Triste figura, lo que da al autor del Quijote un pretexto para hacer unacrítica literaria muy sugestiva y aguda de los denostados libros de caballería, el género que constituyó el pretexto para escribir el Quijote. Analizan uno a uno el cura y el barbero los títulos que encuentran para a continuación disponer si merecen ser conservados o su destino es el de ser arrojados por la ventana para ser quemados en el corral. Al llegar al libro llamado Don Belianís lo tildan sólo de exagerado y por tanto recomiendan no su destrucción pero su apartamiento con carácter indefinido para que purgue sus defectos:
«[...] Digo, pues, que salvo vuestro buen parecer señor maese Nicolás, que éste(Palmerín de Inglaterra) yAmadís de Gaula queden libres del fuego, y todos los demás, sin hacer más cala y cata, perezcan.
–No, señor compadre –replicó el barbero–; que este que aquí tengo es el afamado
Don Belianís.
–Pues ése –replicó el cura–, con la segunda, tercera y cuarta parte, tienen necesidad de un poco de ruibarbo para purgar la demasiada cólera suya, y es menester quitarles todo aquello del castillo de la Fama y otras impertinencias de más importancia, para lo cual se les da “término ultramarino”, y como se enmendaren, así se usará con ellos de misericordia o de justicia; y en tanto tenedlos vos, compadre, en vuestra casa; mas no los dejéis leer a ninguno»


(*) En el Proyecto Cambronero, uno de los que darían lugar al Código de Comercio de 1829, aún se proponía en el artículo 205 (en la segunda revisión, sesión de 4 de mayo de 1829) que: «En las letras giradas en las Islas y continente de América, o de los establecimientos de África, será el término de ciento ochenta días y en las Islas Filipinas, Marianas o de cualquier otro punto del Asia será el término de trescientos sesenta días». Recogido en mi Historia de la Letra de cambio en España, Madrid, (Tecnos), 1988, p. 936.


[Gromov]


Ultramarinos






[malabia]


Jorge Pascual


Foto de Juan Luis García


«El que tiene una leyenda llega lejos»
                                                          A. Trapiello



[Felicitamos a J. P. (poeta titiritero ultramarino) por su nuevo libro Caminan las nubes descalzas, Ediciones Eolas]

Madrigal







[Larsen]

La carta robada, E. A. Poe


Presentación de  Manual de Ultramarinos
en la Chamarilería de Cantareros, 3


- Últimamente, los Ultramarinos, estáis alcanzando demasiada notariedad que amenaza vuestra condición de secretos.
- Exponerse es la mejor manera de estar ocultos.


Visto y oído en Cantareros 3





Nil sapientiae odiosius acumine nimio. Séneca


29 de enero de 2016

El Libro


El excelente cuento de El Amanuense publicado aquí hace unos días (no sé que haces leyendo esto si aún no lo conoces) me ha recordado por afinidad El Libro, obra de Zoran Zivkovic donde el narrador es quien indica el título. Transcribo un fragmento en el que aparece una vieja conocida nuestra: la viuda inconsolable. 






Podría parecer que nosotros, los libros, tenemos que ver la librería de viejo con repugnancia y horror, como un lugar donde no se puede caer más bajo. Y la verdad es que no hay un sitio donde menos nos aprecien que en las tiendas de esos anticuarios, sombrías, oscuras, desordenadas, en las que solo falta el incienso para ser una capilla: lo que sería si no fuera por las extravagantes aficiones humanas y los coleccionistas de raras antiguallas.

De manera absolutamente inesperada, justo ahí donde hemos perdido todo valor, donde nos ha abandonado cualquier esperanza, sucede un prodigio como en un cuento. Como en Cenicienta, por ejemplo, aunque con ciertas diferencias. Para empezar no hay ningún zapato, y sí más príncipes disfrazados de compradores que compiten febriles por un afortunado entre nosotros, en particular si es el último de su especie y, a ser posible, muy viejo, un siglo y medio como mínimo. Eso es lo que más se busca. 

No les interesa lo que pone en el libro, cómo es su alma, ni siquiera les preocupa su aspecto, no tiene que ser bonito, pese a que si está bien conservado se aprecia más, solo quieren poseerlo, que sea suyo y de nadie más, que ningún otro se apodere de él, cueste lo que cueste. La pasión coleccionista no pregunta el precio. 

    Encontrar estos libros raros es, en realidad, el verdadero oficio del anticuario. El resto solo es un trabajo secundario, una tapadera, por así decirlo. Cabe esperar un resultado lucrativo sobre todo cuando el primer propietario ignora el valor de lo que posee. Se trata de una persona inexperta e ingenua: la viuda de un profesor de universidad, por ejemplo, que tiene una pensión si no pequeña, al menos insuficiente, por lo que se ha decidido a vender la biblioteca de su difunto marido y mejorar así su situación. 

Ella es consciente de que está infringiendo el juramento; en su lecho de muerte él le hizo jurar que no vendería los libros y que, como no tenían herederos, al final los donaría a un museo o a una institución similar, si era posible de relevancia nacional, incluso podría constituir una fundación. Sin embargo, no le remuerde mucho la conciencia, aunque seguramente él se esté revolviendo en la tumba: le está bien empleado por haber dedicado en vida más tiempo a esos libracos que a ella. Desde luego, no tiene intención de leerlos, entonces ¿para qué dejar que cojan polvo? De esta forma se les sacará algún provecho, toda la vida ha estado pendiente de complacerlo y halagarlo a él, ahora ha llegado su turno de disfrutar un poco. 

Llega el anticuario a visitar a la viuda, es lo correcto, no le va a llevar ella todos esos libros a la librería, ¿cómo iba a hacerlo? Él le lleva flores, narcisos a ser posible, no hay mujer mayor que no los adore, y también aparece una bombonera envuelta en un bonito papel de regalo con cintas si el hombre intuye que le espera una buena presa. Para ganar hay que invertir algo. Solo los tontos esperan ganar sin dar nada a cambio

La conversación no gira enseguida en torno al trabajo. Eso viene al final. El anticuario induce hábilmente a la señora para que le cuente su vida. Ella, por supuesto, lo está ansiando. No recibe muchas visitas, solo habla con los gatos, no tiene a quién quejarse. Y abre su alma, no le molesta hacerla ante un desconocido, el señor es tan fino, lleno de comprensión, tan cortés. ¿Cuándo fue la última vez que alguien le llevó flores? Y de la caja de bombones, mejor no hablemos, aunque el médico le ha prohibido terminantemente los dulces, porque tiene el azúcar alto, pero le da igual, no los va a tirar.

La escucha con atención, compadece sus penas con sinceridad, se espanta ante los procedimientos del marido desconsiderado, le da su aprobación, ella tiene razón cuando afirma que la gente, en general, es pérfida y mala, solo trata de engañar al prójimo, ya no se puede confiar en nadie, el mundo entero es corrupto.  

Cuando, al cabo de tres horas y cuarto de su llegada, le toca el turno a la biblioteca, ella está dispuesta incluso a regalársela, y le está profundamente agradecida porque él se va a ocupar de sacarla de allí. El hombre se levanta para veda, en apariencia lo hace de manera superficial, un simple vistazo, sin mayor interés, pero en realidad busca minuciosamente las rarezas. Si descubre alguna, no lo demuestra con ningún gesto, la cara impasible, como la de un jugador de póquer experimentado.  

Acaba el reconocimiento, pero él no expone enseguida su oferta. Primero acuerda los detalles del transporte. Eso es lo más urgente. Que la señora lo deje todo en sus manos, sus muchachos tienen experiencia, saben cómo se hace el trabajo, claro que él le procurará cajas y un camión, llevarán hasta un aspirador para que no quede ni una mota de polvo cuando se vayan, si la señora lo desea pueden descolgar las estanterías y llevárselas, para que no se queden vacías, y van a ser silenciosos, faltaría más, los vecinos no van ni a enterarse de que se han llevado los libros.  

La mujer no oye el precio que el anticuario dice al final. Se limita a asentir con la cabeza en señal de conformidad, los ojos bajos, sintiendo incomodidad porque no queda más remedio que resolver esas trivialidades. Él sacará con galantería los billetes, por supuesto nuevos y grandes, y los pondrá en la mesa. Ella los cogerá mucho tiempo después de que el hombre se haya marchado, para esconderlos en la caja de madera tallada, con llave, en la que guarda el dinero. Ni se le ocurre contado. ¡Qué iba a parecer aquello! Cuando se va, él le besa la mano, como corresponde. 

Muchas personas acusarán al anticuario de estafador, pero nosotros no compartimos ese puritanismo moralizador. Para nosotros, al contrario, es un benefactor, y si saca provecho de todo ello, ¿se le puede reprochar? ¿Qué ha hecho de malo? ¿Ha robado algo? No. ¿Ha obligado a la mujer a aceptar su oferta? No. Se ha limitado a no informarla de que algunos de los libros de su biblioteca tienen gran valor. Pero ¿por qué debía hacerlo? No vamos a cargarle a él con un pecado que en otros hombres de negocios saludaríamos como habilidad, arte, agudeza...


 [Gromov]


28 de enero de 2016

Cocteau también estuvo allí




Cocteau estuvo en todos los sitios, pero tal vez eso solo hizo imponer al hombre sobre el artista. Confiaba en la posteridad, como tantos otros, mientras vivía un presente polémico en el que otros tan activos como él, los surrealistas, no dudaban de calificarle de bestia “hedionda”, inmundo, nauseabundo o ignominioso medrador, en lo que parecía más un conflicto de egos entre dos espíritus que compartían el gusto por dejarse ver y querer y alguna cosa más (Apollinaire, Picasso,…).

[de la reseña de Juan Jiménez García de La mentira que siempre dice la verdad en DÉTOUR]


 
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Desnudo












[Pliego con dos poemas inéditos de A. M. , que amablemente nos envío para la última presentación Ultramarina. Gracias, poeta de hilo de tanza]