Que Ana se quiere
marchar de casa, me cuenta Nico con ojos llorosos.
“Así, de repente. No
había ocurrido nada grave. Bueno, tuvimos una pequeña discusión a mediodía, que
si no había verdura en el frigo, que si yo quedé en comprar… Tonterías. Pero
aquello encendió la mecha. Y empezó a desbarrar: pues lo dejamos, que venga un
perito a tasar este maldito piso, y arreglamos la letra del coche y ventilamos
todo, que aquello era un infierno, gritaba, gritaba. Ana nunca había trabajado
hasta entonces. Ahora ganaba su dinerillo, a veces salía de fiesta, había hecho
amigas. Pero se quería ir. Cuando mejor estábamos.”
Por lo visto, aquella
mañana ya ni siquiera le dio un beso. Y Nico me hablaba, desde su tajante
filosofía de andar por casa y con absorta tristeza en la mirada: “a las mujeres
no se las puede hacer felices, porque se aburren”.
Eso me dijo.
JVTN
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