Publicado originalmente en 1917, Baroja parece más barojiano que nunca en esta colección de ¿artículos? ¿ensayos? ¿entradas de diario? Y lo es porque, con su desgaire característico, consigue un libro que ningún otro autor español, de entonces o de hoy, hubiera logrado armar con semejantes mimbres. Encontramos en Las horas solitarias un pulular de gentes abigarradas -desertores, arribistas enriquecidos, contrabandistas-, en contraste con un entorno tradicional en franca descomposición. Baroja se abandona a un tono de confidencia que, aunque el lector advierta pronto lo que tiene de juego de ocultación -porque si algo no hace jamás Baroja es hablarnos de su intimidad-, logra transmitir con singular eficacia su visión de un mundo donde “pronto no habrá más que postes de telégrafo”, donde se produce una cierta relajación de costumbres -y aquí aflora la soterrada pudibundez de Baroja- sin que esto vaya acompañado de una mejor sociabilidad o una mayor cultura.
[El Replicante D]
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